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—¡Fabuloso!, ¿no?

—Eres una máquina, tía.

—Qué fuerte...

Esa mañana, cuando en la puerta de la escuela Lucía explicó a las chicas su plan, a todas les entusiasmó. ¡Claro que era una buena salida al marrón en el que estaban metidas!

Frida no fue a clase porque estaba dolorida. Según su padre, tendría que quedarse un par de días en casa para reposar y empezar a practicar con las muletas. Las chicas quedaron en que esa misma tarde irían a verla para que también ella estuviera enterada del plan.

El día se pasó rápido mientras dirigían toda su mala energía a Marisa, y se aseguraban de que la recibía. Susana se paseó por la mesa de la Pitiminí acusándola de criminal y canalla. En la puerta de la clase, Raquel tosió a su lado, enviándole alguna que otra bacteria a su bocadillo. Incluso Bea, la que nunca decía tacos, la había abordado en la puerta del lavabo para despreciar su persona. Para cuando llegaron el fin de las clases, Marisa no debía de tener ninguna duda de que todas sabían quién era la culpable del estado de Frida. Sin embargo, por alguna razón que no alcanzaban a entender, ella no respondió a ninguna ofensa. Algo de lo más insólito teniendo en cuenta su historial. Solo hacía que bajar la cabeza y tratar de ignorarlas.

—Cuánto amor...

La voz de Eric sonó al lado de Lucía justo cuando salía de clase. Lucía pensó que su corazón iba a salírsele de la boca, hasta que cayó en la cuenta de a qué se refería él: acababa de oír cómo llamaba a Marisa bruja despiadada.

—Marisa ha dejado coja a Frida —consiguió pronunciar al fin.

Le explicó brevemente lo ocurrido y Eric se quedó con cara escandalizada. Su mandíbula parecía no dar más de sí.

—Entonces ¿no habrá concurso? —le preguntó él.

Lucía notaba como se le doblaban las rodillas al ver como la miraba fijamente.

—Sí, bueno… —titubeó todavía buscando las palabras—. Ahora ya tenemos una solución.

—Ah, ¿sí? —le preguntó él con gran interés.

Lucía empezó a explicárselo, se hubiera quedado charlando con él todo el día, pero llegaron las chicas y los interrumpieron de golpe y porrazo. Marisa estaba a punto de marcharse a casa y era el momento de dedicarle la última perla insultante del día. Así que se dejó arrastrar por ellas. Cuando estaba ya en las escaleras, se dio cuenta de que ni siquiera se había despedido de Eric...

Al llegar a casa de Frida, su amiga estaba sentada en el sofá con la pierna estirada sobre los cojines, con Ricky dormido justo a su lado y rodeada de caprichos. Dani iba y venía con un vaso de agua, un cojín, el mando de la tele...

—¿Habéis visto qué bien educado lo tengo? —susurró Frida. Después le echó para que la dejara a solas con sus amigas.

—Yo no consigo que mi hermanastra me deje ni el baño libre por las mañanas —se quejó Lucía.

Se sentaron todas alrededor de Frida.

—Qué mala pata tengo…

Cuando todas la miraron se quejó de que no podría jugar a vóley casi hasta la temporada siguiente.

—Además, tampoco podré bailar para el concurso, y eso sí que es una desgracia —anunció como si hubiera esperado hasta el último momento para confirmar ese hecho.

Lucía miró a sus compinches aguantando un poco la incógnita sobre las noticias que traían.

—Es lo que hay... —dijo sin poder evitar una sonrisa.

Las demás la imitaron sin querer.

—¿Estáis p’allá o qué? Hay mucho en juego... Marta...

La hicieron sufrir un poco más pero al final se lo contaron. Poco a poco se le fue iluminando la cara, y el agobio de hacía un momento se evaporó: si hubiera podido, se habría puesto a saltar.

—Oye, tía, para el viaje ya te habrán quitado el vendaje ese, ¿no? —la picó Raquel.

Si seguía con el pie tieso, tendrían que cargar con ella hasta el concierto en plan remolque y no podrían llegar al escenario para saludar a Justin. Aunque sí podrían utilizar su pierna tiesa como arma para llegar hasta el backstage. Todas se partían de la risa.

—Tranquilas, chicas, en tres semanas estará fuera. —Frida les guiñó un ojo—. Lo único que nos falta es ganar a las Pitiminís.

