Cuando llegaron a la puerta de su clase, se dieron cuenta de que estaba cerrada. MALA SEÑAL. Lucía deseó con todas sus fuerzas que se hubiera cerrado por un golpe de viento y no porque la Urraca estuviera ya dentro. Pero sí estaba, y tras su «el tiempo es oro» de rigor, les puso un negativo a cada una. Iría directo al lado de la balanza del PROFESOR PARTICULAR, pensó Lucía. Su madre le recordaba la amenaza cada dos por tres a pesar de que las últimas notas le estaban yendo la mar de bien. Cuando la veía repanchingada viendo una peli en la tele anunciaba, como si no fuera con ella:
—Creo que el vecino del quinto es un experto
en matemáticas...
O cuando entraba en su habitación por sorpresa —mala manía la suya— y la pillaba chateando en el ordenador:
—Me han hablado de una academia de inglés que hace milagros...
Soltaba Lucía entonces la primera excusa que le venía a la cabeza: estaba descansando la vista, estaba repasando mentalmente, está todo aquí —señalándose la sien—… Y dejaba lo que estuviera haciendo para volver a sus libros.
Ya en su pupitre, estaba abriendo la libreta para revisar los últimos ejercicios. De pronto, oyó un estruendo y un grito de la profesora que casi hace estallar el cristal de las ventanas.
Al alzar la vista, Lucía vio cómo la Urraca se levantaba de un salto y corría en plan pantera hacia donde estaba Frida, en la otra punta de la clase. Ya consciente de lo que ocurría, Lucía hizo lo propio para volar hasta su amiga: Frida estaba tirada en el suelo, con el pie aplastado por una parte de la silla, que parecía haberse desmontado cayéndole encima. Todos los alumnos se acercaron para ver qué ocurría.
Aunque no era verdad, la cosa pintaba bastante fea.
Frida era una persona lo que se dice dura: Lucía no recordaba haberla visto llorar casi nunca. Por ese motivo, cuando vio que los ojos de su amiga soltaban auténticos lagrimones, supo que algo estaba muy, pero que muy mal.
—Yo la ayudo —anunció Lucía cogiendo el brazo de Frida y ayudándola a ponerse en pie.
Susana se quedó encargada de la clase mientras ella y la Urraca acompañaban a Frida al botiquín, que estaba en la sala de profes. Frida arrugaba la nariz y la frente cada vez que se le movía el pie.
—¿Estás bien? —le preguntaba Lucía.
—Podría estar mejor... —respondía su amiga.
La sala estaba atiborrada de profes que cacareaban y bebían café. En cuanto las vieron llegar, ayudaron a Frida a sentarse en una silla, le quitaron el zapato y los leotardos: el pie derecho estaba como una bota y empezaba a ponerse de un color azulado oscuro. Podía ser que estuviera roto...
—Hay que llevarla a un hospital —anunció la Urraca.
—Yo me voy con ella —dijo Lucía sin pensarlo.
La Urraca, sin embargo, lo pensó más. Le ordenó que volviera a clase inmediatamente porque allí ya no pintaba nada. Iban a llamar a sus padres para que fueran directamente al hospital. El padre de Frida era pediatra y hablaría con los médicos.
Lucía intentó oponer resistencia, pero de nada le sirvió. Al final, prometió llamar a Frida esa tarde y regresó a clase como si llevara botas de plomo.
—Mira esto —le pidió Susana cuando llegó al aula.
Abrió la palma de la mano y le enseñó una pieza minúscula: un tornillo. Después se acercó a la silla de Frida y le enseñó el hueco del que había salido... Encajaba perfectamente. Revisaron los demás de la silla y vieron que todos estaban apretados con fuerza, todos menos uno, el que se había soltado. Lucía comprendió lo que eso significaba: no se había soltado, alguien lo había desatornillado.
—Aquí huele a premeditación... —soltó con la cabeza dándole mil vueltas.
Los alumnos estaban desbocados. Ninguno repasaba ni leía nada, todo lo contrario: sentados en las mesas hablaban a voz en grito sobre el fin de semana que se acercaba. Lucía y Susana se fueron a una esquina para comentar lo que acababan de descubrir: alguien había quitado ese tornillo a propósito para que Frida se cayera y se hiciera daño. Eso no era una broma, era un ataque directo...
—Quién… —fue a preguntar Lucía.
Pero no le hizo ninguna falta. ¿Quién había amenazado con atacar a cualquiera de ellas? Sus ojos se dirigieron directos hacia la que tenía que ser la culpable: Marisa; sentada sobre su mesa más sola que la una. Hacía un par de días que no se veía a sus seguidoras haciéndole el coro como de costumbre... Debió de percibir que la miraban porque se volvió lentamente hacia ellas, las miró... ¡y sonrió! Sonrió con una malicia que parecía casi de locura. A Lucía se le pusieron los pelos de punta.
—Ha sido ella —confirmó rotunda.
Escribió un WhatsApp en el Grupo Ganador. Raquel y Susana todavía no sabían nada:
«RUNION URGNT dp d clas».
Primero contestó Bea, que debía de estar más pendiente del móvil que de su clase:
«¿Ké a psado......... ?».
Después lo hizo Raquel:
«??????????????».
Lucía consultó con Susana antes de escribir:
«Frida erida. Marisa atakdo».
De: Marta (lapoetisamarta@hotmail.com)
Para: Bea (doremi@hotmail.com), Frida (arribaFrida@hotmail.com), Lucía (let’sdance@hotmail.com)
Asunto: Re: Más bruja no se puede ser
Adjunto: getwell.jpg
¡¡¡Madre mía!!!
Frida, te mando esto a ver si te anima un poco. En mi clase también hay Pitiminís: tiran libros o bandejas del comedor al suelo, se ríen de ti si no aciertas una pregunta del profe... La líder se llama Arabelle, y haría muy buenas migas con Marisa, camina con los mismos aires de princesa. Como me inflen las narices les soltaré un par de insultos que Kellen y Viveka me han enseñado. Ayer estuvimos estudiando juntos en la biblioteca y después fuimos a comer una hamburguesa a un bar cerca del colegio. ¡Os caerían de maravilla!
Miss u,
ZR4E