Capítulo 35
LA casa franca estaba ubicada en la cima de una colina desde donde se dominaba el sur del departamento de Ariège, a unos tres kilómetros de la población de Salles-sur-l’Hers, en la región de Languedoc-Rosellón. Se llegaba desde el sur por un camino que salía de la carretera D625. La propiedad estaba en una curva cerrada del sendero que giraba cuesta abajo, pasaba por delante de un molino en ruinas y se incorporaba a la carretera de Castelnaudary, a unos dos kilómetros en dirección sudeste.
En la casa no acostumbraba a haber más de dos vigilantes: Akim y Slimane. Más que suficiente para estar pendientes de HOLST. Cada uno tenía su propio dormitorio en la primera planta, con una estantería llena de DVD piratas y un ordenador portátil. En el salón de la planta baja había un gran televisor conectado a una Nintendo Wii, y ambos pasaban hasta cuatro o cinco horas al día jugando partidos de golf en Saint Andrews, de tenis en Roland Garros, o luchando contra los insurgentes de Al Qaeda en los callejones y las cuevas de un Afganistán de dibujos animados. Tenían prohibido llevar mujeres a la casa y vivían a base de una dieta permanente de pollo asado, cuscús y pizzas congeladas.
HOLST estaba encerrado en un cuarto pequeño, entre la entrada y un dormitorio grande ubicado en el lado sur de la planta baja. A esa celda improvisada se accedía por dos puertas distintas: la principal, que daba al vestíbulo, estaba cerrada con un candado; mientras que la segunda, que conectaba el zulo con la habitación de atrás, estaba asegurada con dos barras metálicas sostenidas por ganchos. El jefe había instalado mirillas en ambas para vigilar sus movimientos y comportamiento día y noche. HOLST recibía tres comidas diarias, y todas las tardes le permitían hacer algo de ejercicio en una pequeña extensión de césped que había detrás de la casa. Tres de los lados estaban bordeados por un seto de tres metros y medio de altura, de modo que era imposible verlo desde fuera. No había rechazado ninguna de las comidas ni se había quejado de las condiciones en las que lo tenían retenido. Si necesitaba ir al baño, en la celda había un cubo que Akim o Slimane vaciaban cuando le daban de comer. De vez en cuando Slimane se aburría, se inquietaba y hacía cosas que Akim no aprobaba. En una ocasión, por ejemplo, cogió la navaja, lo amordazó, calentó la hoja en el hornillo de gas y lo pasó en grande viendo cómo se estremecía y gemía mientras le dibujaba círculos con la punta alrededor de los ojos. No obstante, nunca lo lastimaban. No le habían tocado ni un pelo. Tal vez lo peor había sido el día que, en plena borrachera, Slimane le contó que había violado a una chica. Era un relato horripilante, y Akim había entrado y había conseguido que se tranquilizase. En general, Akim consideraba que trataban al prisionero con dignidad y respeto.
Después de una semana, y siguiendo las instrucciones del jefe, le habían permitido tener en el cuarto un televisor y unos cuantos DVD, y pasaba hasta dieciséis horas al día viendo películas. Como gesto de buena voluntad y en contra del protocolo, una noche Akim le había dado permiso para sentarse con él en el salón —si bien esposado a una silla— y ver un partido de fútbol entre el Marsella y un equipo inglés. Le había dado una cerveza y le había explicado que no tardarían en dejar que volviera a París.
El único momento de verdadera inquietud para Akim fue durante la segunda semana, cuando un vecino pasó por delante de la casa y se detuvo a preguntar si los propietarios regresarían en otoño. Era evidente que la visión de un árabe de cabeza rapada en el Languedoc rural había sorprendido al hombre, que dio un paso atrás cuando Akim abrió la puerta. A tan sólo unos metros de distancia, Slimane acababa de meterle a HOLST un trapo de cocina en la boca y le apuntaba la entrepierna con una pistola para evitar que pidiese ayuda. Akim explicó que el propietario era un amigo de París que tenía previsto llegar en los próximos días, y, por suerte, el jefe apareció a la tarde siguiente, de modo que cualquier vecino preocupado que hubiese estado vigilando con los prismáticos debió de alegrarse de ver a un hombre de barba blanca cortando el césped en pantalón corto y, algo más tarde, tirándose de cabeza a la piscina.
Si el día estaba despejado, al otro lado de la vasta llanura de Ariège se veían las faldas lejanas de los Pirineos, pero la mañana en que Akim hizo el trayecto semanal a Castelnaudary había llegado una tormenta desde el País Vasco que había empapado la tierra de la finca con dos dedos de lluvia veraniega y templada. Antes que nada, Akim fue al hipermercado de Villefranche-de-Lauragais a comprar suministros básicos, además de una botella de Badol rosado para Valerie y otra de Ricard para el jefe. En una farmacia de Castelnaudary consiguió la medicina para el asma que necesitaba HOLST, y desodorante y aspirinas para él, dos cosas que se le estaban terminando. Slimane había hecho un pedido de varias revistas pornográficas, que adquirió en un tabac regentado por una anciana que no hizo nada por disimular que interpretaba la presencia de un árabe en su estanco como un ataque contra la dignidad de la República.
«Escoria», había murmurado justo cuando Akim salía del local, y a él le costó toda su fuerza de voluntad controlar la rabia y seguir caminando. Lo último que el jefe quería eran problemas, de cualquier clase.
Al llegar a la casa, encontró a HOLST viendo La diva en DVD. Slimane estaba sentado en la cocina, fumando un cigarrillo en compañía de dos hombres a los que Akim jamás había visto.
—El jefe nos necesita para un asunto —explicó—. Estos tipos van a cuidar de nuestro amigo.
Los dos hombres, ambos blancos y de veintipocos años, se presentaron como Jacques y Patric, y Akim dio por sentado que se trataba de seudónimos. Slimane tenía el portátil encendido sobre la mesa de la cocina y lo giró para que Akim viese lo que estaba mirando. En la pantalla había una fotografía borrosa que, según parecía, alguien había tomado en una discoteca o en un bar de copas.
—Les preocupa un tío del ferry —dijo—. Luc quiere que lo sigamos. Coge tus cosas: nos vamos a Marsella.