—Hay una mala noticia... Marisa te ha roto el pie —comunicó Lucía con tono sentencioso.

Le contó ante su sorpresa todo lo que Susana había descubierto.

Frida asintió con la cabeza.

—¿Ya está? ¿No berreas ni nada? —Lucía se había imaginado a su amiga saliendo por la ventana y volando hasta Marisa para darle un muletazo en toda la chepa.

—¿Para qué? De esta no me sorprende nada. Además, le ha salido el tiro por la culata...

De pronto sonó el timbre y Ricky se despertó convertido en un dóberman ladrando como loco. Frida le cogió para que se callara.

—Alguien más viene a verte —dijo su madre asomándose en la sala.

Las chicas se miraron extrañadas y cuando la madre de Frida anunció el nombre que anunció, todas se quedaron con las patas colgando. Ricky, más listo que los ratones colorados, se puso a ladrar más fuerte todavía: se trataba de Marisa.

Los cuchicheos fueron subiendo de volumen. Frida rogó a su madre que se inventara cualquier excusa con tal de que esa criatura diabólica no entrara en su casa:

—¡Dile que me he mudado!

Pero su madre le impidió hacer ese feo a una compañera de clase y le pidió que hiciera el favor de comportarse. Claro, como ella no tenía ni idea de lo que había hecho la muy bruja...

—Hola —saludó Marisa con una voz más baja de lo habitual.

Lucía solo tenía ganas de saltar sobre ella y darle bofetones. Al mirar a sus amigas se percató de que todas tenían la misma expresión de odio en sus caras.

—¿Has venido para asegurarte de que no me puedo mover? —le preguntó Frida.

Ricky se mantenía a su lado en plan guardián.

—No, solo venía a... disculparme.

—¿Y qué quieres, una medalla? —soltó Lucía.

Frida tampoco tardó en reaccionar:

—¿Dónde está escondida la cámara?

—¿Qué cámara? —preguntó Marisa sin comprender.

—Con la que me estás grabando la broma —insistió Frida mirando a un lado y a otro.

Marisa preguntó si podía sentarse en una silla y explicarle bien todo. Aunque ninguna le dio permiso, ella lo hizo igual.

—Lo siento mucho, Frida —soltó.

A partir de ahí, Lucía tuvo la sensación de que perdía el sentido.

—¿Por qué debería creerte? —preguntó Frida.

Marisa explicó que su intención solo era castigarlas un poco. Cuando descubrieron la movida con Eric, él había ido a pedirle explicaciones delante de todas sus amigas. Fue terrible la vergüenza que pasó. Gracias a eso, había perdido a muchas seguidoras. Ahora comprendían todas por qué el grupo de las Pitiminís se había visto menguado en los últimos días...

—¿Y qué pasa con el concurso? —le preguntó Susana—. ¿Seguro que no querías perjudicarnos?

—Bueno, sí, pero tampoco así. —Señaló el pie de Frida—. Una silla está pegada al suelo, ¿quién iba a pensar que....? —Marisa miraba con ojos temblorosos a las chicas.

Al final fue Frida la que cedió. A pesar de que era la más perjudicada, la que tenía una pierna pocha y el culo dolorido de estar sentada en un sofá.

—Estás perdonada —anunció, como si acabara de bendecirla.

Solo entonces Ricky se tumbó a su lado y se volvió a dormir.

—¡¿Qué?! —chilló Lucía.

Frida se encogió de hombros y Lucía comprendió que si Marisa se había tomado la molestia de ir a su casa a disculparse a riesgo de no salir de allí viva, era lo menos que podía hacer.

—¿Quieres una galleta? —le ofreció a Marisa como tregua.

Marisa aceptó aunque desconfiada. Bea le pasó la Fanta, Raquel le colgó el abrigo…

Pero tanta cordialidad era chocante para todas. Así que acordaron que debía tener fecha de caducidad: solo se llevarían bien a lo largo de esa tarde. Y nadie debía enterarse nunca.

—No saldrá de aquí —advirtió Frida alargando la mano.

Las demás fueron poniéndola encima para sellar el pacto.

Después, todas firmaron en el vendaje de Frida. Escribieron comentarios cariñosos que permanecerían ahí, a la vista, hasta que se la quitaran; todas menos Marisa, of course.

 

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