Mientras se ponía el chándal, Lucía se aseguró de que nada formara parte del plan de Marisa: las zapatillas blancas resultaron estar libres de objetos punzantes y los pantalones y el polo azules no contaban con más trampa que los molestos botones. Ni Frida ni Susana encontraron nada sospechoso tampoco. ¡Qué clase más tensa les esperaba!
La profesora Maite les explicó con voz animosa que esa tarde dedicarían la hora a practicar con la cuerda lisa en el gimnasio. Como si en lugar de en clase de educación física estuvieran en un campamento militar.
—Por lo menos no hacemos plinto —soltó Susana aliviada.
—Ya te digo...
Solo de imaginar lo que podía hacer Marisa con esa pila de cajones sobre la que tendrían que saltar…
Maite les ordenó dar un par de vueltas al patio para calentar antes de ir al gimnasio. Lucía se unió a Frida y a Susana para correr a su propio ritmo mientras hacían tertulia. Todavía les quedaban muchas pruebas por superar: mazas, aros, espalderas y pelotas campaban a sus anchas por el gimnasio, cualquiera de ellos un arma en potencia en manos de Marisa.
—En boca abierta entran moscas, chicas. Y también falta el aire… —les advirtió Maite al pasar por delante de ellas.
Lucía no tardó en darse cuenta de que, efectivamente, la profe tenía razón y fue perdiendo ritmo irremediablemente. Susana, más de estudiar sentada, corría igual de destartalada, no como Frida, que aguantaba mejor que nadie el cansancio físico, pero que por solidaridad no se separaba de ellas. Marisa las adelantó con su paso grácil y sus piernas largas.
«Te vas a enterar», se dijo Lucía para sus adentros. Pero por mucho que lo intentó, no encontró energía en ningún sitio para ir más rápido y adelantarla… El contraste entre el frescor de pleno febrero y el calor por el esfuerzo, no ayudaba. Le dolían las orejas, que estaban como cubitos. El deporte en invierno no era una buena idea.
—Me rindo —anunció llevándose la mano al pecho.
—El corazón me va a salir disparado por las orejas —soltó Susana.
Todavía les quedaba casi media vuelta. Frida las animaba empujándolas desde atrás con sus palabras de deportividad y perseverancia. También les recordó que si perdían de vista a Marisa, el peligro que corrían sería mayor. Lucía cogió aire y exprimió sus últimas fuerzas para avanzar hasta la meta. Los últimos metros los hicieron caminando.
Ya en el gimnasio, lo único que Lucía quería hacer era tirarse en el suelo a descansar. Sin embargo, las tres filas para subir las tres cuerdas lisas que colgaban del techo ya estaban montadas. Maite les ordenó ponerse a cada una en una. Separadas eran más vulnerables para Marisa, pero no les quedaba otro remedio. Frida les hizo el gesto con la mano de que mantuvieran los ojos bien abiertos. Lucía y Susana asintieron desde sus posiciones, preparadas para no perder detalle.
Lucía estaba tan atenta a las cuerdas que no oyó que le tiraban una pelota casi hasta que la tuvo en la cara.
—¡Socorro! —gritó separándose de ella como si quemara.
—A ver si estás más atenta… —la riñó Maite.
No se había dado cuenta de que la profe estaba repartiendo una pelota a cada dos alumnos. Mientras esperaban su turno en la cuerda lisa, tenían que lanzársela para no quedarse fríos. Se fijó en que todas sus amigas ya tenían parejas asignadas.
Lucía fue a por su pelota, que rodaba ahora en el suelo, y la cogió con los dedos índice de cada mano. Después la revisó milímetro a milímetro para asegurarse de que no hubiera nada clavado con lo que pudiera dañarse. Estuvo por lo menos unos minutos.
—¿Estás pirada o qué? —le preguntó Toni, parado delante de ella. Era su compañero.
—Solo me ha dado un calambre —se excusó un poco avergonzada.
—¡Pues espabila! No quiero que al subir me dé uno a mí y tenga que bajar.
Lucía tiró la pelota con todas sus fuerzas y casi se la metió a Toni en la cara.
—¡Eh! ¡Ten cuidado! —se quejó él. Se pasó la mano por el pelo tirándoselo hacia atrás.
—Perdona, ¿te he despeinado?
Toni le dijo que como le diera en la cara se iba a enterar y así se pasaron los siguientes diez minutos tirándose la pelota lo más flojo posible. De vez en cuando él le pedía que parara y se quedaba mirando la forma de su antebrazo cuando cogía la pelota… Patético no, lo siguiente...
—¡Ahora con mazas! —anunció Maite recuperando las pelotas y haciendo rodar varias mazas por el suelo para que cada alumno cogiera una.
