Una tarde con John Curtin
Acción Vegana: ¿Cómo empezaste en la lucha?
John Curtin: Creo que fue a raíz de una relación que tuve con una chica que era vegetariana. Durante tres de los cuatro años que salimos juntos yo seguí siendo un gran consumidor de carne. Me parecía que el vegetarianismo estaba bien pero que no tenía nada que ver conmigo. Cuando empecé a plantearme la posibilidad de ser vegetariano me fui a vivir a Irlanda, a una casa en medio del campo donde yo pasaba días enteros con mi perro Pepe. Una noche Pepe se puso muy enfermo y fui testigo de su repentina pero dolorosa muerte. El dolor que sentí por su muerte, la de un animal de otra especie, me hizo comprender los motivos para ser vegetariano y unirme a la lucha por la liberación animal.
En Irlanda tienen la misma mentalidad católica cerrada que en España. Yo sabía que en Inglaterra había gente dando caña y decidí volver y ayudar. A las primeras personas del movimiento a las que conocí fue a Jill Phipps y a su madre Nancy, en una reunión en 1984. Al principio, madre e hija pensaron que yo era un policía ya que desde el primer momento les propuse salir a hacer acciones.
Tiempo más tarde Nancy y Leslie, la hermana de Jill, acabaron pasando por la cárcel. Y el 1 de febrero de 1995 Jill fue asesinada cuando intentaba detener a un camionero durante una campaña contra la exportación de animales vivos en el aeropuerto de Coventry. El camión no se detuvo y le pasó por encima. Ahora recuerdo a Jill no sólo como una buena activista, sino también como una gran persona que representaba en sí misma al movimiento punk.
AV: ¿Cuál fue la primera acción por la que te encerraron?
JC: Fue por un ataque a Wickham Laboratories, un centro de vivisección situado en Hampshire. Sabíamos que usaban perros robados a particulares para experimentar con ellos. La ley en Inglaterra dice explícitamente que cualquier animal que se utilice para la vivisección ha de ser criado con ese fin.
Nos unimos 150 activistas. Eran los tiempos dorados del ALF en Inglaterra. Ahora el número de acciones ilegales ha disminuido y han aumentado las legales. Es normal que tengamos altibajos en el número de activistas, seguro que dentro de poco resurgiremos con más fuerza que nunca.
El objetivo del asalto era conseguir documentos que demostrasen que estaban usando perros robados, para así poder llevarlos a juicio y acabar definitivamente con aquel horrible lugar. Desgraciadamente no conseguimos llevarlos a juicio porque aunque logramos demostrar que los animales no habían sido criados para la vivisección, no pudimos probar que eran robados. Al final, los que acabamos en el banquillo de los acusados fuimos algunos de nosotros.
En las asambleas participábamos los 150, sin líderes, aunque había un grupo de unos diez que se encargaba de planear la operación. La policía sabía lo que estábamos tramando y nos tenían bajo vigilancia. Aun así no sabían tanto como creían. Pensaban que la acción tendría lugar a las diez de la noche del sábado, pero fue a las diez de la mañana del domingo. Así que para cuando se produjeron los hechos, los policías que vigilaban el laboratorio ya se habían ido a sus casas. Su error fue doble, nuestro objetivo no sólo era el laboratorio, sino también la granja de perros y la casa del director del centro. Los tres lugares fueron atacados a la vez.
Unas 90 personas atacaron el laboratorio sin importarles hacer ruido, ya que el ataque era a plena luz del día y los trabajadores que había dentro seguro que los iban a ver, así que igual que en los otros lugares asaltados aquel día, usamos herramientas contundentes como cizallas, mazos, palancas o hachas. Básicamente se trataba de entrar, reventar las puertas y ventanas que nos obstaculizasen el camino, coger los documentos y desaparecer con ellos antes de que llegase la policía.
