EL MOURO DE PENA AMIGA

EL primero a quien se le apareció fue al señor Marcelino de Pausadas. El señor Marcelino iba a un pastizal que llamaban do Outeiro con las cinco ovejas y la cabra, y llevaba en el bolsillo de la chaqueta una baraja. Cuando le apetecía, la sacaba, barajaba, y se ponía a hacer solitarios. Sabía tres, que los había aprendido de vérselos hacer al señor cura de Moncide cuando, de niño, fue su monaguillo. Pocas veces le salían. Una tarde soleada, estando con el más difícil de los solitarios, una voz dijo a sus espaldas:

—¡Qué bien te venía el cuatro de copas!

El señor Marcelino se volvió para ver quien hablaba, y se encontró con el mouro de Pena Amiga. Desde aquel día, el mouro solía acercarse al señor Marcelino y le ayudaba a hacer los solitarios. Además de hacer solitarios, hablaban de cómo iba el mundo. Un día el señor Marcelino se quejó al mouro de que se le había estropeado el reloj de bolsillo, un Carpentier de Ginebra, al que se le daba cuerda levantándole la tapa trasera, y los dos relojeros que lo habían examinado le dijeron que ya no tenía arreglo, por viejo, y que comprase otro.

—¡Sin reloj parece que me falta el sentido de la vida! —dijo el señor Marcelino.

El mouro se rascó la perrera. Era un pequeñajo gordo, con un bigotito, muy colorado de mejillas y con una verruga en la punta misma de la nariz, los ojos pequeños y muy azules.

—Voy a soñar —le dijo al señor Marcelino—, donde hay un reloj perdido que puedas ir tú allá y encontrarlo.

El mouro debió de andar muy ocupado, porque tardó varias semanas en presentarse ante el señor Marcelino. Lloviznaba y estaba este con el paraguas abierto pensando si volver para casa con la hacienda que pacía en el Outeiro, cuando apareció el mouro, el cual para protegerse de la lluvia traía la chaqueta roja cubriéndole la cabeza.

—¡Ya di con el reloj, amigo Marcelino! ¡Hay años en los que no se pierde reloj alguno en este país! Pero es un reloj muy bueno, con tres tapas de plata, y muy puntual. Lo perdió un abogado de Arzúa cuando fue a una vista en un monte. Por mucho que todos los presentes buscaron el reloj, no lo encontraron, que yo pasé una mano de sombra por donde estaba caído, en unos helechos, y nadie lo vio. Puedes usarlo con confianza, que no es producto de robo. El abogado perdió el reloj y todo lo que yo hice fue evitar que lo encontrara.

El señor Marcelino fue a donde le dijo el mouro que estaba el reloj, y lo encontró en seguida. Con el reloj nuevo, el señor Marcelino parecía más contento, y no se cansaba de apretar en la cebolla abriendo la tapa para ver qué hora era. Pasados días, el señor Marcelino se dio cuenta de que el reloj tenía tendencia ya a adelantar, ya a atrasar. Era un reloj muy poco puntual. Se lo dijo al mouro.

—Te estoy muy agradecido por el reloj, pero es un reloj poco puntual.

—Es que es un reloj de abogado —le contestó el mouro—. Adelanta o atrasa según le convenga al abogado para las pruebas de la justicia. Pero es el único reloj que se perdió en Galicia este verano. Tu procura cogerle el tranquillo y guíate por el sol, que lo de sacar reloj para ver la hora no deja de ser una fantasía moderna.

El mouro le dio una palmada en la espalda al señor Marcelino.

—Lo decente en el hombre es andar por el sol.