Capítulo 62

TUMBADOS en el suelo del baño de Amelia para que sus siluetas no se entreviesen por la ventana, Kell, Elsa y Harold no oían más que un leve murmullo de la conversación entre Barbara y el CUCO. Con inspiraciones superficiales y casi insonoras, tendidos como si fueran excursionistas en una tienda de campaña para tres, escucharon cómo Barbara cerraba la puerta de la cocina y después creyeron oír los pasos del CUCO por el camino, por delante de la casa y en dirección a la pradera. Un minuto más tarde, Kell recibió dos clics por radio. Hubo una pausa breve y Vigors confirmó con otros tres que el CUCO había atravesado la verja y se dirigía hacia Amelia.

Transcurrió otro minuto antes de que Kell se atreviese a romper el hechizo que constituía aquel silencio. Se puso en pie, soltó un reniego en voz baja y miró a sus compañeros. Poco a poco, como supervivientes de un terremoto, se levantaron.

—Cazzo —susurró Elsa.

—Tenía el culo bien apretado —confesó Harold.

Elsa le chistó como si el CUCO estuviera aún en la habitación contigua.

—No pasa nada —repuso Kell, y abrió la puerta del baño—. Ya está en la pradera. Se ha ido.

Barbara apareció en la escalera.

—Perdonad la grosería —se disculpó—, pero ¿cómo coño ha pasado eso?

—¿Qué quería? —preguntó Elsa.

—El tabaco —contestó Barbara—. Los cigarrillos del demonio. Imagínate que llega a subir…

—Me habría fumado uno con él —farfulló Harold, y todos se pusieron a trabajar.