LOS NOMBRES SECRETOS
LES hablaba el otro día de una meiga, Felisa de Lonxe, conocida por la Viveiresa, y de cómo sabía toda la ciencia de echar el mal de ojo a personas y animales, y especialmente a estos últimos, y cómo lograba que unas gallinas dejasen de poner o una vaca de dar leche. Un tal Suso de Vila me explicaba una vez lo que él sabía hacer para evitar que sus vacas, por ejemplo, fueran malojadas. Es natural que entre gallegos, habiendo la acción que podemos llamar ofensiva de echar el mal de ojo, naciese enseguida la acción que podemos llamar defensiva para evitar que el mal de ojo lo alcanzase a él o a sus animales domésticos.
—Verbigracia —me decía el señor Suso de Vila—, yo voy a la feria de Monterroso a comprar una vaca. Y compro una vaca de la raza rubia gallega más o menos mejorada, una vaca que se llama como todas las vacas gallegas marela o teixa, según el color de la piel, o figueira, porque tiene cornamenta un poco rara, que recuerda las ramas retorcidas y desparramadas de la higuera. En fin, compro la vaca, la compro bien, bastante arreglada, y me vengo para casa muy ufano con la compra, que ha sido muy decente. La vaca esta preñada, y estoy seguro de sacarle lo suyo en la leche. Con ella ya en casa, vienen los vecinos a saludarla, y a averiguar lo que pagué por ella, y noto, mirándoles a los ojos mientras hablamos, que en algunos hay envidia. ¡Tate!, me digo, aquí hay un cabrito que le va a echar a mi vaca un malojo. Los vecinos, sólo con verla, ya saben cómo se llama la vaca, si marela, si teixa, si figueira. Se van y yo me quedo solo en la cuadra con la vaca. Yo soy el dueño, y puedo llamarle a la vaca como quiera. Me acerco a ella, le paso la mano por el lomo, le doy algo de comer, le hago dar un par de vueltas, en fin, los actos de posesión, que vea que soy el amo. Como soy el amo, puedo llamar a la vaca como quiera. Así que, poniéndome frente a ella, y tocando con la mano derecha su cuerno izquierdo, le digo solemne:
—¡Tú no te llamas Marela! ¡Tú te llamas Teodora!
Y mi vaca así queda a salvo del malojo. Tan sencillamente. Porque el envidioso va de visita a la meiga, y le dice, dándole un par de duros:
—¿Y no podría hacer algo en la vaca Marela del señor Suso de Vila?
Y la meiga hace algo, pero no surte efecto, porque el mal de ojo va a la vaca Marela del señor Suso de Vila, y el señor Suso de Vila no tiene tal vaca Marela, que su vaca, la vaca comprada en la feria de Monterroso, se llama Teodora.
Y así con esta práctica tan sencilla, una vaca puede verse libre de todo mal. El nombre que a la vaca le impuso el dueño ha de conservarse secreto, naturalmente.
El señor Suso de Vila me miraba con sus ojos pequeños y azules, uno de los cuales era un poco chisco, pero aumentaba la gracia de su expresión cuando me contaba su ciencia anti-malojo.