Lucía miró las cuerdas con tres compañeros colgados de ellas. Todavía quedaba un rato para que llegara su turno. Eso de subir no era nada fácil. Muchos se quedaban ahí colgados un rato, sin saber si subir o bajar, y Maite les empujaba a intentarlo hasta asegurarse de que no había nada que hacer.
Lucía miró a Marisa de reojo. Ahora le tocaba a ella y empezó a ascender por la cuerda toda sexy con el culo en pompa.
—Qué estilo tiene, ¿eh? —sonó la voz de Toni, que la miraba babeando.
Fue a darse la vuelta para ignorarlo y, de pronto, su pie pisó algo que no era el suelo. Lo primero que le vino a la mente fue que Marisa, desde las alturas, se las había ingeniado para que ahora tropezara y acabara en el suelo dolorida. Pero al fijarse en lo que había pisado se dio cuenta de que la culpa no era de nadie más que suya: no había recogido del suelo la maza que le había tirado la profe… Consiguió esquivarla y solo dio un tropezón.
—No como otras… —soltó Toni mirándola con la barbilla alta.
—Cállate —le dijo Lucía conteniendo otra vez la vergüenza. No había parado de hacer el ridículo desde que había empezado la clase.
Por lentas, ellas tres eran las últimas en subir. Lucía miró los cuatro metros de cuerda fijamente y le pareció una amenaza en potencia. No importaba que toda la clase acabara de ascender por ella, los planes de Marisa eran retorcidos e imprevisibles, no se podía fiar. Notó un viento frío en el cogote.
Cogió la cuerda con ambas manos y tiró de ella con todas sus fuerzas. Una vez y después otra… Parecía que estaba bien sujeta. Miró a Susana y a Frida, quienes hacían exactamente lo mismo que ella: velar por sus huesos.
—Es para hoy —sonó la profesora Maite.
Les prometió que la cuerda no se caería, nunca lo había hecho.
—Siempre hay una primera vez… —respondió Frida.
Lucía hizo presa con los pies y comenzó a subir lentamente, todavía desconfiada. Cada vez que ascendía un poco miraba al suelo para calcular cuánto daño se haría en caso de caerse. Se cogía fuerte con pies y manos como si eso fuera a ayudarla mucho… Siguió subiendo un poco más.
Estaba por la mitad cuando le pareció que ya era suficiente y comenzó su descenso hasta casi caer de culo... El ascenso de Susana fue más o menos como el suyo. Frida, sin embargo, siguió ascendiendo hasta el final. ¡Qué crack! Eran pocos los alumnos que lo conseguían, y la mayoría, chicos. Lucía no pudo evitar dar un aplauso; uno y no más, porque los brazos le dolían del esfuerzo....
Caminaron tranquilamente hacia los vestuarios con la sensación de haber ganado el premio final: habían terminado la clase sin lesiones y con los huesos enteros. A punto de llegar a la puerta, Susana chilló:
—¡Los vestuarios! ¡La ropa! ¡Marisa! —anunció en plan indio.
No se habían dado cuenta de que los compañeros habían llegado a los vestuarios antes que ellas. También Cruella. Lucía comprendió y miró a Frida: Marisa tenía vía libre para hacer lo que quisiera con su ropa.
—A correr —ordenó Frida con voz de ultratumba.
Aunque a ninguna le quedaban ya fuerzas de nada, se obligaron a hacerlo.
En los vestuarios, la mayoría de las chicas salía en dirección a clase para recoger sus cosas y marcharse al fin a casa. Lucía miró a un lado y a otro, no había ni rastro de Marisa. Tampoco sonaba ninguna ducha y su ropa seguía colgada tal como la había dejado ella. Intacta.
Libres de peligro, se cambiaron y se fueron a clase. Estaban agotadas.
Lucía quitó el candado de su taquilla satisfecha de que el día acabase sin incidentes. Sin embargo, al abrirla se quedó pálida. En su interior había algo que no esperaba, algo mucho peor que cualquier cosa que se hubiera atrevido a imaginar… Volvió la cabeza hacia Frida y Susana, paralizadas igual que ella. Las tres taquillas guardaban exactamente lo mismo: un papel en blanco con una única palabra escrita:
A primera vista infantil, ese papel desvelaba el grado de maldad que podía alcanzar Marisa. Sacó una foto con el móvil y se la mandó a Marta por el WhatsApp. Así vería por lo que les estaba haciendo pasar esa bruja.
—Será... —soltó Frida.
Las tres pensaban lo mismo. Con ese susto Marisa les estaba diciendo mucho más de lo que parecía: que sabía que la temían, como también sabía que Bea les había contado lo de la trampa. ¿Y por qué? Pues porque todo, absolutamente todo, formaba parte de su perverso plan. Lucía se dio cuenta de que Marisa se había estado riendo de ellas todo lo que quería y más...