36
Sarah no podía soltar la fotografía. Había encontrado la prueba de que Gideon era Gideon Cambray y de que en algún momento del pasado había amado a su abuela Sylvia.
Porque bastaba con mirar esa fotografía para saber que el hombre y la mujer que aparecían en ella se amaban.
Tenía que llevársela a la abuela, tenía que ponerla en sus manos y contarle que la había encontrado escondida entre las páginas de una vieja edición norteamericana de Jane Eyre junto con otro precioso dibujo de una flor, de una camelia.
—Estás temblando, Sarah. —Liam le colocó por encima de los hombros el abrigo que ella había dejado en el respaldo de la silla—. Vámonos de aquí.
Liam se levantó y recogió el ordenador antes de ponerse el abrigo y la bufanda. Después, volvió junto a Sarah y guardó sus pertenencias, incluido el ejemplar de Jane Eyre, en el bolso de ella. Esa novela no podía salir de la biblioteca de la universidad, pero ya lidiaría más tarde con ello. Sarah seguía sin moverse, y él había vivido los suficientes ataques de pánico para saber que tenía que hacerla reaccionar cuanto antes. La ayudó a incorporarse y la sujetó por el antebrazo hasta asegurarse de que no iban a fallarle las piernas. La bolsa que contenía el ordenador se la colgó cruzada en el torso y el bolso de ella se lo puso en un hombro.
—Vamos. —La cogió de la mano y tiró de ella hacia la salida de la biblioteca. El aire fresco la despejaría.
Él también se había quedado aturdido al descubrir la fotografía. Hasta aquel instante había sido capaz de convencerse de que la muerte de Eddie había sido en verdad un accidente y de que él no había tenido nada que ver. Ahora ya no estaba tan seguro. Pero si la muerte de Eddie había sido orquestada, también lo había sido el atraco fallido que Sarah había sufrido pocos días después de su llegada y el allanamiento de la casa de Sylvia. Tenía que sacarla de allí cuanto antes, no solo de la biblioteca, sino de Inglaterra, y después buscaría el modo de eliminar para siempre esa amenaza. Lo que le sucediera a él, comprendió de repente, no le importaba.
Llevó a Sarah hasta la calle, pero ni el viento ni el ruido de los transeúntes la afectó lo más mínimo. Liam seguía sujetándola de la mano y ella aún tenía los dedos helados. Los apretó con los suyos y no obtuvo respuesta. Tiró de ella un poco más en busca de un lugar donde sentarla y decidir qué hacer. Le daba miedo verla así.
—Sarah, di algo, vamos.
Nada.
Su despacho no estaba lejos. No le entusiasmaba la idea de entrar con ella en ese estado en la facultad, pero era preferible a seguir caminando sin rumbo fijo o a entrar en un café donde no tendrían intimidad y sin duda serían el centro de todas las miradas. Liam nunca renegaba de la fama ni del dinero que había conseguido con su novela, al fin y al cabo ese dinero le había permitido rehacer su vida, pero había situaciones en las que le gustaría poder pasear por Oxford sin que nadie le conociera, y esa era una de ellas.
Apretó la mano de Sarah para comunicarle que había tomado una decisión y la guio calle abajo. Ella al menos le respondía físicamente y caminaba con normalidad, aunque seguía con la mirada perdida y vacía, y con la piel tan pálida que se podrían trazar constelaciones entre las pecas.
De repente vio en su mente una de esas constelaciones, una que iba del omoplato derecho a la cuarta vértebra de Sarah. La había dibujado con un dedo en una ocasión, lo sabía con certeza, podía sentir incluso un cosquilleo en la piel. Sacudió la cabeza y se obligó a seguir adelante. Liam no sabía qué era peor, si haber olvidado a Sarah por culpa del infarto o tener esos flashes que le sorprendían desde que ella había vuelto. Ya se había resignado al olvido, estaba acostumbrado, pero cuando aparecían esas imágenes fugaces, esos recuerdos, enloquecía y deseaba con todas sus fuerzas que lo dejasen en paz. Era una crueldad, la peor tortura que podía imaginarse. Aunque, si era sincero consigo mismo, también había instantes en que no quería que terminasen nunca.
