Capítulo 73

JUSTO cuando entraba en el ascensor sudando por el peso y calor de la chaqueta de cuero, Akim oyó a una mujer a su espalda; se volvió y vio a una chica morena que le hablaba en italiano, corriendo hacia los ascensores. De no haber sido joven, habría dejado que las puertas se cerrasen, pero pulsó el botón inferior y éstas se abrieron a tiempo de permitirle el paso a la cabina.

—Grazie —dijo ella sin aliento, y lo miró a los ojos con agradecimiento antes de recordar que estaba en París y corregirse a sí misma—: Merci.

A él le gustó su naturalidad. Una chica que se presentaba tal como era, que procedía de la nada y había llegado a un lugar donde había dinero. No era puta; quizá la amante de alguien o una invitada en una reunión familiar. Tenía pinta se saber estar con un hombre, de ser una mujer con experiencia. Inhaló su olor, igual que hacía de vez en cuando si se topaba con la estela de un perfume de mujer un segundo después de cruzarse con ella por la calle.

—Prego —contestó él.

Era tarde, pero quería conectar con ella. Entonces continuó en francés:

—Un placer.

No era guapa, pero tampoco fea ni mucho menos, y tenía un brillo en la mirada que convencía. Deseó tener más tiempo para pasarlo con ella. Había pulsado el botón del quinto, y ella el de la sexta planta.

—Vamos casi al mismo piso —comentó él.

El ascensor subió por el interior del edificio. La chica italiana no respondió. Tal vez la adrenalina de la tarea que tenía entre manos lo hiciese parecer demasiado directo. Cuando las puertas se abrieron al llegar a su planta, Akim musitó Bonsoir, y esa vez ella contestó con un Oui al tiempo que él salía. Esperó a que las puertas se cerrasen y se dirigió a la habitación 508.

El pasillo estaba desierto. Llegó a la puerta de Vincent y llamó sin hacer mucho ruido. Oyó el sonido amortiguado de las pisadas en la moqueta y el momento en el que Vincent tocó la puerta con la cabeza al usar la mirilla. Abrió la puerta y lo invitó a entrar.

—¿Dónde está Luc?

Nada de «¿Cómo estás, Akim?» o «¡Qué sorpresa más agradable!», sino «¿Dónde está Luc?». Como si Akim fuese un ciudadano de tercera. Vincent siempre lo había hecho sentirse así.

—Vendrán luego —contestó.

La habitación era bastante grande y olía a tabaco mezclado con la brisa. La ventana estaba abierta y la vara de plástico de la cortina daba golpecitos en el cristal. Vincent llevaba el albornoz blanco del Lutetia encima de los vaqueros e iba descalzo; que Akim recordase, era la primera vez que el hombre tenía aspecto de haber perdido el control.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Cómo que vendrán luego?

Akim se sentó en una silla de cara a la cama de matrimonio. Vincent había hecho un hueco en la almohada de la izquierda con la cabeza, como si un niño le hubiese dado un golpe de kárate. Encima de la colcha estaba el mando a distancia y junto al televisor había dos botellitas de whisky del minibar.

—¿Piensas contestarme?

Vincent se colocó entre la cama y la silla, como si Akim tuviese la obligación de decirle todo cuanto necesitase saber.

—¿Cómo se enteraron los británicos de quién era yo? ¿Quién se lo ha dicho? ¿Qué pasa con François?

—Pensaba que François eras tú, Vincent —repuso Akim, porque no consiguió evitarlo.

Todos se habían mofado de que se había tomado el papel muy en serio. Slimane lo llamaba Brando incluso a la cara, porque en la casa no se había salido del papel ni una sola vez.

—¿Estás burlándote de mí? —preguntó Vincent.

Poseía cierta fuerza física y un temperamento volátil, pero carecía de valor. Akim lo sabía. No le tenía ningún respeto.

—Nadie se reiría de ti, Vincent.

Akim vio cómo Cévennes se acercaba a un lado de la cama y se sentaba: el sex symbol de la Academia, el chico de oro de la DGSE. Vincent siempre había tenido muy buena opinión de sí mismo.

—¿Dónde está Luc? —repitió Vincent.

Akim, que ya se había aburrido de las preguntas, decidió divertirse un poco.

—¿Y Valerie? ¿No te importa donde está ella?

—Luc es el jefe —repuso Vincent al instante.

—¿Tú crees?

Se hizo un silencio y, en ese espacio de tiempo, Vincent pareció reparar en la anomalía que suponía que Akim estuviera presente en su habitación.

—¿De qué va esto? —preguntó—. ¿Me traes algún mensaje?

—Sí —contestó Akim.

A partir de ahí, todo fue simple. Cuestión de cumplir con los compromisos. Se bajó la cremallera de la chaqueta de motorista, metió la mano, sacó el arma, le apuntó al pecho y disparó un solo tiro con silenciador que levantó a Vincent en el aire y lo lanzó hacia la pared. Akim se levantó y dio un paso. Los ojos de Vincent nadaban en la sorpresa de lo que acababa de ocurrirle; le saltaron las lágrimas. Se quedó pálido y la sangre le borboteó en la garganta. Akim le disparó dos tiros más: uno a la cabeza y otro al corazón. El primero lo apagó como a un muñeco. Akim recogió los casquillos, guardó la pistola en la chaqueta y se acercó a la puerta, desde donde se aseguró de que no se le había caído nada de los bolsillos al sentarse en la silla. Comprobó por la mirilla que delante de la puerta no había nadie y salió al pasillo.