Se había planeado todo hasta el último detalle. Aunque sólo unos pocos habían entrado dentro del edificio, todos sabían cuál era su trabajo. El plan de huida también era bueno. A las matrículas les habíamos puesto barro por encima para tapar los números sin levantar sospecha. Los conductores los dejaron en un sitio y los recogieron en otro al que desde el laboratorio sólo se podía llegar a pie porque había que cruzar unas vías de tren. Cuando ya estaban en el coche yéndose vino hacia los compañeros un coche de la policía con las sirenas y las luces puestas. Por un momento pensaron que ya los habían cogido pero el coche siguió de largo hacia el laboratorio.
Mientras sucedía todo esto los otros dos grupos también cumplíamos nuestra parte. A la casa del director fuimos siete personas. Por razones de seguridad aparcamos los coches —uno era el mío— a unas 3 millas de distancia y caminamos hasta la casa. El vivisector, al ver en su casa a siete personas con pasamontañas, sacó una pistola que tenía pero nos echamos encima, le pegamos y nos fuimos.
El resto de los activistas fue a la granja, ataron a los trabajadores y se llevaron lo que buscaban. El día anterior a la acción la policía, que nos estaba vigilando, sacó fotos a algunos de nosotros en una reunión en una estación de trenes. Aparte de las fotografías, la acusación utilizó otra prueba contra mí en el juicio: una vecina chismosa y paranoica apuntó la matricula de mi coche; durante la visita a la casa del director, pensando que lo habíamos aparcado a suficiente distancia, no tapamos la matrícula de mi coche. No se por qué, la vecina sospechó, pero que sirva de escarmiento al resto de compañeros.
En total fuimos detenidas diecinueve personas. Algunos, a pesar de que en las asambleas lo habíamos acordado, en el calabozo no contestaron las preguntas de la policía con “no voy a declarar” y acabaron hablando más de la cuenta. Personalmente no les guardo ningún rencor, ya que fuimos nosotros los que incitamos a actuar a gente que no estábamos seguros de que estuviese preparada. Además, los que hablaron lo hicieron por los nervios de la detención y no continuaron durante el juicio.
La acusación trató por todos los medios que nos condenasen a las máximas penas posibles y con esa idea decidieron acusarnos de conspiración contra los tres lugares atacados. De modo que algunos compañeros pudieron admitir que, de hecho, habían participado, pero al demostrar que sólo tenían conocimiento de uno de los ataques, quedaron libres. Yo no tuve la misma suerte. Con las pruebas de la matricula de mi coche y las fotos que nos había hecho la policía me declararon culpable y me condenaron a nueve meses de cárcel.
AV: Pero cuando te sentenciaron, tú ya estabas en la cárcel por otra acción.
JC: Sí, estaba en prisión preventiva por otra acción que llevé acabo mientras estaba en libertad condicional esperando juicio por el ataque en Wickham Laboratories.
Con unos amigos decidimos hacer algo contra la caza del zorro. Desgraciadamente las cosas no salieron exactamente como esperábamos. Queríamos hacer algo que conmocionase a la sociedad, demostrar que había gente dispuesta a hacer cualquier cosa para acabar con esta cruel afición y forzar a la gente a que empezase a pensar y a decidir si estaba a favor o en contra de la caza de zorros. La acción que se nos ocurrió era perfecta.
El objetivo sería un primo de la reina Elizabeth, el duque Beaufort. Este individuo, que había fallecido cinco meses antes, era visto como el James Bond de la caza. Antes de morir había escrito sus memorias, en las que contaba orgulloso sus aventuras en África cuando mataba elefantes y otros animales. Por supuesto también hablaba de su mayor afición, por la que más se le conocía y a la que dedicaba su vida cuando estaba en Inglaterra, la caza del zorro.
El plan era abrir su tumba, cortarle la cabeza —el duque había muerto hacía muy poco— y enviársela a una mujer que también se divertía matando zorros, la princesa Ann. Sus huesos se los daríamos a los perros de otros cazadores.
Decidimos llevar acabo la acción la noche de Navidad, no sólo porque es una noche en la que la gente esta menos alerta, sino también porque el día siguiente a Navidad es el Boxing Day, una fecha importantísima para los aficionados a la caza del zorro. Durante la noche de la acción estábamos bastante tranquilos en términos de riesgo porque en aquellos tiempos el cementerio no tenía sistemas de seguridad y sabíamos que podíamos tomarnos bastante tiempo. Pero poco a poco los activistas del grupo empezaron a tener miedo y dudas y a echarse atrás, excepto Terry Halsby y yo, que continuamos cavando y cavando.
