Capítulo 57
—VAMOS a ver —decía Amelia. Kell la oía por los altavoces de la biblioteca de Shand—: podemos ir a Salisbury y ver la catedral, si te interesa. O podemos ir a dar un paseo por el campo. Si te apetece salir a comer, en la zona hay muchos pubs estupendos. ¿Qué te apetece hacer?
Amelia estaba sentada tomando café en el salón, enfrente del CUCO. En más de doce horas de interacción, aún no había metido la pata: madre afectuosa, anfitriona perfecta. Él, que llevaba un par de pantalones distintos a aquellos donde había escondido la tarjeta SIM, estaba fumando un cigarrillo, costumbre que había elevado el nivel de travesuras de Barbara a cotas superiores.
—No me diga que fuma… —le había dicho a Amelia al ver el paquete de Lucky Strike Silver del CUCO en la mesa de la cocina.
Desde la distancia a la que estaba, él podía oírla sin problemas, pero fingía no comprender nada.
—Bueno, si un francés quiere matarse, no seré yo quien se lo impida. Dígale al señor Levene que debería haberse preocupado más por la salud de su ahijado.
A su debido tiempo, Amelia convenció al CUCO para que la acompañase en lo que le había descrito como «un paseo corto por el pueblo». La opción que Kell prefería —que se ausentasen más tiempo para ir a comer a Salisbury— había sido rechazada.
—Tenemos una hora como mucho —informó al equipo—. Depende de cuánto tiempo pueda entretenerlo por ahí. En cuanto lleguen a la verja de detrás de la casa, entramos.
A Kevin Vigors, el encargado de la vigilancia, le habían asignado la tarea de seguirlos a una distancia discreta; en caso de que diesen media vuelta y se dirigieran hacia la casa, debía alertar a Kell para que el equipo tuviese tiempo de evacuar el dormitorio del CUCO. Amelia no llevaba ningún tipo de dispositivo de comunicación con el que ponerse en contacto con ellos. Ése era el modus operandi estándar del SSI: si el CUCO lo encontraba, era el fin de la operación.
Aún tardaron una hora en salir de la vivienda, tiempo que Elsa y Harold, que habían recopilado todo su arsenal técnico en tres bolsas pequeñas, aprovecharon para hacer comprobaciones de última hora mientras Vigors se ocupaba de la señal de las cámaras. Al final, justo cuando el reloj de pie de la entrada de casa de Amelia daba las once y media, ella y el CUCO salieron de la casa con un par de botas de agua a juego y las chaquetas impermeables Barbour que había recuperado del cuarto de la lavadora.
—Deberían pasar por aquí antes de un minuto —anunció Kell.
Miró a Elsa y de pronto su rostro le resultó el de una desconocida: su expresión de concentración absoluta tenía un matiz severo. Harold, que acostumbraba a ser el bromista, recorría la cocina esperando la señal para ponerse en marcha. Vigors, que ya estaba en el jardín, pulsó el botón de la radio dos veces para confirmar que había visto al CUCO y a Amelia pasar por el camino, delante de la casa de Shand.
—¿Todo el mundo está preparado? —preguntó Kell.
Trataba de transmitir calma y determinación al equipo, a pesar de estar sintiendo el cosquilleo de la intranquilidad. Siempre sucedía así; la espera era cruel. En cuanto entrasen en la casa, una vez metidos en faena, se encontraría a gusto.
Tres clics claros desde la radio de Vigors. Eso significaba que el CUCO y Amelia habían llegado a la verja que conectaba el perímetro del pueblo con una pradera que se extendía hacia el oeste, en dirección a Ebbesbourne Saint John. Kell estaba en la entrada. Harold se acercó a la puerta de la cocina y lo miró, esperando la señal. Tenía una de las bolsas del equipamiento colgada del hombro; Elsa, las otras dos. Kell contó hasta diez en silencio y entonces abrió la puerta.
Se tardaba noventa segundos desde la casa de Shand hasta el dormitorio del CUCO por el atajo; Kell lo había comprobado. Harold fue el primero en llegar a la verja que separaba ambos jardines, la abrió y cruzó rápido el césped hasta la otra casa.
Barbara ya había abierto la puerta de atrás.
—Quitaos los zapatos —les ordenó cuando llegaron a la entrada.
Comprobó que no tuviesen barro en el dobladillo de los pantalones, certificó que estaban limpios, y en cuestión de quince segundos Elsa y Harold estaban en el dormitorio del CUCO.