Cruzaron la puerta de la facultad sin que nadie intentase detenerlos, probablemente porque al ver los ojos de Liam decidirían que era preferible no acercarse. Subió la escalera tan rápido como pensó que ella podía seguirle y la llevó directamente al despacho. Cuando fue a soltarle la mano, Sarah intentó retenerlo, pero en el último segundo lo dejó ir. Liam dejó el ordenador y el bolso encima de la mesa y fue a cerrar la puerta mientras ella seguía allí de pie. No quería que los molestase nadie.
—Sarah, di algo. Reacciona. —Se plantó frente a ella e intentó mirarla a los ojos, pero los de Sarah aún parecían incapaces de enfocar—. Vamos, profesora Morgan.
La sujetó por los hombros y la descubrió temblando. Por lo que él sabía, desde su llegada a Oxford, Sarah había intentado reconciliarse con la muerte de su padre, recuperar la relación con su abuela y había lidiado con él, con su animosidad y con el extraño misterio de esas flores. La fotografía que acababan de encontrar no era solo una pieza más de ese rompecabezas, sino que ponía en duda el pasado de la familia Morgan. Era comprensible que la mente de Sarah necesitase un descanso, pero Liam no podía permitir que siguiera sin reaccionar. Empezaba a asustarse.
Agachó la cabeza despacio y posó los labios encima de los de ella. Dejó que su calor la alcanzase, que sintiera el cosquilleo de tenerlo tan cerca. Respiró; su aliento entró en la boca de ella y él no pudo contener un profundo escalofrío. Levantó las manos despacio, las llevó a las mejillas de Sarah y le acarició los pómulos con los pulgares. Ella aguantó la respiración un instante y después soltó el aire entre los dientes. Liam notó que la piel de Sarah recuperaba poco a poco su temperatura normal, pero no se apartó, siguió con los labios en los de ella, alargó aquel beso lento e inocente. El cuerpo de Sarah se aflojó, esa tensión casi catatónica desapareció y sus músculos recuperaron la normalidad. Liam iba a dar un paso hacia atrás; el alivio que había sentido al ver que estaba bien era como unas tenazas alrededor del torso. Ese beso, el hecho de que se le hubiese ocurrido besarla, demostraba el poder que seguía teniendo esa mujer sobre él. Empezó a echarse hacia atrás, pero entonces ella le acarició los labios con la lengua y le colocó las manos en la cintura.
Un beso de verdad, uno con el sabor de ella y la soltaría.
Un beso que le hizo latir el corazón otra vez.
Un beso que empezó despacio y que con cada suspiro derribaba todos los miedos contra los que Liam llevaba años luchando. La piel de Sarah, su boca buscando la de él, el deseo por descubrirla, por besarla hasta que ninguno de los dos existiese.
La soltó porque si no lo hacía en cuestión de segundos ya no podría hacerlo nunca.
Sarah lo miró aturdida, confusa, pero con los ojos llenos de vida, los labios húmedos y color en las mejillas.
—Me has besado —le dijo más sorprendida que enfadada.
—Dudaba entre eso y abofetearte. —Ella se llevó dos dedos a los labios como si no acabara de creerse lo que había sucedido y él se dio media vuelta. Tenía que fingir que ese beso no había significado nada cuando en realidad lo había significado todo. Demasiado—. No reaccionabas, estabas en estado de shock. Tenía que hacer algo.
Sarah observó la espalda de Liam. Se había metido las manos en los bolsillos del pantalón y las mangas de la americana le marcaban una línea rígida entre los hombros. Él no se acordaba de los meses que habían estado juntos, pero ella sí. El beso que Liam acababa de darle había sido idéntico a otros del pasado, a los que le dio una mañana cuando se despertaron el uno en los brazos del otro después de hacer el amor. El día del funeral de su padre, cuando Liam la besó junto a las barcas o cuando la besó en la cocina de su casa lo había hecho furioso, lleno de rabia y quizá también de dolor. Sarah podía distinguir claramente entre esos besos y los del pasado; los nuevos eran sensuales y apasionados, pero también fríos en cierta manera. El beso que acababa de darle ahora ya no, en ese beso había calor, cariño. Sarah tuvo ganas de llorar.