Pero cuando habíamos cavado más de dos metros de profundidad la presión en el grupo era demasiada y tuvimos que desistir. Rápidamente se tomó la decisión de que seguiríamos adelante con los comunicados de prensa y que diríamos que el plan no pudo concluirse porque la pala se rompió. Como no llevaba mucho tiempo muerto, la cruz que había encima de su tumba era provisional y de madera. Nos la llevamos sin ningún problema, nos hicimos fotos con ella y las enviamos a la prensa junto con la explicación de lo que queríamos hacer, la historia de la pala rota y los motivos de la acción.
Conseguimos lo que queríamos, los medios de comunicación de todo el mundo hablaron de la acción, haciendo a la gente que reflexionase sobre si le parecía peor divertirse matando zorros o profanar la tumba de un asesino.
La cruz y las herramientas las guardamos en una casa que Terry había alquilado y que muy pocos conocían su existencia. Queríamos más adelante dejar la cruz en frente al Palacio de Bukingham y dar así más eco a la noticia. A la madre de Terry, sin ningún motivo por el que sospechar, le dio una paranoia, llamó a la policía y acusó a su hijo. Les dio la dirección de la casa de Terry y una muestra de barro que cogido de los pantalones de su hijo mientras éste dormía, para ver si coincidía con la tierra del cementerio. Los análisis no coincidieron, mi amigo se había manchado al pasear con los perros, pero cuando entraron a la casa y se encontraron la cruz, dejaron de tener dudas sobre quién estaba detrás de todo.
Yo había estado muchas veces en su casa y su madre me conocía bien, así que no fue difícil relacionarme con el caso. Me arrestaron, perdí de inmediato la libertad condicional de la que gozaba en esos momentos, y entré directamente a la cárcel. Ahí me enteré de la condena de nueve meses por el asalto masivo al laboratorio Wickham, a la que un mes más tarde se le sumó otra de dos años por profanación de tumba.
Desde mi punto de vista esta acción, ahora que la prohibición de la caza del zorro está al caer, ya no tiene sentido. Pero quizás la situación en España se parezca a la inglesa hace 18 años. Que los activistas de ahí decidan.
AV: ¿Qué recuerdo tienes de la primera vez que estuviste en la cárcel?
JC: En realidad no me fue tan mal ahí dentro. Recibíamos un enorme apoyo social que se agradecía enormemente y que generalmente nos llegaba a través de cartas. El Grupo de Apoyo al Frente de Liberación Animal (GAFLA) ya existía desde finales de los 70 y su apoyo también se notaba mucho ahí dentro.
Cuando entré era un chaval de 21 años con mucho nervio y muy alocado. Terry y yo participamos en muchos motines que utilizaron como excusa para separarnos de prisión. Estos disturbios y, sobre todo, el hecho de que muchos de los carceleros fuesen cazadores hacían que éstos nos odiasen a muerte. Afortunadamente, cuanto más nos odiaban los carceleros más nos apreciaban los presos, por lo que nunca tuvimos ningún problema con el resto de los convictos.
No creo que las cárceles vayan a conseguir, en absoluto, que la gente obedezca la ley. En mi caso fue como ir a la universidad de los criminales y activistas.
AV: ¿Alguna vez has contribuido a difundir y a enseñar cómo participar en acciones?
JC: En 1990 hice con unos amigos una revista de acción directa llamada “Into the 90´s”, de la que sólo hicimos un número y que iba orientada hacia cómo nos gustaría que fuese la década que empezaba. Me gustaría poder daros un ejemplar, pero por la represión nos deshicimos de todos los que teníamos.
Pero mi especialidad es hablar, he dado charlas sobre el FLA y la liberación animal, no sólo en Gran Bretaña, sino también en otros países de Europa. He participado en multitud de programas de radio y televisión, desde debates a documentales.
