LOS LADRONES VISITAN A PIPPI
Tras la actuación de Pippi en el circo no quedó en la pequeña ciudad ni una sola persona que ignorase que aquella niña tenía una fuerza descomunal. Incluso se publicaron artículos en el periódico local sobre el caso: Pero, naturalmente, los forasteros no sabían nada de Pippi.
Una noche de otoño, dos vagabundos iban por la carretera que pasaba frente a la casa de Pippi. Se trataba de dos ladrones sucios y andrajosos que habían salido al campo en busca de cosas que robar. Al ver que había luz en Villa Mangaporhombro decidieron entrar a pedir algo de comer.
Aquella noche, Pippi había esparcido todas sus monedas de oro por el suelo de la cocina y estaba contándolas. No sabía contar muy bien, claro está; pero tenía que hacerlo de vez en cuando para saber el capital que le quedaba.
—Setenta y cinco, setenta y seis, setenta y siete, setenta y ocho, setenta y nueve, setenta y diez, setenta y once, setenta y doce, setenta y diecisiete… ¡Uf! Seguramente habrá más números, pero ¿para qué seguir contando? El caso es que tengo mucho dinero todavía.
En ese preciso momento llamaron a la puerta.

—¡Adelante! —gritó Pippi—. Pero, si lo prefiere, quédese donde está. Eso es cosa suya.
La puerta se abrió y entraron los dos vagabundos. Ya os podéis figurar la cara que pondrían al ver a aquella niña pelirroja sentada en el suelo, completamente sola y contando dinero.
—¿Estás sola en la casa? —le preguntaron.
—No —respondió Pippi—, está conmigo el Señor Nelson.
Los ladrones, como es natural, no podían imaginarse que el Señor Nelson fuera un mono que dormía en una cama de muñecas pintada de verde, con una diminuta sábana liada a la cintura. Creyeron que era el dueño de la casa e intercambiaron un guiño que quería decir: «Volveremos más tarde». Pero a Pippi le dijeron:
—Hemos entrado para que hagas el favor de decirnos qué hora es.
—¡Esta sí que es buena! ¡Tan grandotes que sois y no entendéis el reloj! ¿En qué colegio habéis estudiado? Un reloj es una cosa que hace «tic-tac», anda continuamente y no llega nunca al final de su camino… Si sabéis algún otro acertijo como este, contádmelo —terminó Pippi alegremente.
Los maleantes creyeron que era Pippi la que no entendía el reloj por ser demasiado pequeña y, sin decir palabra, dieron media vuelta y se marcharon.
—¿Has visto cuánto dinero? —preguntó uno de los ladrones.
—¡Qué suerte! —dijo el otro—. No tenemos más que esperar a que la niña y ese Señor Nelson se acuesten y se duerman. Entonces nos colaremos en la casa y nos apoderaremos de todo el dinero.
Se sentaron a esperar en el jardín, bajo una encina. Caía una fría llovizna y, además, estaban hambrientos. Esto era bastante desagradable, pero el recuerdo del dinero que acababan de ver les daba ánimos.
Las luces de las casas fueron apagándose, pero la de Villa Mangaporhombro seguía encendida, pues Pippi estaba enseñándose a sí misma a bailar la polca y no pensaba acostarse hasta haberla aprendido a la perfección. Por fin las ventanas de la casa de Pippi se quedaron a oscuras como todas las demás.

Los malhechores esperaron un buen rato para asegurarse de que el Señor Nelson se había dormido. Al fin se dirigieron sigilosamente a la puerta trasera de Villa Mangaporhombro y se dispusieron a abrirla con sus ganzúas. A uno de ellos (que, por cierto, se llamaba Bloom) se le ocurrió empujarla, después de hacer girar el picaporte, y vio que la puerta cedía, pues no estaba cerrada con llave.
—¡Deben de estar locos! —dijo en voz baja a su compañero—. La puerta está abierta.
—Mejor para nosotros —contestó su compinche, un sujeto de cabello oscuro al que llamaban Karlson Trueno.
Este encendió su linterna, entró en la casa y avanzó hasta llegar a la cocina. No había nadie en ella. En la habitación de al lado estaba la cama de Pippi y la camita de muñecas del Señor Nelson.
Karlson Trueno abrió la puerta del dormitorio y miró cautelosamente el interior. Todo estaba en calma. Paseó la luz de la linterna por la habitación. Al proyectarse el rayo de luz sobre la cama de Pippi y ver solamente dos pies descansando sobre la almohada, los vagabundos se quedaron petrificados de asombro. Como de costumbre, Pippi tenía la cabeza en los pies de la cama, debajo de las sábanas.
—Debe de ser la niña —musitó Karlson Trueno a Bloom—. Seguramente está dormida. Pero ¿dónde está el Señor Nelson?
—Con mucho gusto les informaré —dijo tranquilamente Pippi, cuya voz salía de debajo de las sábanas—. El Señor Nelson está acostado en la cama de muñecas.
Los malhechores se asustaron de tal modo que su primera intención fue huir, pero enseguida recapacitaron sobre lo que Pippi había dicho: «El Señor Nelson está acostado en la cama de muñecas». Y a la luz de la linterna pudieron ver la camita y en ella un mono. Karlson Trueno se echó a reír.
—Bloom, el Señor Nelson es un mono. ¡Ja, ja, ja!
—¿Pues qué creían ustedes que era? —dijo Pippi desde debajo de las sábanas—. ¿Una máquina de segar?
—¿Están tus padres en casa? —preguntó Bloom.
—No —repuso Pippi—. Se fueron, y para siempre.
Los ladrones rieron alegremente.
—Bueno, señorita —dijo Karlson Trueno—, levántese; tenemos que hablar.
—Ahora no puedo porque estoy durmiendo —respondió Pippi—. Pero, díganme: ¿se trata otra vez del reloj? Porque, en ese caso, podrían ustedes…
Pero Bloom, sin dejarla terminar, dio un fuerte tirón a las sábanas.
—¿Sabe usted bailar la polca? —le preguntó Pippi mirándole fijamente a los ojos—. Yo sí que sé.
—Preguntas demasiado —dijo Karlson Trueno—. ¿Podemos preguntar nosotros también? Dinos: ¿dónde has guardado el dinero que tenías en el suelo de la cocina?
—En la caja de dulces que hay en la despensa —contestó Pippi francamente.
Los malhechores hicieron una mueca de burla.
—Supongo que no te importará que lo cojamos, amiguita —dijo Karlson Trueno.
—¡Oh, no! —exclamó Pippi—. ¿Por qué tendría que importarme?
Karlson Trueno fue por la caja de dulces y regresó con ella.
—Supongo —dijo entonces Pippi saltando de la cama y dirigiéndose a Karlson Trueno paso a paso— que no le importará que yo se la quite.
¿Qué sucedió entonces? Los ladrones no se lo explicaron, pero lo cierto es que, segundos después, la caja estaba en manos de Pippi.
—¡No estamos para bromas! —dijo Karlson Trueno—. ¡Danos la caja enseguida!
Y asió fuertemente el brazo de Pippi con el propósito de arrebatarle la codiciada presa.
—Yo no bromeo —dijo Pippi levantando a Karlson Trueno y sentándolo sobre el armario de la cocina.
Momentos después, su compañero estaba a su lado.
Los ladrones, atemorizados, empezaron a comprender que Pippi no era una niña corriente. Pero la codicia pudo en ellos más que el temor.

