imagen

 

 

—Vamos a hacer una tabla con todas las chicas que te han llamado, Frida —sugirió Lucía sentándose frente al escritorio y quitándose todavía tomate de la cara.

Al encender el ordenador, Lucía vio que tenía un e-mail nuevo. Era de Marta.

 

 

De: Marta (lapoetisamarta@hotmail.com)

Para: Lucía (let’sdance@hotmail.com), Frida (arribaFrida@hotmail.com), Bea (doremi@hotmail.com).

Asunto: Rastafari look

Adjunto: despedida.jpg

 

Chicas:

Os echo tanto de menos que me he puesto a mirar otra vez las fotos del día de nuestra despedida. ¿Verdad que en esta parece que me haya hecho rastas? Jejeje

Besoooooos, ZR4E

 

 

 

Una foto del Club de las Zapatillas Rojas apareció en la pantalla. Estaban en la habitación vacía de Marta. Como nadie podía hacer la foto, habían colocado la cámara en el suelo aguantada por un vaso de plástico y se habían tumbado las cuatro mirando de frente, con la cara apoyada en las manos. Al fondo, se veían los pies de todas levantados con las zapatillas rojas.

Se pusieron de acuerdo y le escribieron la respuesta entre las tres:

 

 

De: Lucía (let’sdance@hotmail.com),

Para: Bea (doremi@hotmail.com), Frida (arribaFrida@hotmail.com), Marta (lapoetisamarta@hotmail.com)

Asunto: Re: Rastafari look

 

Marta:

Con rastas o sin ellas, tu pelo por lo menos no parece de Barbie teñida. Frida se queja de su cara de cazurra y Bea de que sale bizca. Como ves, ninguna está contenta. Anda, mándanos una en la que salgamos dignas. Ya me encargaré yo de colgarla en los álbumes de mi perfil del Tuenti, ya sabes cuánto me gusta tenerlos bien actualizados (Lucía).

Besoooooos, ZR4E

 

 

 

—Cómo molaría que estuviera aquí... —Frida dijo lo que todas estaban pensando.

Lucía sacó de su bolso bandolera la bolsa de chuches que había preparado para esa noche y se la pasó a las chicas para que fuera rulando. Después de la pizza, no había nada mejor que unos cuantos ositos de azúcar, moras, lenguas ácidas y regalices... Abrió el Word y comenzó a hacer una tabla para poner los datos de las candidatas.

 

imagen

 

Frida sacó unos cuantos papeles sueltos de su mochila, algunas servilletas, trozos de libreta, incluso un calcetín sucio... Estaba todo arrugado y casi no se podía leer lo que tenía escrito. Se quejó de que cada vez que alguien la llamaba por teléfono la pillaba en un sitio diferente y que por eso había tenido que apuntar los nombres y teléfonos en lo primero que tenía a mano.

—También tengo un par de e-mails en mi bandeja de entrada —las avisó cuando hubo tragado la primera gominola.

Bea fue cogiendo esos papeles uno a uno, los alisaba con las manos y trataba de leer lo que en ellos ponía:

—¿Ca... rat... orta? —preguntó entrecerrando sus ojos verdosos de gata.

Lucía se echó a reír al darse cuenta de la burrada que acababa de soltar. Si todos los nombres iban a estar escritos así, estaban apañadas. Bea comenzó a desternillarse también.

—Así que vais de listillas, ¿eh? ¡Pone Carlota! —protestó Frida.

 

imagen

 

Cogió los papeles a Bea de un manotazo y comenzó a leer los nombres, un poco a trompicones, para qué negarlo:

—Carlota Sierrrrrra… Raquel Martínez, mi capitana de vóley… Susana Écija, más conocida como la friki Susana Solitaria… CCClaaaaara Alonso...

 

imagen

 

—¡Ya basta! —le exigió Lucía—. Ya he captado la directa. Ahora léelos más lentamente, que mis dedos no vuelan.

—Ah, como decías que no se entendía nada…

Lucía resopló mientras empezaba a escribir en el ordenador algunos de los nombres.

—Bea, ¿puedes comprobar que no me equivoco con los números de teléfono?

—¡Claro!

Lucía odiaba que le ocurriera eso y no sería la primera vez ni la última: llamar al número de teléfono que crees que pertenece a tu padre y que te salga la voz de un desconocido quejándose porque le has despertado de la siesta. Vergonzoso, sí.

