FABIÁN CARBALLIDO

CUANDO tenía doce años, lo llevaron sus padres a ferias, al San Froilán de Lugo. Sus padres se detuvieron en la plaza de Santo Domingo ante un vendedor ambulante de toallas y pañuelos. El ambulante hablaba en varias lenguas diferentes, afirmando que si a su clientela le parecían caras las toallas por paquetes de una docena, que las vendía a kilo, y si era preciso las regalaba. Lo mismo haría con los pañuelos. Y como quería que nadie quedase sin sonarse los mocos en un pañuelo de la mejor fabricación catalana, admirada en los mercados extranjeros, se dirigió a Fabián y de una oreja del rapaz sacó un pañuelo blanco, y al mismo tiempo de su nariz una nuez, que envolvió en el pañuelo. Los presentes aplaudieron aquella magia. Fabián quedó admirado, y durante todo el San Froilán no sacó la mano del bolsillo de la chaqueta en la que guardaba el pañuelo, que envolvía la nuez. Ni para comer el pulpo la sacó. Ya en su casa de la Azúmara mostró el pañuelo y la nuez a sus hermanos, y les explicó cómo el uno procedía de su oreja derecha y la nuez de su nariz. La abuela le miró la oreja por si quedaba algún otro pañuelo dentro. No quedaba.

Por la noche, al meterse en cama, Fabián abrió el pañuelo y se puso a darle vueltas a la nuez nacida en su nariz. Fabián se preguntaba si el tener nueces en la nariz era una enfermedad o no, y si lo era, si era cosa grave. Y ya iba de nuevo a envolver la nuez en el pañuelo, cuando aquella pegó un brinco y se le fue a la nariz, intentando meterse en ella por el agujero izquierdo. Fabián quería impedirle que se le metiese dentro, pero la nuez insistía en colarse, y se adentraba en la nazcarilla lenta y trabajosamente. Fabián se asustó, gritó y acudieron sus padres y sus hermanos. La nuez parecía haber desistido de seguir su penetración en la nariz de Fabián: la mitad estaba dentro y la otra mitad fuera.

—¡Hay que romperla! —dijo el padre, pidiendo la tenaza de sacar las chatolas de las suelas de los zuecos.

—¡No quiero! —gritaba Fabián, llorando.

Y entonces fue cuando Fabián escuchó que dentro de su nariz hablaba la nuez. Dijo muy claramente:

—¡Es que me gusta dormir dentro de tu nariz!

Oído esto, Fabián convenció a sus padres de que dejaran la extracción de la nuez par el día siguiente. Fabián se durmió, y a la mañana siguiente, al despertarse, ya no tenía la nuez en la nariz, que estaba muy quieta y callada encima del pañuelo muy doblado en la mesa de noche.

Y desde entonces las cosas siguieron así: todas las noches la nuez saltaba a la nariz de Fabián y se metía lo que podía en ella. No volvió a hablar. Pero cuando llegaron los primeros días fríos, las grandes heladas matinales, al amanecer la nuez se ponía en movimiento, intentando colarse del todo en la nariz de Fabián. Era que tenía frío, y quería estar al abrigo allí dentro. La nuez empujaba, y a Fabián le dolía. Al fin, aceptó que rompiesen la nuez. La nuez lo escuchaba todo.

—Si me rompéis —dijo—, que sea con elegancia. ¡Pedid prestado un quiebranueces!

Los de Carballido nunca habían oído hablar de tal cosa. Resultó que el señor cura tenía uno. Quebraron la nuez, que estaba vacía. Los de Carballido quemaron las cáscaras, por prevención. El pañuelo, en cambio, no les dio nada que hacer.