BENIGNO VELLO

BENIGNO Vello, porque era de los Vello de Soutelo, pero era un hombre sobre obra de cuarenta y cinco años cuando yo lo conocí, era el segundo del famoso fogueteiro de San Simón, señor Manolo Vides. Benigno había sido seminarista en Tuy, pero no le entraban los latines. Tuvo que dejar el seminario con harto sentimiento de su madre, que sólo soñaba con verle ordenado, y diciendo la primera misa en la iglesia de Santa Margarida de Soutelo, que está en lo alto de un castro con un gran tejo en el atrio. Del seminario de Tuy pasó a escribiente de un notario en una villa de la provincia de Pontevedra, pero tampoco daba mucho de sí, y además un día que fue con el notario a levantar un acta, conoció al señor Manuel Vides, el fogueteiro de San Simón, que estaba comprando mimbres para algunas de sus obras pirotécnicas. Precisamente el señor Manuel Vides necesitaba un ayudante en su taller, que uno que tenía hasta entonces, se había marchado a Venezuela, porque le habían dicho que allí alguien que supiera medianamente de bombas y ruedas, y especialmente bengalas de colores, que se hacía rico en un par de años. En Venezuela la pirotecnia estaba muy atrasada. Benigno Vello dejó al notario, y se marchó a San Simón con el fogueteiro. Aprendió en seguida los elementos del arte, y muy especialmente el cartucho de la bomba de palenque, que cebaba con el dedo gordo de la mano derecha. Nunca se había fijado, hasta entonces, que tenía en la mano derecha un pulgar más grueso y redondo que en la izquierda, y que entraba justo en el cartucho, apretando el explosivo. Esto le supuso un aumento de sueldo. Además era muy hábil en atar en las ruedas, y su curiosidad por el arte fue tanta, que el señor Manuel Vides tuvo un día que decirle que se limitase al trabajo rutinario, y nada de experimentar con cloratos y azufres y detonantes chinos, que un día volaban por los aires con el taller y San Simón entero.

Es que a Benigno Vello se le había metido en la cabeza que, según había bengalas silbadoras, que podía haberlas habladoras. Es decir, una bengala que al estallar en el aire, dijese alguna cosa de mérito. Por ejemplo, en latín.

—Lo que yo quería —me confesaba Benigno Vello en el atrio de Penabad, terminando de montar una rueda de fuego que representaba el martirio de la patrona, Santa Catalina—; lo que yo quería, era una bengala que gritase algo, o una rueda que llevase de presente una figura, que entre el estruendo de la petardería, dijese algo, que podía ser «ei carballeira», o «¡Viva el Celta!», o una frase en latín. Por ejemplo, la figura sería el canónigo Nabal, que fue mi profesor de latín en Tuy y dijo que el alumno más burro que había pasado por el seminario que era yo. Por ejemplo, el canónigo Nabal, entre chispas y truenos, diría por la boca: Ego sum asinus, «Yo soy el burro». ¡Una venganza como otra cualquiera!

Pero el señor Manuel Vides redujo a sus justas proporciones la capacidad pirotécnica de Benigno Vello, quien siguió con su pulgar de la mano derecha cebando los cañutos de las bombas de palenque. Un año, estando el señor Manuel Vides con un gran catarro, fue Benigno Vello al Puente de Orense al frente de toda la sesión de fuegos artificiales, y a escondidas del maestro fogueteiro llevó una pieza que era un cura bailando con el ama, según él, pero nadie se dio cuenta del asunto, ni el significado de las vueltas y revueltas de aquellas dos figuras que se movían en lo alto de los palos. Pero regresó satisfecho a San Simón porque la Comisión de Fiestas del Puente lo felicitó:

—¡Muy bien —le dijo el presidente—, por esa batalla naval! ¡Hay que repetirla con más cañoneo en los próximos años!

Benigno Vello no se atrevió a decir que era la muñeira del cura con el ama.