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imagen —El grito de Lucía debió de resonar por todo el colegio.

Tenía tantas cosas que celebrar… Acababan de darle las notas de esa evaluación y lo había aprobado todo. También había sacado algún notable que dejaría sin palabras a su madre en cuanto lo viera… Además, y por si fuera poco, era viernes y, en solo dos días, cogería un avión con las chicas para irse a Berlín a ver a Marta porque...

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Aunque solo tenían ganas de celebrarlo, debían concentrarse en acabar de decorar el pasillo con pirámides de cartulina de la clase de plástica, tornos y ruedas de madera que habían hecho en el taller de tecno, incluso un camello de peluche que alguno había llevado en plan gracioso… En su parte del pasillo, todo primero se encontraba personificando a las distintas dinastías mesopotámicas en ese túnel de la historia antigua con una música de fondo a base de liras y arpas.

Todos andaban disfrazados, bastante ridículos, pero habían tenido suerte: los de segundo habían hecho un pasillo del cambio climático y a algunos les había tocado disfrazarse de «deforestación». Ellas, por lo menos, estaban graciosas, con sus túnicas y a lo Cleopatra, Atenea y compañía.

Como era el día de padres e hijos, esa tarde las familias visitarían los decorados. A nadie le hacía gracia: ¿había cosa más infantil? Lo único bueno era que acabarían con una merendola en el patio y se hincharían a chocolate y Coca-Cola.

Ya casi habían acabado con la decoración, solo quedaban unos pocos detalles. Pero cada vez que tenía oportunidad, Lucía se distraía mirando a Eric de reojo. ¡Estaba tan mono vestido de romano! No le había pasado inadvertido que llevara puesta la pulsera que ella le había regalado, y eso tenía que ser una buena señal. Sin embargo, seguía sin haber pasado nada…

A primera hora de la tarde, la madre de Lucía entró en el aula con José María, y fue directa a ella.

—¿Qué? —le preguntó. Sabía de sobra que ese día le daban las notas.

Lucía le entregó el sobre y su madre lo abrió en un movimiento rápido. A medida que sus ojos reseguían las líneas de cada asignatura, su cara se destensaba. Incluso había dejado de temblarle el labio. Ahora dibujaba una sonrisa auténtica.

—Sabía que lo conseguirías —se le ocurrió decir.

José María también le dio la enhorabuena.

Lucía entornó los ojos y permitió que la abrazaran un poco, aprovechando que Eric estaba de espaldas.

 

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—Bueno, ya podéis seguir con la excursión —anunció Lucía.

Estaba deseando que su madre y José María se marcharan para poder seguir vigilando a Eric. Así que les explicó que tenían que ver el trozo de pasillo de los de tercero porque era una pasada. Prácticamente los arrastró hasta la puerta y se despidió.

Pero, justo después llegaron los padres de Frida, y después los de Bea… Raquel y Susana presentaron a los suyos también y, cuando quiso darse cuenta, ni Eric ni Jaime estaban ya en la clase. Esperaba verlos en la merienda…

Un fuerte empujón a su espalda le hizo volverse. Sabía bien de quién se trataba, porque un golpazo como ese no podía venir de ninguna otra persona... Marisa y su séquito estaban justo detrás de ella.

—¿Querías algo? —le preguntó Lucía sin miedo, inclinando su peluca de Cleopatra.

—Esa peluca no te favorece nada. Y deja de pegarte a mí, que pareces una lapa... ¡como si así se te fuera a pegar algo! —exclamó la líder moviendo su túnica de romana por encima de la rodilla, y las demás se rieron como hienas.

—Más bien sería al revés… Yo no soy la que va por ahí perdiendo concursos…

Marisa se encaró a ella empuñando su lanza de goma. Las chicas rodearon a Lucía cogidas a sus escudos de guerreras y Frida se colocó delante, con muletas y todo. Le preguntó a Marisa:

—¿Molesto?

Marisa resopló y acabó marchándose a otro lado. Una vez más, se habían librado de ella.

 

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Al poco llegó su padre con Lorena y Aitana. Lucía regaló a la pequeñaja la corona que llevaba puesta y Aitana se pasó el rato siguiente diciendo que quería un camello para su cumpleaños.

imagenCuando avisaron los profesores de que ya estaba todo preparado en el patio, las chicas se encaminaron hacia el exterior.

Varias mesas colocadas en forma de «u» con platos de comida y botellas de refrescos daban al recreo un aspecto festivo. Los padres habían ido haciendo corros de conversación y los hijos estaban lo más alejados posible de ellos. Ya eran mayorcitos para ese tipo de eventos y no querían que les avergonzaran delante de sus amigos… Por suerte, María y José María estaban en una esquina, y David, Lorena y Aitana justo en la contraria. Así no había riesgo de choque de familias. Lucía distinguió a la madre de Eric también. Bastante más lejos, lo vio apoyado en un árbol charlando con sus amigos. Lo miró, él le devolvió la mirada y comenzó a acercársele.

—¿Qué tal las notas? —empezó a hablar intercalando la mirada entre ella y el suelo.

—Pues bastante bien, para mi sorpresa.

Eric sonrió y ella notó cómo se derretía. Le preguntó:

—¿Y las tuyas?

—Teniendo en cuenta que he faltado como un mes por la hepatitis, no demasiado mal…

A Lucía le iba el corazón a mil por hora y no le llegaba el aire... Estaba segura de que ese era el momento que llevaba deseando cada día de los últimos tres meses. Tenía que disimular.

imagen—Bueno, ahora puedo ayudarte con alguna asignatura si quieres… —se ofreció con voz bastante convincente.

—¿Sí? Vaya, gracias… —le dijo él. Después suspiró fuerte y—: ¿Puedo preguntarte una cosa?

Ahí estaba, al fin… La pregunta tan esperada. Lucía se arregló la melena pelirroja sacudiendo el cuello, y se concentró en que su cara no fuera de desesperada. Evitó mirar a su padre, que la observaba a lo lejos y la saludaba con la mano. ¡Qué pesado! Procuró que su voz no emitiera ningún gallo:

—¡Claro! —Casi lo consiguió.

—Ejem —carraspeó Eric antes de proseguir—: ¿Podrías ayudarme en plástica? Sé que eres la mejor y me gustaría…

Lucía dejó de escuchar a partir de «plástica». Se quedó mirando a Eric con la boca abierta, como si se le hubiera secado el cerebro. No tenía un espejo para mirarse, pero su piel también debía de haber sufrido la parálisis poniéndose más blanca que las tizas.

—¿Lucía? Que si no te va bien o no te apetece, no te preocupes, ¿eh? ¿Estás bien? —le preguntó él.

Ella solo fue capaz de decir que sí, y de asentir con la cabeza, que había empezado a darle vueltas. Después puso la excusa de que la estaban esperando y se alejó de Eric todo lo rápido que pudo.

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