—Gracias por elegir besarme —susurró.
—De nada. ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado?
Liam seguía de espaldas.
—No lo sé, de repente he empezado a pensar que no sé nada del pasado de mi abuela. Para mí siempre ha sido Sylvia, la mujer que me cuidaba de pequeña, la persona que me enseñó a amar las flores y que leía libros conmigo. Te parecerá infantil y egoísta, pero nunca me había planteado qué o quién había sido Sylvia antes de casarse con mi abuelo y de tener a mi padre. Siempre había dado por hecho que nosotros, mi abuelo, mi padre y yo, éramos lo más importante de su vida. En cambio ahora, cuando su cuerpo y su mente se están apagando, lo que necesita es recuperar a Gideon y sus flores. Él es el único al que se niega a olvidar.
Liam se giró. La emoción que impregnaba la voz de Sarah le obligó.
—No elegimos lo que necesitamos para sobrevivir, Sarah. Créeme, sé de lo que hablo. Tu abuela te quiere, eres importante para ella y te necesita, igual que necesitaba y quería a tu padre y a tu abuelo, de eso estoy muy seguro.
—Pero a Gideon le quiere y le necesita más, ¿es eso? —Le resbaló una lágrima por la mejilla. Lloraba por Sylvia y Gideon, pero también por ella y Liam.
—No lo sé. —Se acercó a ella—. No conocemos su historia. Tal vez lo necesita porque lo perdió o porque hace demasiado que no lo ve o porque no sabe nada de él. O quizá la demencia le está jugando una mala pasada. No lo sé, Sarah.
Sarah quería que Liam la abrazara, que volviera a besarla, pero comprendió que no lo iba a hacer. Sabía que él quería tocarla; Sarah le recordaba lo suficiente como para poder leer la tensión que contenían sus hombros, pero iba a negárselo a ambos. Cansada e incapaz de averiguar por qué Liam no cedía, asintió pensativa y caminó hacia la mesa en la que él había dejado la fotografía.
—Estaban muy enamorados —susurró al observarla—. ¿Qué pudo pasarles?
—Eso solo lo saben Sylvia y Gideon, y me temo que ninguno de los dos puede contárnoslo. Lo mejor será que lo dejes ir, Sarah.
«Nos dejo ir a nosotros, Liam, pero a ellos no.»
—No, no puedo. Sylvia me pidió que la ayudase a recordar y voy a hacerlo. No permitiré que otra persona de mi familia pierda su historia de amor. Al menos un Morgan tiene que conseguir quedarse con su alma gemela.
Su vehemencia les sorprendió a ambos: a ella porque no sabía sentirse así y a él porque tenía miedo de preguntarle qué amor había perdido ella. Aunque tal vez, pensó Liam, solo se refería a su padre y a Mary.
—¿Y cómo vas a hacerlo? —la retó enfadado porque por su culpa ahora le costaba respirar y notaba una leve punzada en el pecho—. Dime.
—Falta un libro.
En la lista de Gideon había dos libros que Currer Bell nunca había tenido en sus manos; el que habían encontrado ellos y otro que había desaparecido de la biblioteca.
—Ese libro es imposible de localizar. Gideon Cambray no lo devolvió a la biblioteca, quién sabe dónde puede estar. Cambray vivió en Estados Unidos muchos años, tal vez lo perdiera allí o en cualquier otra parte. Quizá se lo dejó en un avión o quizá lo devolvió a la biblioteca y el empleado de turno cometió un error al registrarlo de nuevo. Es imposible encontrarlo, Sarah.
