Después de jugar un rato, y cuando el vestido de Annika no parecía ya el número dos, sino el cinco o el seis, y Tommy estaba más negro que el hollín, decidieron divertirse de otro modo.
—Subamos al desván a hacer una visita a los espíritus —sugirió Pippi.
Annika se estremeció.
—Pero ¿hay espíritus en el desván?
—¿Que si hay? ¡A montones! —le contestó Pippi—. Está abarrotado de fantasmas y espíritus de varias clases. Es imposible entrar en el desván sin ver alguno. ¿Vamos?
—¡No, no! —exclamó Annika mirando a Pippi con un gesto de reproche.
—Mamá dice que no hay espíritus ni fantasmas —dijo Tommy.
—Y, en cierto modo, es verdad —admitió Pippi—, pues no los hay en ningún sitio más que aquí. Todos los espíritus que existen viven en mi desván… Pero no hacen nada. Lo único que molesta de ellos es que dan en los brazos unos pellizcos que dejan cardenales. Por lo demás, se limitan a gemir y a jugar a los bolos con sus cabezas.
—¿Con… sus… cabezas? —preguntó Annika, casi sin voz.
—Sí, con sus cabezas —afirmó Pippi—. ¡Vamos! Subamos a hablar con ellos. Yo juego bien a los bolos.
Tommy no quería demostrar que tenía miedo. Además, estaba deseando ver un espíritu. Así, podría contarlo a sus compañeros de colegio. Por otra parte, se consolaba pensando que los espíritus no se atreverían a hacerles nada estando Pippi presente. Total, que decidió ir al desván. Annika no quería subir de ningún modo, pero se le ocurrió pensar que, a lo mejor, algún espíritu bajaba a visitarla si se quedaba sola en la cocina, y esta idea la decidió. Era preferible estar con Pippi y con Tommy entre miles de espíritus, que sola con un espíritu, por pequeño que fuera, en la cocina.
Pippi, que iba delante, abrió la puerta de la escalera que conducía al desván. En ella la oscuridad era absoluta. Tommy se apretaba contra Annika, y Annika se apretaba todavía más contra Tommy. Empezaron a subir. Los escalones crujían, gemían… Tommy comenzó a decirse que lo mejor sería dejar aquel juego; en cuanto a Annika, no podía decirse absolutamente nada.
Poco a poco subieron hasta los últimos peldaños y llegaron al desván. En él la oscuridad era casi absoluta: solo se veía una estrecha franja de luz lunar en el suelo. Se oían suspiros y silbidos en todos los rincones. El viento penetraba por las rendijas.
—¡Salve, espíritus! —exclamó Pippi.
Pero si había alguno en el desván, no contestó.
—No me acordaba de que han ido a una junta de la Agrupación de Espíritus y Fantasmas —dijo Pippi.
A Annika se le escapó un suspiro de alivio y deseó que la junta durase toda la noche. Pero en esto se oyó un grito espantoso en un rincón del desván, y acto seguido Tommy vio que algo se lanzaba silbando hacia él, a través de la oscuridad. Sintió que le soplaban en la frente y luego vio que una cosa negra huía por la abierta ventana. Tommy gritó con todas sus fuerzas:
—¡Un espíritu, un espíritu!
Annika se pegó a su hermano.
—Este desgraciado va a llegar tarde a la junta —dijo Pippi—. Bueno, si verdaderamente era un espíritu y no una lechuza… En realidad los espíritus no existen —continuó tras una pausa—, porque cuanto más pienso en ello, más convencida estoy de que era una lechuza. ¡Y al que diga que los espíritus existen, le retuerzo la nariz!
—Pues tú misma lo has dicho —dijo Annika.
—¿Yo? Entonces me retorceré la nariz.
Y se la retorció sin contemplaciones.
Desde este momento, Annika y Tommy se sintieron más tranquilos. Incluso se atrevieron a asomarse a la ventana y mirar al jardín. Grandes y oscuras nubes recorrían el cielo, ocultando a ratos la luna. Los árboles se balanceaban entre murmullos.
Tommy y Annika se volvieron y vieron —¡horror!— una figura blanca que iba hacia ellos.
—¡Un espíritu! —gritó Tommy, aterrado.
Annika sintió tal pánico que no pudo ni siquiera gritar. La figura seguía acercándose, acercándose. Annika y Tommy se abrazaron y cerraron los ojos. Luego oyeron decir:
—Mirad lo que he encontrado: la camisa de dormir de mi padre. Estaba aquí arriba, en un viejo baúl de marinero. Haciéndole un dobladillo, la podré usar.
Pippi se acercó a ellos envuelta en aquella camisa que le llegaba a los pies.
—¡Oh, Pippi, qué susto me has dado! —exclamó Annika.
—Pero si las camisas de dormir no hacen nada. Solo muerden en defensa propia.
Pippi decidió examinar detenidamente el contenido del baúl de marinero. Lo arrastró hasta la ventana y levantó la tapa. El tenue resplandor de la luna cayó de lleno sobre el interior del baúl. Había allí varios trajes viejos, un anteojo, dos libros medio desencuadernados, tres pistolas, una espada y una bolsa llena de monedas de oro, todo lo cual fue sacado y depositado en el suelo.
—¡Hoy es un día de suerte! —exclamó Pippi alegremente.
—¡Un día emocionante! —dijo Tommy.
Pippi se lo puso todo en el faldón de la camisa de dormir y bajaron de nuevo a la cocina. Annika se felicitó de verse lejos del desván.
—No dejéis nunca que los niños manejen armas de fuego —dijo Pippi con una pistola en cada mano—, pues podría ocurrirles algo desagradable.
Y disparó las dos pistolas a un tiempo.
—¡Esto es tener puntería! —exclamó levantando la cabeza—. Mirad: hay dos agujeros en el techo y las balas los han atravesado. Y quién sabe —añadió, esperanzada— si las balas, después de atravesar el techo, habrán alcanzado a algún espíritu en una pierna. Así no le quedarán ganas de volver a asustar a los niños inocentes. Pues, aunque los espíritus no existan, no cabe duda de que muchas personas pasan muy malos ratos por su culpa. Y ahora decidme: ¿queréis una pistola cada uno?
Tommy se estremeció de alegría. Annika dijo que le gustaría tener una pistola, pero descargada.
—Ahora, si quisiéramos podríamos formar una banda de ladrones —dijo Pippi mirando por el anteojo—. Con esto creo que se pueden ver incluso las moscas de América del Sur. Nos será muy útil si decidimos formar la banda.
En este momento llamaron a la puerta. Era el padre de Tommy y Annika, que venía a llevárselos. Les dijo que hacía ya rato que debían estar en la cama. Tommy y Annika tuvieron que apresurarse a dar las gracias a Pippi, despedirse de ella y reunir sus propiedades, es decir, la flauta, el broche y las pistolas.
Pippi siguió a sus invitados hasta el portal y los vio desaparecer por el camino del jardín. La luz del interior de la casa se proyectaba sobre Pippi. Allí estaba, en pie, muy tiesas sus trenzas rojas, y la camisa de dormir de su padre fregando el suelo. Llevaba una pistola en una mano y una espada en la otra. Con la espada presentaba armas.
Al llegar Annika, Tommy y su padre a la puerta de su casa oyeron un disparo y se detuvieron a escuchar. El viento gemía entre los árboles, ahogando la voz de Pippi. Sin embargo, le oyeron decir:
—¡Cuando sea mayor seré pirata! ¿Y vosotros?