Aparte de eso siempre intento ayudar en lo que puedo. Durante años edité la revista del GAFLA y hace poco he escrito varios artículos para la revista Arkangel y ahora mismo estoy colaborando con vosotros.
AV: ¿Por qué volviste a entrar en la cárcel?
JC: Uno de los motivos fue el ataque al centro de investigación Interfauna en 1990. Conseguimos rescatar a 81 beagles y 26 conejos. Participamos 25 activistas, todos ellos de la zona de Northampton y con los que yo ya había hecho acciones menores antes.
Tuvimos que alquilar dos furgonetas lo más grandes posibles. Para que fuese más difícil seguirnos la pista no las alquilamos a una empresa de alquiler convencional, sino a un taller de reparación de vehículos, donde yo di mi nombre responsabilizándome de ellas. Robamos unas matrículas en una chatarrería y se las pusimos a las furgonetas.
No sé cómo pero la policía acabó enterándose de dónde habíamos conseguido las furgonetas para la acción. Los forenses hicieron en ellas unas investigaciones que sólo hacen en casos de asesinato. Recogieron unos restos vegetales que habían quedado adheridos en el sistema de suspensión y los analizaron. Descubrieron que la vegetación tenía una enfermedad producida por hongos. Esta enfermedad era muy extraña pero muy frecuente en la zona en la que habíamos hecho la acción.
Como la vez anterior, mientras esperaba el juicio no pude o no quise resistir la tentación de hacer lo que creía que estaba bien. En 1991 Alan Summershill, un cazador de zorros atropelló y asesinó con su coche a Mike Hill, un saboteador de la caza. Las autoridades decidieron pasar por alto el hecho y unas 80 personas nos dirigimos hacia la casa de Alan en una manifestación de protesta que de antemano se sabía cómo iba a acabar.
Policías y periodistas nos estaban esperando, algo que no impidió que los manifestantes descargásemos nuestra rabia sobre la casa del cazador. No fue en absoluto una acción organizada, de hecho aun sabiendo que había cámaras ni siquiera nos tapamos la cara. Simplemente nos dejamos guiar por nuestros sentimientos.
Durante el disturbio fueron detenidos varios manifestantes pero eran inmediatamente liberados por el resto de los compañeros, que no dudábamos en enfrentarnos a los policías. En ese momento se vieron desbordados y sólo consiguieron llevarse a uno de nosotros, al que habían escondido y esposado a una farola. Aún estando esposado, estoy convencido de que de haberlo visto hubiéramos encontrado la forma de sacarlo de ahí.
Gracias a las grabaciones hicieron cuarenta detenciones durante los días siguientes. Cuando me enteré de que habían venido también a mi casa, me di a la fuga. En esos momentos me encontraba en libertad condicional en espera de juicio por la acción de Interfauna. Como no quería pasarme el resto de la vida en busca y captura finalmente decidí presentarme al juicio, al salir me detuvieron y poco tiempo después estaba en la cárcel. Ahí fui condenado a doce meses bajo el cargo de “violent disorder”.
AV: ¿Podrías hablarnos de alguna de las detenciones que hayas tenido?
JC: He pasado cientos de veces por el calabozo y a veces incluso sin haber hecho nada. Sobre el año 89 vivía en una casa con mi novia, con Lesslie Phipps, su novio, y un chaval que tocaba en un grupo de música y que no tenía nada que ver con el ALF. Entre nosotros acordamos, por motivos de seguridad, no contarnos las acciones más graves en las que participábamos.
Una noche yo estaba preocupado porque mis compañeros de piso tardaban mucho en llegar. Llamaron a la puerta y, como hago siempre, miré por la mirilla antes de abrir. No conocía a los que estaban detrás y les pregunté que quienes eran. Me contestaron que eran policías y, todavía sin abrirles, les pregunté que qué querían. Me dijeron que buscaban a John Curtin, porque le habían robado el coche. Fui a la ventana, me asomé y vi que era cierto, el coche no estaba donde yo lo había dejado aparcado. Contento de que por una vez hubieran venido a ayudarme les abrí.