—Tal vez, o tal vez esté en una estantería en Milton Manor. Voy a buscar ese libro, Liam. No voy a rendirme ahora. Pondré patas arriba la mansión de los Cambray y la Bod entera si hace falta.
—Estás loca —señaló él al adivinar lo que pretendía—. No vas a buscar ese libro durante la fiesta.
—Por supuesto que sí.
—La familia Cambray no solo tiene esa propiedad, también tiene varios pisos en Oxford y unos cuantos edificios en Londres. ¿También lo buscarás por allí?
—Si es necesario, sí.
Él arrugó las cejas. Tenía que hacerla entrar en razón; el camino que pretendía seguir era una locura y podía ponerla en peligro. Tenía que protegerla.
—¿Has pensado que tal vez Gideon Cambray no quiso que Sylvia encontrase ese libro? —improvisó.
—¿Qué quieres decir?
—Tú misma has dicho que no sabemos qué pasó entre Gideon y Sylvia, pero es evidente que se separaron y que tu abuela se casó con Mathew Morgan. Tal vez Gideon nunca quiso que Sylvia encontrase ese último libro. Ha sufrido una embolia, cierto, pero antes vivía tranquilamente en Inglaterra. Si hubiera querido, habría podido ir en busca de Sylvia. Piénsalo. Si no lo hizo fue por algo. Buscar ese libro en Milton Manor es una temeridad y un sinsentido, Sarah.
Ella pareció sopesar la teoría de Liam, aunque era más que evidente que de un modo u otro iba a seguir adelante.
—Iré a visitar a Sylvia —concedió al final—. Tengo ganas de verla y de enseñarle la fotografía y la flor que hemos encontrado. Seguro que se alegrará. Según cómo reaccione, decidiré qué hago. Pero te adelanto que no descansaré hasta averiguar la verdad. Tal vez tengas razón y Gideon Cambray no quería volver a ver a mi abuela, pero si es así, tengo que saberlo.
Liam asintió y se acercó al escritorio. Abrió una agenda negra que había encima y pasó unas páginas. Se escondió tras ellas.
—Tengo que impartir una clase en media hora.
Sarah suspiró confusa. A pesar del beso de antes, él seguía distante. Quizá incluso más.
—De acuerdo. Gracias por tu ayuda, Liam. —Él no apartó la mirada de la agenda—. ¿Cuándo es la fiesta?
—Dentro de dos días, el viernes.
—Oh, vaya.
Liam sí levantó entonces la cabeza, y le habló igual que cuando interrogaba a uno de sus alumnos.
—¿Sucede algo?
—No, nada. Había quedado con Rob, pero lo anularé. —Sintió el peso de la mirada de Liam.
—No lo hagas; conserva la cita y descarta la idea de asistir a la fiesta de Milton Manor. Es un plan absurdo. Disfruta de los días que te quedan en Oxford.
A Sarah le hirvió la sangre.
—Anularé mi reunión con Rob —le corrigió y cogió el bolso de encima del escritorio para colgárselo del hombro—. Te veré el viernes.
—Como quieras.
Liam volvió a bajar la vista hacia la agenda negra olvidándose de ella. Sarah acusó el insulto y se fue sin despedirse. En cuanto la puerta se cerró, Liam cerró la agenda de un manotazo y llamó por teléfono.
—Esperaba noticias tuyas —le dijo la voz que contestó de inmediato.
—Quiere asistir a la fiesta del viernes.
—Dijiste que se iría a Brasilia en unos días.
—Ha decidido quedarse un poco más, pero se irá después de la fiesta.
—De acuerdo, deja que venga. ¿Algo más?
—El profesor Morgan, Eddie, sufrió un accidente, ¿no es así?
Liam apretó el móvil al oído. Le sudaba la espalda e instintivamente se llevó la mano que tenía libre al corazón; le latía muy rápido.
—Por supuesto que sufrió un accidente. Fue muy lamentable, una verdadera pena. No puedo creer que hayas tenido que preguntármelo, Liam, creía que nos conocíamos.
