Capítulo 71

A medianoche, Kevin Vigors había llegado a París, había recogido un Peugeot de alquiler en la Gare du Nord y se dirigía hacia el sur, al boulevard Saint-Germain, donde encontró a Kell, a Elsa y a Aldrich sentados a una mesa de la Brasserie Lipp, atenuando las penas con cuatro platos de choucroute y un par de botellas de Chinon.

—No sé qué decir —susurró Elsa cuando Vigors se sentó a su lado en el banco—. No tengo la experiencia de Danny ni la tuya. Siento mucho que…

Kell la interrumpió.

—Elsa, si te disculpas una vez más, haré que te manden a arreglar ordenadores a Albania el resto de tus días. No podías hacer nada, uno de nosotros tendría que haber subido al tren contigo. Es imposible que una persona sola siga a un objetivo entrenado.

Contempló los tres rostros que tenía alrededor y alzó la copa.

—Hoy todos habéis hecho un trabajo fabuloso. Y en circunstancias extremadamente difíciles. Que hayamos conseguido llegar tan lejos ha sido un milagro, y cuando Luc y Valerie contacten con Amelia mañana por la noche, aún estaremos a tiempo de encontrar a François.

Ya le había dado la mala noticia a Amelia, a quien no le quedaba más remedio que permanecer en Reino Unido y hacer el paripé delante de Truscott, Marquand y Haynes de ir el lunes a trabajar como si nada. Para evitar pasar la noche en Chelsea con Giles, había cogido una habitación en el Holiday Inn, donde poco a poco estaba registrando todos los artículos que el CUCO había dejado en el asiento trasero del taxi de Aldrich. Se quedó el mechero dorado con las iniciales P. M. grabadas, pero guardó todo lo demás en la maleta y la cartera de cuero de Vincent sin saber bien qué haría con ello. Mientras estaba sentada a solas en la sexta planta del hotel, contemplando el atasco gigantesco de la autopista M4, su sensación de frustración era similar a la impotencia que había sentido ante el cáncer de su difunto hermano. Aunque tenía un abanico de recursos a su disposición, con toda su experiencia y conocimientos, no tenía la menor influencia sobre los acontecimientos que estaban desarrollándose en Francia. Confiaba plenamente en Thomas Kell, pero le costaba creer que hubiese dejado la seguridad de François en manos de tres hombres y una especialista en informática italiana sin experiencia alguna en operaciones sobre el terreno. Amelia había conseguido reunir un equipo de tres «expertos en seguridad» —un eufemismo del Ministerio que significaba «exsoldado de las fuerzas especiales que ahora trabaja para el sector privado»— que tenía previsto partir hacia Carcasona por la mañana. Pero sólo podía permitirse mantenerlos en espera durante cuarenta y ocho horas, sobre todo porque había vaciado una de sus cuentas para pagarles. A menos que Kell descubriese el paradero de François en ese espacio de tiempo, no dispondrían de la fuerza armada como opción para hacerse con su hijo. ¿Y cómo encontrarían a François sin el CUCO? Le habían perdido el rastro.

Amelia comprobaba el correo electrónico a intervalos regulares para mantener el contacto con Kell y confirmar los preparativos con Anthony White, el comandante del equipo de seguridad. A las once y veinte, oyó la señal acústica que indicaba que había recibido otro mensaje en el portátil.

Era del Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno, con el asunto: «Amex.»

Ha solicitado información sobre la tarjeta

American Express 375987654321001/06/14/

gerard taine

Uso de la tarjeta (resumen):

British Airways (ventas)/lhr t5/16.23 gmt 584,00 £

World Duty Free / lhr t5 / 17.04 gmt 43,79 £

Hotel Lutetia / París / 00.05 gmt+1267,00 euros

Cogió el móvil y llamó a Kell.