El jueves por la tarde su padre iría a recoger a Lucía al colegio para ir a cenar a su restaurante chino favorito. Lorena se quedaría en casa con Aitana, que había cogido un virus nuevo. Lucía se pasó todo el jueves planeando cómo manipular a su padre para convencerlo de que no necesitaba ningún PROFESOR PARTICULAR. Un puchero por aquí, una sonrisa tierna por allá… ¡y sería cosa hecha! Él sí solía estar de su lado siempre.
No se esperaba para nada que, PRECISAMENTE en ese tema, su padre no quisiera llevar la contraria a su madre.
—¿En serio vas a hacer lo que ella quiere? —le preguntaba Lucía ante su plato de fideos fritos.
—Lucía, si estudias no tendrás ningún problema —respondió él serio.
—Pero para mamá nunca es suficiente. —Puso su mejor cara de pena.
—Sabes que eso no es verdad.
—Porfa, papáááááá, convéncela... —Solo le quedaba suplicar.
—Solo tú puedes hacer eso...
—Ya, aprobando. Como si eso fuera tan fácil. ¡No te digo!
—Sin dolor, no hay recompensa… —David soltó una de sus frases.
Lucía asumió que su padre la había abandonado.
Al día siguiente, aunque ya era viernes y terminaba la semana, se propuso poner en práctica el consejo de su padre: se esforzaría un poco y evitaría soñar despierta... Lo de pasar horas enteras de clase pensando en chorradas sin escuchar una sola palabra del profe se había acabado para ella.
Pero en mates su fuerza de voluntad no le sirvió de nada... El Papudo, el profe, la había llamado a la pizarra. Así que ahí estaba, de pie, mirando esos números escritos una y otra vez… Ya no sabía cuántas veces había escrito el resultado del ejercicio y lo había vuelto a borrar. Tenía la mano más blanca que la tiza que sujetaba. Y el profe seguía erre que erre, como si nada.
—Ostras, Lucía, tienes que fijarte un poco más. Siéntate —le dijo al fin el Papudo antes de hacer salir a la pizarra a la siguiente víctima del día: Susana Solitaria, la experta en matemáticas.
—Genial —se dijo Lucía. Debió de decirlo más fuerte de lo que pensaba, porque el Papudo le respondió:
—¿Decías?
A lo que ella contestó:
—¿Yo? Nada.
Lucía se cerró la boca con cremallera, y vio como Frida le dedicaba uno de sus gestos solícitos (levantó el pulgar arriba como si hubiera hecho algo bien) para animarla. Sin embargo, no la ayudó que Susana demostrara ser una sabionda acertando todos los ejercicios que ella había errado. Terrible.
Lucía pasó el resto de la clase copiando en su libreta números que no tenía ni idea de para qué servían. Para evitar la frustración, acabó por recuperar su técnica de soñar despierta, esta vez, con el concurso que tanto quería ganar. Desde que colgaran los carteles hacía solo dos días, Frida no paraba de quejarse de que sonaba tanto el teléfono que no la dejaba hacer nada. Según ella, había estado a punto de echar humo... ¡Ni que se hubieran anunciado en la portada de la In Touch!
El sonido del timbre la devolvió a aquella horrible clase que acababa de terminar.
—oyó de repente Lucía. Era Marisa.
No le dio tiempo a responderle que ya había desaparecido por la puerta, la muy cobarde…
Cogió su desayuno y su abrigo y salió al patio con sus amigas. No podía dejar de lamentarse de la mala leche del Papudo.
—Estoy harta de ese mendrugo, la tiene tomada conmigo...
—Porque es un hueso de los duros... —le dio la razón Frida—. Pero tú no te preocupes. Aunque yo no soy ningún genio en mates, te enseñaré todo lo que sé.
Se ofreció a ir a casa de su madre al día siguiente para pasar una plácida tarde de raíces cuadradas.
—Pero solo si me prometes que tu madre no me obligará a tener profe particular a mí también… —bromeó Frida para quitarle importancia al ofrecimiento.
—¡Te daría un abrazo! —le dijo Lucía saltando encima de ella.
—No hace falta… —respondió Frida riéndose y quitándosela de encima.
—Yo también quiero echarte una mano, Lucía, aunque no sea una lumbrera. Así que si me aceptáis, me apunto al plan… —se sumó Bea.
—Si me aceptáis, si me aceptáis… —la imitó Frida—. ¡Pero que fifí eres!
Al final acordaron que todas irían a dormir a casa de Lucía el sábado para aprovechar bien todo el tiempo. Además, no solo tenían que avanzar con las raíces cuadradas...
—Aprovecharemos también para organizar ya el casting —propuso Lucía—. ¡De la semana que viene no pasa! Yo ya he pensado algunos pasos interesantes y tenemos que elegir ya a las candidatas y ver qué les pedimos en la prueba. ¿Dónde podríamos hacerlo para evitar a los fisgones?
—En el gimnasio. Así cerramos la puerta y solo entra quien tenga permiso —respondió Frida.