—Y nos conocemos. —Por eso precisamente había hecho esa pregunta, porque sabía que su interlocutor era capaz de todo.
—Esa mujer, la hija del profesor, ¿no será un problema, no?
—Por supuesto que no —confió en sonar convincente.
—¿Dónde está ahora? ¿Sigue contigo o ha salido a pasear un rato?
Liam apretó los dientes. Sabía que lo peor que podía hacer era perder la calma.
—Ha ido a visitar a su abuela, quiere verla antes de irse.
—Me alegro, es lo propio. ¿Puedo colgar o quieres acusarme de algo más?
—No te he acusado de nada, sencillamente me parece muy extraño que Eddie sufriese un accidente justo después de que te mandase esa información sobre su trabajo.
—Fue casualidad. El profesor bebió más de la cuenta y perdió el control del vehículo, fin de la historia. Una cosa no tiene nada que ver con la otra.
—Cuando la hija de Morgan se suba al avión, tú y yo hemos acabado.
—Vaya, Liam, y yo que creía que éramos amigos. —Una risa amarga acompañó esa frase que ambos tomaron como falsa—. De acuerdo, profesor, tú asegúrate de que ella se vaya y no volveremos a vernos nunca más.
La línea quedó en silencio y Liam lanzó el móvil encima de la mesa sin preocuparse por si se rompía. Por culpa del beso que le había dado a Sarah, porque ahora seguía con su sabor en los labios, pensó en lo que había hecho meses atrás y sintió repugnancia de sí mismo. Había accedido a mandar ese archivo porque quería deshacerse para siempre de ese lazo con el pasado, de Samuel Cambray, pero ahora tenía la horrible sospecha de que no iba a lograrlo jamás.
Se dejó caer en la silla, se quitó las gafas y se frotó la frustración del rostro. Quizá se estaba dejando llevar por la teoría conspiratoria de Sarah. Lo único que había hecho él había sido enviar por correo electrónico el último trabajo de investigación del profesor Morgan. No se sentía orgulloso de ello; de hecho, le parecía despreciable. Eddie había acabado convirtiéndose en su mejor amigo y él había traicionado esa amistad, le había robado su trabajo y lo había mandado al propietario de una empresa farmacéutica a cambio de que desapareciese para siempre de su vida. Cuando lo hizo, Eddie y él no eran tan amigos y Liam se justificó diciendo que no pasaba nada, que a Eddie Morgan no podría hacerle mucho daño que otra persona conociera su investigación sobre la conservación biológica del plasma. Tal vez perdería la autoría del artículo o, como mucho, de una posible patente. Nada más. Eso era lo que le había asegurado Cambray, igual que le había dicho que no quería que la hija de Morgan estuviese en Oxford para evitar posibles problemas legales.
Liam le había creído porque quería arrancar a esa clase de personas de su vida, pero ahora le costaba seguir engañándose. Nunca se había imaginado que la familia Cambray fuese a estar tan íntimamente relacionada con la familia Morgan y las ramificaciones que podía tener dicha relación le causaban escalofríos.
—Te estás dejando llevar, Liam —farfulló—. Deja de hacerlo, sé razonable.
Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.
La chica del río apareció tras los párpados, pero ahora sabía que era Sarah y que no le había abandonado. Se sentía morir un poco más cada día al saber que esta vez la perdería para siempre y no por una jugarreta del destino, sino por su culpa.
—Maldita sea.
Un hombre con un corazón como el suyo no tendría que haberse enamorado tan perdidamente de una mujer como Sarah. A pesar de que no recordaba nada de su pasado, le bastaba con verla para querer tocarla. La necesitaba, profunda e irremediablemente. Siempre sería así, hasta que un día, sin ella, su maldito corazón se diera por vencido y dejara de latir. Lo único que pedía a cambio era recordar lo que se sentía al hacer el amor con Sarah, al amar a Sarah, aunque solo fuera una vez.
Entregaría hasta el último latido de su corazón por recordar cómo era amar a Sarah y que ella lo amase a él.