LOMAS DE PONTIGO

SIENDO Gervasio Lomas niño, y estando en su cuna en el primer piso del molino paterno, vino una tromba de agua, hubo una súbita crecida y el agua llegó a donde dormía el mamoncete, el cual salió navegando por la ventana. Lomas era muy crío para acordarse del suceso, pero de tanto oírlo contar a sus padres, le parecía que era él quien recordaba la inundación y la navegación en la cuna de madera de castaño. Y ya mayor, Gervasio Lomas tenía una gran curiosidad por todo lo que se refería a inundaciones, y sobre todo por la mayor que ha habido nunca, que es el Diluvio Universal. Salíamos juntos de la escuela, y me señalaba la desnuda cumbre del frío monte Carracedo.

—¡Y pensar que quedó debajo de las aguas!

El Carracedo, para uno de Miranda, en la diócesis de Mondoñedo, es como el Everest, y hay un refrán que dice en gallego: O Carracedo, que a todos los montes pon medo, a non ser ao Montiral, que é seu igual. Pero nadie de por allí ni de ninguna parte, sabe dónde es el tal Montiral. No debe haberlo. Debe ser un monte de fábula, o de romance antiguo, de don Gaiferos o del paladín Roldán.

En la familia de Lomas hubiera varios zurupetos y agrimensores aficionados. Quizás por eso Gervasio Lomas sostenía que el mejor oficio que un hombre pudiera tener, para después del Diluvio, era el de perito. Porque había que volver a medir las tierras, que las aguas se llevaran los mojones, y el lodo cubriría los linderos.

Lomas contaba haberle oído al señor cura de Bretoña, que el zorro no había subido al arca de Noé. Y que convenía saber, para usar sus mañas mismas, lo que hiciera el raposo para no morir ahogado.

Gervasio le llamaba al raposo Rabiscollo. Sólo le escuché a él este nombre del zorro, que tiene tantos. Parece ser que para animarlo, el propio Noé desde una ventanilla del arca le gritaba:

—¡Vente amigo, que hay gallina dentro!

Pero el zorro no subía y le respondía a Noé:

—¡Me huele a perro!

Cuando el arca entró en la marea, quedaba el raposo sobre una roca, con el rabo levantado.

Lomas también andaba muy inquisidor del viaje del arca. Me llevaba delante del Mapamundi y me decía:

—¡Igual pasó por encima de La Habana!

Pasaría… Ya hombre, yo he visto siempre a Gervasio Lomas con un cigarrillo en la boca y otro detrás de la oreja, y jugando a la brisca entre seis, era un estratega genial, un mil tretas, con los ojos muy abiertos, la cabeza movediza, cazando señas de amigos y enemigos. Estoy seguro de que más de una vez se preguntó en qué pasarían las noches largas del arca Noé y los suyos, si entonces, como parece, aún no habían sido inventados los naipes.