Se metieron de golpe en casa y al darme cuenta de que era una redada me dirigí a las dos únicas cosas ilegales que había en casa: una piedra de hachís que había ahí mismo y que me comí de golpe, y la otra cosa que nos podía dar problemas era un alfiler que habíamos colocado en el contador de la luz para que no funcionase. Habíamos quitado la bombilla de la luz del sótano, que era donde estaba el contador, para que así, si llegaba el inspector de la luz tuviese que ir a oscuras y entonces, mientras él conseguía la linterna, nosotros podíamos quitar el alfiler.
Salí corriendo hacia el contador, los policías me cortaron el paso y se dieron cuenta de que ahí había algo ilegal. Registraron de arriba abajo una y otra vez la pequeña habitación en la que básicamente sólo estaba el contador y el alfiler, pero nunca lo encontraron.
Se me llevaron a comisaría por una supuesta colocación de dispositivos incendiarios. Recuerdo que para entonces el hachís que me había comido empezó a hacerme efecto y todo me parecía cada vez más surrealista. En el calabozo, otro detenido me preguntó que por qué estaba detenido, le dije que en realidad no lo sabía y le pregunté lo mismo yo a él. Me dijo que le habían cogido robando un coche y, tras hacerle un par de preguntas, me di cuenta de que era mi coche el que había intentado robar. El pobre había ido a robar el coche de una persona que estaba siendo vigilada.
Yo no era el único que estaba en el calabozo sin comerlo ni beberlo, el resto de mis compañeros de piso también estaban ahí, incluyendo al chaval que tocaba en el grupo de música y que no tenía nada que ver con la acción directa. A éste, mientras vivió con nosotros le arrestaron decenas de veces por acciones que habíamos hecho el resto. Al final descubrieron que los que hicieron la acción habían sido Lesslie y su novio Gary, a quienes les condenaron a tres años de cárcel por intentar quemar los camiones de una granja.
AV: ¿Hay algún otro arresto del que nos quieras hablar?
JC: Desde el año 92 hasta el 95 también me detuvieron en varias ocasiones a raíz de unas acciones contra el Grand National, una famosísima carrera de caballos que se hace todos los años en Liverpool y se retransmite en directo en casi todo el mundo. Esta carrera es una prueba durísima para los caballos, a los que obligan a saltar grandes obstáculos y caer en agujeros o rampas muy inclinadas. Decenas de caballos sufren en los saltos esguinces y otras lesiones que son consideradas fatales por sus dueños ya que no pueden recuperar el estado físico necesario para correr en carreras y por lo tanto hacer ganancias. Los caballos de carreras son tratados como una propiedad, como “máquinas de hacer dinero”. El veterinario les hace una revisión inmediatamente después de finalizar la carrera y si comprueba que el animal ya no servirá para competir es asesinado en las cuadras esa misma tarde.
Sabiendo lo que se esconde detrás de esta versión inglesa de las corridas de toros, unos amigos y yo nos propusimos detenerla a nuestra manera. En el 92 unas diez personas ocupamos la pista segundos antes de que la carrera diera comienzo. No conseguimos detener la carrera pero retransmitieron nuestra acción y pancartas. Año tras año fuimos aprendiendo.
En el 93 los encargados de seguridad ya estaban prevenidos. Antes de que comenzase la carrera salió un grupo a la pista. Obligando nuevamente a las cámaras a retransmitir en directo la acción contra las carreras de caballos y a propagar nuestro mensaje. Tuvieron que retrasar el comienzo de la carrera mientras la policía se llevaba a los activistas. Pero el golpe sorpresa fue que segundos antes de que fueran a empezar la carrera nuevamente otro grupo de activistas, que hasta entonces había pretendido aparentar pertenecer a la afición, salió y ocupó la pista otra vez, retrasando aún más la salida.
El estado de conmoción no sólo afectó a la policía, la seguridad privada y los espectadores. Los jinetes también estaban desorientados pensando qué era lo siguiente que podía pasar. Aquel año los activistas y, sobre todo, los caballos tuvimos un golpe de suerte increíble. En la salida, debido a un fallo mecánico, algunas de las puertas de las cuadras no se abrieron. Cuando iban a saltar la primera valla, el juez levantó la bandera señalando nula la salida. Pero algunos jinetes, creyendo que el juez era otro activista continuaron y no se dieron cuenta del error hasta mitad de recorrido. Como estos caballos ya estaban cansados, no podían volver a correr porque los que hubiesen apostado por ellos jugarían en desventaja, así que finalmente se suspendió la carrera.