Fue rellenando, así, la tabla de las candidatas al casting mientras Bea le iba pasando chucherías. Nombres, teléfonos y comentarios previos para situar del tipo de: «Es flexible y puede tocarse el cogote con la pierna», o «Chica enigmática y ojerosa». Eso cuando le sonaba de algo el nombre, porque también los había a los que no podía ponerle (ni ella ni las demás) cara. En esos casos, en el apartado de comentarios, añadía: «Nisu», de «ni su padre la conoce».

 

imagen

 

En total contó quince chicas que debían citar para que hicieran la prueba del casting ese jueves. Ahora solo faltaba pensar en qué consistiría la prueba y llamarlas.

—¿Preparamos unos pasos para ver si saben hacerlos? —propuso Lucía.

—Naaa, si les damos libertad vendrán con más ganas —resolvió Frida.

—Tampoco van a tener mucho tiempo para practicar —recordó Bea—. Si las llamamos mañana, hasta el jueves solo tienen cuatro días.

—Mejor, más natural —soltó Frida.

—Sí. Lo mejor será que ellas escojan su canción, traigan su propio CD y que bailen lo que les dé la gana. ¿Qué opináis?

—Trato hecho, chicas. —Bea apoyó la decisión y también Frida.

Las tres cerraron el acuerdo con un apretón de manos.

Comentaron que si lo hacían después de comer, tampoco tendrían todo el tiempo del mundo. Así que pactaron dar dos minutos a cada candidata para exhibirse.

—Después comentamos lo que ha puesto cada una en su tabla —les recordó Lucía.

—Y también con Marta, antes de decidir nada —añadió Bea.

Para completar la preparación del primer casting del Club de las Zapatillas Rojas solo faltaba una cosa: repartirse los nombres de las candidatas para llamarlas entre las tres.

—¡¡¡Qué emocionante!!! —exclamó Frida ya metida en el saco que compartía con Bea, a los pies de la cama de Lucía. Tenían la luz apagada y solo se entreveían las caras a través de la luz de la calle que entraba por la ventana—. No sé si voy a poder dormir...

Frida se meneaba en el saco nerviosa.

—¡Ayyyyyy…! —gritó Bea de pronto.

—¿Qué te pasa?

—¡Que tienes los pies fríos! —protestó separándose de Frida.

—No te quejes que tampoco es para tanto…

Lucía salió de su cama y se metió en el saco con sus amigas, dejando a Bea justo en el centro.

—¿No querías calor? —le dijo a Bea.

—Jo, Lucía, parece que hayas estado asándote al horno. ¿De qué está hecha tu cama? ¿De carbón? ¡Qué calor, por Dios! —soltó Frida destapándose.

Las risas no paraban de sonar.

—¿Os imagináis que ganamos el concurso? —les preguntó Lucía mirando al techo.

—Yo sé que soy una chafaplanes, pero, Lucía, no puedes creer que está ganado antes de que lo esté. Si no, luego te llevarás un chasco —la advirtió Bea.

 

imagen

 

—Mira, Bea, quien no arriesga no gana —le replicó Lucía. Esa era otra de las frases animosas de su padre.

—Exacto. Y tampoco es malo hacerse ilusiones, leche —le dio la razón Frida.

—Yo no digo eso, por favor, entendedme chicas. Solo os recuerdo que no todas las ilusiones se cumplen...

Frida comenzó a roncar en plan cerdo para callar a Bea y funcionó. Entonces pararon los ronquidos y, de pronto, se hizo el silencio en el cuarto.

—Frida, desde luego… eres más bruta que un bocadillo de cemento —le regañó Lucía rompiendo la tensión.

La risa de Bea comenzó a sonar desde el centro del saco.

—Puaaaaaaj, ¿y me llamas tú bruta a mí? —se quejó Frida—. ¿De dónde sacas esas expresiones? ¿De un manual para listillos?

Bea no podía parar de reír, doblada como estaba ya y todo.

—Pero si aquí la única listilla eres tú, las demás somos más tontas que las piedras —soltó Lucía.

Después alargó el brazo, cogió un cojín de su cama y le dio un cojinazo a Frida, que se lo devolvió con su almohada. Bea también recibió y se defendió moviendo la suya a un lado y a otro con los ojos cerrados, repartiendo almohadazos tanto a Lucía como a Frida. Total, para lo que se veía…

La guerra de almohadas duró un rato, hasta que Lucía se volvió a su cama agotada de hacer carreras por la habitación para que no la pillaran. Tras darse las buenas noches, las chicas fueron cayendo como moscas. Lucía se durmió pensando en que todavía les quedaba un largo camino hasta el concurso. Claro que sabía que no iba a ser fácil, pero valía la pena intentarlo.

imagen