Capítulo 27

Cuando Guy regresó a la clínica, Cheryl acababa de llegar a la puerta.

- Este perro parece que está loco -dijo mientras abría la puerta de la clínica.

- Sólo es un poco revoltoso -Guy luchó para engatusar a Hamish para que saliera del coche, en cuyo asiento delantero se había instalado cómodamente. Tiró de la correa-. Vamos, chico.

El teléfono volvió a sonar en el estómago de Hamish. Por más divertido que fuera, tenía que sacárselo antes de que causara una obstrucción seria que pudiera poner en peligro la vida del perro.

Se había prometido no vincularse mucho emocionalmente a ningún perro desde que tuvo que sacrificar a su propio Border Collie, Robbie, el año anterior. Guy no sabía qué pasaba con este Hamish, tan problemático como listo había sido Rob, pero de alguna forma esta mole perruna se había labrado torpemente un hueco en sus afectos. Quizá fuera porque pertenecía a Amy, quien, desgraciadamente, nunca parecía andar demasiado lejos de sus pensamientos.

Guy fue hasta el asiento del conductor y empujando a Hamish con todo su peso consiguió sacarlo por fin del Range Rover. Inmediatamente escapó por la puerta de la clínica. Guy salió tras él. Una vez dentro de la consulta, Hamish se precipitó contra la columna de folletos informativos que había en la recepción, dispersando panfletos sobre castración de gatos, perros con lombrices y los placeres de la cría de conejos por todo el suelo.

- Detente, pedazo de monstruo -gritó Cheryl. Le encantaba el exhibidor y podía pasarse horas reponiendo la información y buscando formas artísticas de colocarla.

Hamish patinó por el suelo. En ese momento llegaba la señora Evans con su gato, Tabby, que había venido para que le quitaran un diente. Hamish se lanzó contra la jaula, derribándola de la mano de la señora Evans y haciendo que la puerta se abriera. Tabby salió con las garras extendidas y escupiendo. Hamish ladró y saltó hacia atrás atemorizado, de forma que chocó contra el acuario y su excelente muestrario de peces tropicales. Golpeado por un peso muerto de noventa kilos, el cristal saltó en pedazos por el impacto y lanzó una catarata de agua y peces tropicales por la habitación.

Puede que el diente enfermo de Tabby le hubiera hecho perder el apetito, pero desde luego no fue obstáculo para que capturara un pez ángel en pleno vuelo y se lo tragara entero. La señora Evans parecía a punto de desmayarse. Hamish ladraba encantado.

- Saca de una vez a ese perro de aquí -gritó Cheryl.

Hamish, Hamish -Guy hizo un envite hacia él, arrastrando los pies sobre el suelo empapado. Cerró los brazos alrededor de Hamish y lo arrastró a la fuerza hasta la sala de consulta número uno-. Estaré con usted en cuanto me sea posible, señora Evans -dijo por encima del hombro, mientras desplegaba convenientemente su sonrisa profesional-. Cheryl, por favor, ¿podrías mandarme a la enfermera?

Cerrando la puerta detrás de Hamish, Guy se apoyó en ella para recuperar el aliento. Había tratado a vacas enormes, toros rabiosos, caballos que daban coces, pero ninguno de ellos tenía la fuerza o la efervescencia de este perro.

Hamish -dijo Guy jadeando tanto como el perro a su cargo-, tú y yo tenemos que hacer un trato. Si no empiezas a portarte bien, colega, estarás de vuelta en la perrera antes de que puedas decir «Jesús».

Hamish ladró alegremente ante eso. Seguramente la única palabra que registró fue «Jesús».

- Súbete a la mesa.

El perro no necesitaba mayor estímulo y subió a la mesa de operaciones de un salto, moviendo la cola frenéticamente.

- Esto no te va a gustar demasiado -dijo Guy mientras se daba la vuelta para llenar una jeringa con anestesia-. De hecho, no te va a gustar nada -tomó la precaución de darle una dosis grande. Iba a hacer falta una dosis alta para noquear a este perro porque desde luego no quería que Hamish se despertara mientras él trataba de extraerle un teléfono móvil del estómago.

El sueño de Jeremy
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