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—¡Está libre el próximo jueves a mediodía! ¡Os la reservo! —gritó Maite, su profe de gimnasia, desde la pista de baloncesto. Estaba practicando con unos alumnos de primaria tiros a canasta.

—Solo estaremos la hora después de comer —le confirmó Frida.

Con el gimnasio ya reservado, se dirigieron hacia su olivo para pasar lo que quedaba de recreo. De camino, Lucía comenzó a mordisquear una de las madalenas que había cogido de casa esa mañana. Las ganas de que llegara el sábado le habían abierto el apetito. Le dio tres mordiscos y casi la engulló entera.

Tan concentrada estaba que no vio aparecer de la nada un balón de fútbol. Ni tampoco cómo se enredaba con sus pies y casi la hacía tropezar. Malhumorada, fue a darle una patada para enviarlo bien lejos, pero al alzar los ojos se quedó petrificada cual estatua de sal: Eric corría hacía ella hondeando la melena. Masticó todo lo rápido que pudo mientras se preguntaba si la habría visto casi caerse... Susurró en voz baja y entre dientes, pero en el inconfundible tono de una orden: «Quedaos», y Frida y Bea obedecieron manteniéndose paradas a su lado. No quería quedarse a solas con Eric, porque acababa de hacer el peor de los ridículos y era probable que él lo hubiera visto...

—Hola —saludó Eric serio. imagen

No había duda de que la cosa entre ellos se había enfriado desde antes de Navidades: apenas se habían dirigido la palabra desde entonces. Pero aun así, cada vez que lo veía, Lucía notaba ese hormigueo inconfundible. Carraspeó y le respondió igual de concisa:

imagen—Hola.

Las demás la imitaron.

Cuando estuvo segura de no tener restos de madalena en la boca, Lucía le dedicó su mejor sonrisa esperando que le hiciera olvidar el traspié de hacía un momento.

—Perdona, casi te caes por culpa del balón —se disculpó mirándola.

—No, no ha sido nada —titubeó. imagen

Notó como sus mejillas se encendían al instante.

—Échale la culpa a Jaime, que no sabe ni dónde está la portería…

—No, si tampoco me he caído…

Cada vez que Eric le dedicaba una sonrisa y marcaba sus dos hoyuelos, Lucía pensaba en lo perfecto que era y notaba como un millón de mariposas inundaban su estómago.

—¿Las haces tú? —le preguntó Eric de pronto, señalando la mano de Lucía.

—¿El qué? ¿Las madalenas? —le preguntó enseñando lo que le quedaba de ellas, un montón de migajas estrujadas. Con los nervios, las había machacado dentro de sus bolsitas.

Eric se rió antes de corregirla:

—No, las pulseras. Molan.

Lucía intentó disimular el calor que notaba en toda su cabeza mientras le contaba un montón de tonterías sobre cómo se hacían, qué colores combinaban y cuáles le gustaban a ella... hasta que se dio cuenta de lo ridícula que era aquella situación y se calló. Por suerte, antes de que se la tragara la tierra, Frida salió al rescate rompiendo el silencio:

—Si tu amigo Jaime no sabe dónde está la portería deberíais cambiar de delantero.

—No te voy a decir que no —respondió Eric divertido.

Frida hizo uso de su habilidad parlanchina, bromeando y diciéndole que si les faltaban jugadoras las avisaran antes de pasarles el balón.

—Bueno, no os entretengo más, supongo que iréis a vuestro árbol... —soltó Eric de repente.

—Tampoco hay prisa —se le escapó a Lucía a pesar de que ya quedaban pocos minutos para que terminara el recreo.

Todos se rieron mientras ella notaba cómo le subía todavía más el calor. Se imaginó a sí misma como un tomate parlante. Por suerte, los gritos de los amigos de Eric les interrumpieron:

—¡Deja a tu novia y vuelve ya, macho! —gritó Jaime.

imagen se repitió mentalmente. Lucía comenzó a volver la cabeza a un lado y a otro, para ver si alguien más había oído lo mismo que ella. Se fijó en que Eric tenía las mejillas tan incendiadas como las suyas.

—¿Tienes prisa por volver a perder el balón? —respondió Frida picándolo.

Eric levantó la mano para pedir un minuto más a su amigo y entonces miró directamente a Lucía a los ojos y le preguntó muy serio:

—¿Te pasarás el domingo por el partido de vóley?

imagenNormalmente, cuando uno de los equipos del colegio tenía partido en casa, los compañeros iban a animarles. Era una forma de pasar el día. Ellas siempre iban para apoyar a Frida y solían ver a Eric con sus amigos, también...

—Claro. Allí estaré —respondió haciendo como que no le daba importancia.

—Vale. Yo también. —Se le iluminó la cara, o eso le pareció a Lucía—. Bueno, pues… hasta luego —se despidió finalmente y se alejó.

Estaba a punto de empezar a dar saltos de alegría cuando Eric se volvió en dirección a ella otra vez, ya desde lejos. Fue a decir algo más, pero, en lugar de eso, sonrió y se dio la vuelta de nuevo para continuar la carrera hacia sus amigos.

—Está loco por ti —susurró Frida dándole un codazo.

—¿Tú crees? No sé qué me voy a poner el domingo...

—No te pongas los zapatos de tacón, para un partido de vóley no es lo más adecuado… —la aconsejó Bea.

—Esta tarde o mañana me arreglo el pelo sin falta —anunció soplándose los mechones que le tapaban casi los ojos—. Así tendré el flequillo en su sitio.

Notaba una especie de danza en el estómago: ¡era la primera vez que hablaba con Eric de verse fuera del horario de clase! No podía esperar a que llegara el domingo…

El timbre sonó obligándolas a regresar a la siguiente clase. Lucía se pasó el resto del día recordando los detalles de la conversación más larga que había tenido con Eric desde el Festival de Navidad. También estuvo imaginando la que tendrían el domingo después del partido, ¡no quería volver a quedarse callada como una pánfila! Repasó lo que ella le había dicho hacía un rato, lo que él le había dicho, sus ojos enrojecidos por el esfuerzo del partido, su camiseta arrugada, esas pantorrillas tan blancas que sobresalían de los pantalones cortos azules de deporte... ¡Le iba a resultar muy difícil concentrarse en estudiar!

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