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A la mañana siguiente se hubiera quedado durmiendo el día entero, pero su madre la despertó subiendo la persiana hasta arriba. Tuvo que hacer una grieta en la pared, incluso…

—No quiero, mamá, por favor... —le suplicó Lucía escondiéndose debajo de todas las mantas.

—Lo que no te mata te hace más fuerte —le soltó la muy bruta, dejándola toda destapada. Y, después—: A fuerza de ir todo mal, comienza a ir todo bien.

Decididamente, había abandonado la técnica blanda de la noche anterior. También había optado por recuperar todas las frases hechas de su padre.

—Yo no quiero ser más fuerte, solo seguir soñando cosas buenas...

—De eso nada. Hoy solucionarás tus problemas —le insistió María sin piedad ninguna.

Lucía se dirigió al baño a paso de caracol y le dedicó una de esas miradas de odio que a su madre se la traían al fresco. Por lo menos había tenido el detalle de encender el calefactor y estaba calentito. También le había dejado el uniforme preparado.

Mientras le caía el agua caliente por la cabeza, empezó a sentirse más optimista y valiente...

En cuanto puso los pies en la escuela, Frida, Susana y Raquel se acercaron a ella como con prisas. Lucía se quejó de que todo el mundo insistiera en correr esa mañana menos ella... ¡quería que la dejaran en paz!

 

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—¡Corre! ¡Ven! —la gritaron cogiéndola del brazo y quitándole la mochila.

—¡¡¡Pero ¿¿¿qué os pasaa???!!!

Todos sus intentos por descubrir algo eran ignorados mientras la empujaban escaleras arriba. Era como si un tifón o algo peor se la quisiera tragar por mucho que ella peleara.

—Es top secret, pero pronto lo sabrás —la tranquilizó Frida.

Lucía se dio cuenta de que pasaban de largo su clase y seguían adelante en dirección al aula de estudio, justo al final del pasillo. Bea estaba en una esquina del aula y la miraba con ojos de perro abandonado, ya no con la indiferencia del día anterior.

—¿Qué pasa aquí? —quiso saber.

—Pues verás... —comenzó a hablar Frida.

Carraspeó en plan teatro antes de iniciar su explicación. Bea le había escrito un correo la noche anterior diciéndole que tenía que hablar con ellas muy seriamente por algo que había descubierto...

—¿Y por qué te escribió solo a ti?

—Hombre... —comenzó a hablar Bea.

—Hombre ¿qué? —la increpó.

Bea reconoció que tal como había terminado la discusión el día anterior, estaba segura de que eliminaría cualquier correo que quisiera enviarle. Lucía tuvo que darle la razón en eso... Le sorprendió descubrir que ya no había rencor en la voz de Bea, ni tampoco frialdad. ¿Qué había cambiado?

—Marisa quiere haceros daño —anunció entonces Bea con voz grave. Estaba respondiendo a su pregunta sin necesidad de oírla.

—Menuda novedad —respondió decepcionada Lucía de que ese fuera el notición.

Bea rectificó y aclaró la envergadura de la noticia: no era solo que quisiera fastidiarlas como lo había hecho siempre, sino que quería provocarles auténtico daño, de dolor. Les explicó que la tarde anterior oyó cómo Marisa planeaba con las Pitiminís una nueva fatalidad para que no se pudieran presentar al concurso. Así que había corrido a contárselo porque no quería juntarse con gente como Marisa ni que les hicieran daño: debían creerla, la había engañado con sus buenas y falsas palabras. Incluso le había dicho que iría a verla en su próxima audición de violín y ella se lo había creído...

—Creo que se me fue la cabeza... —concluyó Bea para tranquilidad de todas.

—De todas maneras no nos presentaremos al concurso... —desveló Lucía—. Ya no somos cinco.

Lucía miró fijamente a Bea y Bea a Lucía. Cada una sabía exactamente lo que pensaba la otra. No les hacía falta hablar para saber cuánto se arrepentían de todo lo que se habían dicho.

—Lo siento...

—¡Y yo! —la abrazó Lucía sin pensárselo más.

—Te he echado de menos.

—Y yo a vosotras —respondió Bea con la cara hundida en su melena pelirroja.

Cuando se separaron, las dos tenían los ojos llorosos.

—Bueeeno, ya basta de tanta sensiblería —se quejó Frida.

Retomó el tema que era fundamental en ese momento: Marisa y su plan maléfico. Bea les contó que Marisa intentaría hacer alguna trampa en la clase de gimnasia para lesionar a las que iban a su clase. De ese modo se aseguraría su fracaso en el concurso.

—Pues sí que se toma molestias… Debemos de ser una amenaza seria. Tendríamos que sentirnos halagadas… —sugirió Lucía contenta de que todo se hubiera arreglado.

—¡Lo que faltaba! —exclamó Frida.

—Aún tendremos que darle las gracias a la tía esta... —reconoció Raquel.

—¿Cuándo toca gimnasia? —preguntó Lucía.

—Pues esta tarde a última hora... —recordó Susana.

 

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