Capítulo 42

AL llegar al hotel, Kell tenía en el buzón de voz un mensaje de Madeleine Brive, que sonaba enfurruñada. Sentía mucho que le hubiesen atacado en la Cité Radieuse, pero lo que de veras parecía molestarla era que Stephen Uniacke no hubiese tenido el detalle de llamarla antes para avisar de que la cena en Chez Michel no tendría lugar. En consecuencia, había desperdiciado la única noche que iba a pasar en Marsella.

—Un encanto de mujer —le comentó Kell a la habitación en cuanto colgó.

Se preguntó si Luc aún estaría escuchándolo.

Durmió bien, con el mismo sueño profundo que durante toda la operación, y al día siguiente desayunó en abundancia en el restaurante del hotel antes de saldar la cuenta y encontrar un cibercafé a tiro de piedra de la Gare Saint-Charles. En la práctica, el portátil ya no le servía para nada: no le cabía duda de que los camaradas de Luc de la DGSE le habrían instalado algún dispositivo de seguimiento o un keylogger. Vio que Elsa Cassani le había enviado un documento por correo electrónico y supuso —con acierto— que se trataba del archivo de antecedentes e información sobre Malot. El mensaje que acompañaba al fichero decía: «Llámame si tienes preguntas. X.» Kell lo imprimió con la ayuda de un gótico supereficiente que llevaba un piercing en la lengua.

En la estación había un McDonald’s, donde compró un café radiactivo, se sentó a una mesa vacía y leyó con atención las indagaciones de Elsa.

La joven había hecho un buen trabajo y había encontrado datos sobre la educación secundaria de Malot, la facultad de Toulon donde había estudiado Tecnologías de la Información, el nombre del gimnasio de París del que era socio. En la foto de Malot que le había enviado Marquand salían dos de sus compañeros de una empresa de software de Brest que una sociedad anónima grande de París había comprado y absorbido. Ahora Malot trabajaba en la central. Elsa había encontrado dos cuentas bancarias, además de las declaraciones de impuestos de los últimos siete años. En su opinión, en sus finanzas no había «ninguna anomalía». Pagaba las facturas a tiempo, hacía poco más de un año que tenía alquilado el apartamento donde vivía en el distrito séptimo y tenía un Renault Mégane de segunda mano que había comprado en Bretaña. En cuanto a amistades y novias, las indagaciones en la oficina y en el gimnasio indicaban que François Malot era un lobo solitario, un hombre que no se mezclaba con nadie. Elsa había telefoneado a su jefe, que la había informado de que «el pobre François» estaba de baja temporal, debido a una tragedia familiar. Hasta donde había podido comprobar, Malot carecía de presencia en las redes sociales y sus correos electrónicos se descargaban a un servidor al que ella no había conseguido acceder. Sin la ayuda de Cheltenham, no le había sido posible escuchar las llamadas del móvil, pero sí se las había arreglado para interceptar una cadena de mensajes de correo electrónico de potencial muy interesante entre Malot y un individuo que, según su cuenta de Wanadoo, se llamaba Christophe Delestre. Elsa sospechaba que se trataba de un amigo o familiar. Había adjuntado el archivo con la conversación.

Kell metió el resto de los documentos en la bolsa, se acabó el café y envió un mensaje de texto a su compañera.

De categoría. Muchas gracias.

En otras circunstancias, tal vez hubiese añadido uno de esos besos que escribía ella al final de los mensajes —esa equis—, pero era el jefe y, en consecuencia, tenía la obligación de mantener cierta distancia profesional. A continuación, leyó los mensajes de Delestre. Estaban en francés y eran de cinco días antes, cosa que localizaba a Malot en el Ramada, hacia el final de sus vacaciones con Amelia.

De: dugarrylemec@wanadoo.fr

A: fmalot54@hotmail.fr

¿Cuándo vuelves a París? Te echamos de menos.

Kitty quiere un besito de su padrino.

Christophe.

De: fmalot54@hotmail.fr

A: dugarrylemec@wanadoo.fr

Disfrutando de Túnez. Vuelvo este fin de semana, pero tengo mucho en lo que pensar. Estoy de permiso en el trabajo, se están portando muy bien. Puede que vuelva a casa la semana que viene, o quizá viaje un poco. No estoy seguro. Dale un beso a Kitty de parte de su padrino Frankie.

P. D.: Espero que ya estéis recuperándoos del incendio. Prometo compraros unos libros para sustituir los que habéis perdido.

Kell guardó los correos con el resto de los documentos, dentro de la bolsa. Buscó un baño en la planta baja de la Gare Saint-Charles, entró en un cubículo, partió el archivo entero en pedacitos y los tiró al retrete. Subió a la primera planta, compró un billete con la tarjeta de crédito de Uniacke y cogió el tren de alta velocidad de las diez a París.

Tenía que charlar con Christophe.