imagen

 

 

Era martes, así que esa tarde Lucía tenía clase en la academia de danza. Cuando salió para volver a casa se encontró con que estaba lloviendo a cántaros. Aunque llevaba en la mochila un paraguas violeta, entre el agua que caía y el aire, acabaría dándosele la vuelta en pleno paso de cebra... como si lo viera. Encima llevaba puestas las zapatillas rojas, y se le iban a empapar de camino a la parada del autobús. Por no contar con el riesgo que corría de pillar una pulmonía...

No quería llamar a su madre porque le recordaría todas las veces que le había dicho que la iba a recoger y que ella había rechazado. Su excusa: que ya era mayor para eso, podía volver a casa sola, gracias. Sin embargo, el diluvio universal quizá fuera una excepción.

De momento, decidió cerrar su paraguas y quedarse protegida por la cornisa del local de la academia. Quizá aclarase el cielo más tarde, a pesar del color gris espeso que tenía en ese momento... Sus compañeras fueron saliendo y despidiéndose de ella una tras otra.

Al final se quedó completamente sola en la puerta. Echó la vista arriba: los nubarrones seguían ahí, y parecía que iban a estar descargando agua durante los siguientes tres meses...

—Pffffff —resopló, un poco indignada con la situación. No le gustaba nada dar la razón a su madre…

Aun así, se mordió la lengua, cogió el móvil y la llamó. Probablemente estaría todavía en la agencia.

—Quédate veinte minutos dentro y no te muevas —dijo nada más coger la llamada.

Pero a Lucía no le apetecía volver dentro cuando ya había dicho adiós a todo el mundo. Además, ahora les tocaba clase a las mayores y le daba un poco de vergüenza sentarse ahí a ver lo bien que bailaban. Decidió entrar y quedarse en el vestíbulo para que su madre la viera salir de dentro y no le echara la bronca. A través de la puerta de cristal, veía perfectamente lo que ocurría fuera.

No habían pasado ni diez minutos cuando un coche paró justo delante y bajó una de sus ventanillas. Hizo como que miraba a otro sitio para no parecer cotilla. Pero… ¡ostras! Resultó que la cabeza que asomaba por la ventanilla del copiloto la llamaba a ella: ¡se trataba de Eric! No se lo podía creer...

Lucía salió del vestíbulo, abrió su paraguas y se acercó al coche sorteando los charcos.

 

imagen

 

—¿Te llevamos? —le preguntó.

Saludó a la madre de Eric y respondió:

—Estoy esperando a mi madre.

Cerró los puños para contenerse y no soltar lo que en realidad estaba pensando: de haber llegado un poco antes sí podría haber ido en el coche con él y contárselo a las chicas al día siguiente. Pero ahora… su madre ya estaba avisada.

—¿Seguro? —le volvió a preguntar.

Se tomó unos segundos para visualizar el castigo que recibiría si su madre llegaba y ella ya se había marchado… Optó por salvar su cuello, darle las gracias y despedirse. Le pareció ver un gesto de fastidio en su cara, aunque quizá lo imaginó. Lo cierto era que Eric había hecho un gran esfuerzo parándose ahí con el coche y su madre dentro, para hablar con ella…

Se quedó tan atontada viendo cómo Eric se alejaba a través del chaparrón que no cayó en que habían pasado los veinte minutos fijados por su madre.

Cuando oyó los gritos de María desde el coche, Lucía estaba en mitad de la acera, debajo de su paraguas aplastado por la lluvia y bastante empapada.

—¿No te había dicho que esperaras dentro? —la increpó en cuanto entró en el coche.

Tan distraída como estaba, Lucía no hacía más que sonreír.

—¿Qué te pasa? Parece que estés en Babia. Menuda edad tenemos, cualquiera os entiende... Hace un momento me llamas enfadada por el agua y ahora pareces la persona más feliz del mundo…

Mientras María hablaba sin parar sobre las malas edades, los conductores que iban pisando huevos al volante y que no la permitían avanzar a más de diez kilómetros por hora… Lucía se dedicó a pensar en Eric. Le quedaba genial ese pelo rubio medio mojado por la lluvia, y había estado tan cerca de ella, solo separado por la ventana medio bajada, y con sus ojos verdes casi irreales mirándola fijamente… Un escalofrío le recorrió la espalda. Desconocía si todavía tenía esa cosa tan importante que decirle, después de todo lo que había pasado. Por lo menos, parecía interesado en ella, y tampoco iba a presionarlo...

 

imagen

imagen