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—Al final le he dicho a Marcos que nos ayude con la grabación —dijo Bea resoplando cuando acabaron el ensayo en el gimnasio.

Estaban a jueves y solo faltaban tres días para el domingo.

Todas la miraron y seguidamente dirigieron sus ojos a Frida, sin saber muy bien qué decir. Estaban empapadas de sudor después de haber repetido el baile treinta veces.

Como si no tuvieran bastante con los nervios por tenerlo todo preparado, ahora cabía la posibilidad de que Marcos estuviera presente en la grabación. ¡Un chico viéndolas bailar!

—¿Cómo dices? ¿Cómo se te ha ocurrido eso? —preguntó Frida con los ojos muy abiertos.

Frida argumentó la mala idea que le parecía aquello: ¿y si no hacía bien los pasos?, ¿y si se equivocaba?

 

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—Yo se lo sugerí —confesó Susana—. Necesitamos ayuda y, además, así podrás hablar con él de una vez, Frida. —Retomó su idea de que Frida llevara a cabo su plan de las frases memorizadas. No le habían vuelto a ver desde que escogieron la canción y esa sería su oportunidad de demostrarle que no era ninguna niña pequeña.

—No sé, yo… —fue a quejarse Frida, pero Bea la interrumpió.

—Está estudiando para la selectividad y ha aceptado, así que ahora no pienso decirle que no. Hizo un vídeo para un proyecto de clase y sacó un sobresaliente... —explicó Bea.

El timbre sonó en plena discusión sobre si Marcos debía ayudarlas o debían pedírselo a un adulto. También entraron otras cuestiones como si se veía con alguna chica en vez de tanto «estudiar». Se quitaron el chándal y, de camino a clase, Bea juró y perjuró a Frida que todos los amigos que iban a buscarle eran chicos, y que la última chica que le había llamado a casa había sido, por lo menos, en verano.