—¡Los dos a la vez, Bloom! —exclamó Karlson Trueno.
Y, desde el armario, saltaron sobre Pippi, que tenía aún en sus manos la caja de dulces. Pero Pippi fue golpeándolos con el dedo índice de tal modo que cayeron como fardos, cada uno en un rincón.
Antes de que pudieran reponerse, Pippi echó mano de una cuerda y, en un abrir y cerrar de ojos, ató fuertemente los brazos y las piernas de los dos ladrones. Estos cambiaron por completo de actitud.
—¡Por favor, señorita! —suplicó Karlson Trueno—. Perdónenos. Todo ha sido una broma. No nos haga usted nada. Somos unos pobres vagabundos y hemos venido solo para mendigar un poco de comida.
Bloom incluso derramó unas lágrimas.
Pippi dejó la caja de dulces en la despensa, en el sitio donde la tenía siempre, y volvió junto a sus prisioneros.
—¿Sabe bailar la polca alguno de ustedes?
—¿La polca? —dijo Karlson Trueno—. Pues… pues… sí, los dos sabemos algo de eso.
—¡Magnífico! —exclamó Pippi palmoteando—. Podemos bailar un poco. Yo acabo de aprender.
—Bien, bailaremos —dijo Karlson Trueno, desconcertado.
Pippi fue en busca de unas tijeras y cortó las cuerdas con que había atado a sus visitantes.
—¡Qué lástima! —exclamó—. Nos falta la música.
Pero de pronto tuvo una idea.
—Podría usted tocar con el peine —dijo a Bloom—, mientras yo bailo con su amigo. —Y señaló a Karlson Trueno.
¡Claro que Bloom tocaría el peine! Tocó, y con tal fuerza que la música se oía en toda la casa. El Señor Nelson se despertó sobresaltado, se sentó en la cama y vio a su dueña bailando con Karlson Trueno. Estaba muy seria y bailaba con tanto entusiasmo como si su vida dependiera del baile.
Al fin, Bloom dejó de tocar, alegando que el peine le hacía cosquillas en la boca, y Karlson Trueno, que llevaba todo el día andando por la carretera, empezó a sentir cansancio en las piernas.
—¡Un ratito más! —le suplicó Pippi sin interrumpir el baile.
Y Bloom y Karlson Trueno tuvieron que continuar, el uno tocando y el otro bailando.
A las tres de la madrugada, Pippi dijo:
—Yo podría seguir bailando hasta el jueves, pero ustedes, a lo mejor, están cansados y hambrientos.
Así era, pero no se atrevían a decirlo. La niña sacó de la despensa pan, queso, mantequilla, jamón, carne fría y leche, y Pippi y los dos ladrones se sentaron a la mesa de la cocina y comieron hasta saciarse.
Pippi se echó un poco de leche en un oído.
—No hay nada mejor para el dolor de oídos —afirmó.
—¿Es que le duelen? —preguntó Bloom.
—No —respondió Pippi—, pero podrían dolerme.
Al fin los vagabundos se levantaron, dieron las gracias a Pippi por el festín y le preguntaron si podían marcharse.
—¿Tan pronto quieren irse? —se lamentó Pippi—.Sepan ustedes que su visita me ha encantado.
Luego dijo, dirigiéndose a Karlson Trueno:
—Nunca había visto bailar la polca tan bien como la baila usted.
Y a continuación dijo a Bloom:
—No deje de tocar con el peine. Cuando se acostumbre, ya no sentirá cosquillas.
Ya estaban en el portal, cuando llegó Pippi corriendo y les dio una moneda de oro a cada uno.
—Tengan; se lo han ganado ustedes honradamente.