PIPPI SE ENFADA CON LOS LADRONES DE PERLAS

Los niños durmieron estupendamente, pero no Jim y Buck, que tuvieron que pasar la noche bajo la lluvia. Empezaban a sospechar que no había sido una buena idea ir a Kurrekurredutt a robar las perlas. Pero cuando salió el sol, se secaron sus vestidos y la cara pecosa de Pippi se asomó a la gruta deseándoles buenos días, pensaron que habían hecho muy bien en ir y que pronto iban a ser ricos.

Entretanto, el caballo de Pippi empezaba a impacientarse al no ver a Pippi y a sus amigos. El Señor Nelson había regresado de su reunión familiar en la selva y se sentía muy inquieto pensando en lo que diría Pippi cuando se enterase de que había perdido su sombrero de paja.

El Señor Nelson se agarró a la cola del caballo, y ambos emprendieron el camino de regreso en busca de Pippi.

—¡Mira, ahí está tu caballo! —exclamó Tommy.

—Y el Señor Nelson agarrado a su cola —añadió Annika.

Así, Jim y Buck supieron que aquel caballo pertenecía a la niña de las coletas.

Entonces Buck agarró al caballo por la crin.

—Oye, niña tonta —le dijo a Pippi—. Voy a matar a tu caballo.

—¿Matar a mi caballo? ¡Usted no puede hacer eso!

—¿Que no? ¡Vaya si lo haré! Ven aquí y entréganos las perlas. Si no lo haces, mataré a tu caballo.

—¡Por favor! —suplicó Pippi—. Se lo ruego. No mate a mi caballo y permita que los niños guarden sus perlas.

—Entréganoslas; de lo contrario… —amenazó Buck.

»Espera a que nos las dé —dijo en voz baja a su compañero—. Después la golpearé. El caballo nos lo llevaremos y lo venderemos en otra isla.

Luego, en voz alta, preguntó a Pippi:

—¿Vienes tú o voy yo?

—Iré yo —repuso la niña—. Pero no olvide que usted lo ha querido.

Pippi bajó por las rocas y llegó a la playa con la misma facilidad con que se hubiera paseado por un jardín. Se detuvo frente a Buck y se le quedó mirando. Se la veía pequeña y frágil, con sus dos trenzas apuntando hacia arriba, pero sus ojos resplandecían de furor.

—¿Dónde están las perlas, pequeña bestia? —tronó Buck.

—No hay perlas. Tendrán que jugar al escondite.

Buck soltó un rugido que hizo temblar a los demás niños que contemplaban la escena y se abalanzó sobre Pippi.

—¡Voy a mataros: a ti y a tu caballo! —aulló, lleno de rabia.

—Tómelo con calma, buen hombre —repuso Pippi cogiéndolo por la cintura y lanzándolo al aire.

El hombre aterrizó sobre las rocas dándose un tremendo porrazo. Jim fue en su ayuda y levantó el brazo para golpear a Pippi, pero esta dio un salto y no pudo cogerla. Un segundo después, Jim también volaba por los aires. Ambos se quedaron sentados sobre la playa sin saber qué era lo que estaba pasando. Pippi los levantó y se colocó uno en cada brazo.

—Me parece que les gusta demasiado jugar a las canicas —murmuró.

Los llevó junto al bote y los lanzó al agua.

—Ahora mismo se marchan a sus casas y les piden a sus mamás cinco ores para comprar canicas, y verán lo bien que van a jugar con ellas.

Poco después, el buque levó anclas y se marchó a toda prisa de allí, y nunca más volvió a aquella isla.

Pippi acarició a su caballo y el Señor Nelson saltó a su hombro. Unas canoas estaban llegando a la playa. Eran el capitán Calzaslargas y su pueblo que regresaban de cazar jabalíes. Pippi agitó los brazos y ellos le hicieron señas con los remos.

Cuando las canoas entraron en la caleta donde estaba anclada la Hoptoad, todos los niños se reunieron en la playa para darles la bienvenida.

—¿Ha ido todo bien, hija mía? —preguntó el capitán abrazando a Pippi.

—¡Oh, sí! Perfectamente bien —repuso ella.

—Pippi…, ¿cómo puedes decir eso? —exclamó Annika—. Nos han sucedido cosas terribles.

—¡Ah… sí! Lo olvidé —dijo Pippi—. No ha ido todo bien, papá Efraín. Tan pronto volvisteis la espalda, empezaron a suceder cosas.

—¿Qué ha pasado? —preguntó ansiosamente el capitán.

—Algo terrible —contestó Pippi—. El Señor Nelson ha perdido su sombrero de paja.