En la Grand National se mueven cientos de millones de libras y nosotros conseguimos que aquel año los organizadores perdiesen dinero. Así demostramos que hay otras formas de hundir los negocios de los explotadores aparte de destruyendo sus pertenencias. Además este tipo de acciones reciben condenas muy suaves. En 24 horas ya estábamos todos en la calle.
Al año siguiente, en el 94, la policía no estaba dispuesta a consentir que se repitiesen los hechos y preparó un dispositivo exagerado. Durante las 24 horas anteriores a la carrera estuvimos bajo vigilancia unos cuantos activistas sospechosos de querer sabotear el acto. Yo tomé todas las medidas de seguridad, porque sabía que podía estar siendo seguido, pero aun así no logré descubrir a los que me vigilaban. A las 12 de la mañana del día de la carrera nos detuvieron, a nosotros y a todas las personas con las que habíamos hablado durante el seguimiento, estuviesen o no relacionadas con la liberación animal. Después se metieron en nuestras casas y las registraron.
Lo que la policía había planeado y estaba llevando a la práctica era ilegal, ya que nos arrestaron sin haber cometido delito alguno. Querían detenernos para que mientras estuviésemos en comisaría, no pudiéramos sabotear la Grand National, y justificar sus detenciones con lo que encontrasen en nuestras casas. La jugada les salió mal porque en uno de los registros se olvidaron una carpeta con sus propios documentos, que explicaban detalladamente las ilegalidades de su plan. Con esta prueba los llevamos a juicio, doce personas recibimos indemnizaciones —las menores eran de 2500 libras— y se nos devolvió todo lo que nos habían confiscado.
Una de las cosas que se habían llevado y que nos tuvieron que devolver eran unas bengalas de humo que habíamos comprado en tiendas de navegación. Esas mismas bengalas fueron utilizadas en el año 95. Las tiramos en mitad de la pista para detener la carrera y que se tuviese que suspender. Desgraciadamente la policía les había quitado la carga y no funcionaron.
AV: ¿Qué es lo que te da energía para seguir luchando?
JC: Yo intento que mi motivación sea el amor hacia los animales y no el odio hacia sus opresores. Tal y como están las cosas en nuestra sociedad es muy sencillo sentir odio, pero este odio consume y ciega a los activistas. Lo que a todos nos hizo empezar en la lucha por la liberación animal fue el amor hacia nuestros hermanos. Un amor que no debe perderse nunca y que debe ser nuestra verdadera fuente de energía en la oscuridad de la noche.
AV: Llevas 18 años en el movimiento, ¿quieres comentar algo o dar algún consejo a otros activistas?
JC: En primer lugar no me parece bueno que se hable de los miembros del FLA como si fuese gente especial. Esto puede hacer que alguien no se sienta capaz de participar en acciones directas y, en realidad, cualquiera que se lo proponga es capaz de hacerlo.
Tampoco creo que nos beneficie enfocar la liberación animal como un movimiento para gente joven. Primero, porque no es cierto; y, segundo, porque necesitamos gente de todo tipo. Todo el mundo puede ayudar. Por ejemplo, en Inglaterra hay personas mayores con dinero que están desempeñando un trabajo importantísimo. Hacen santuarios que sirven de hogar a los animales liberados, a los que dedican todo su tiempo.
Hay que tener especial cuidado con los vehículos utilizados en las acciones, muchos compañeros han entrado en la cárcel por ellos. Tenemos que intentar pensar como criminales, aunque moralmente no lo seamos. Las fuerzas de seguridad hacen investigaciones mucho más minuciosas cuando el que ha infringido la ley lo ha hecho por motivos políticos y sociales.
Antes de atacar un objetivo busca siempre su punto débil. Intenta evitar entrar por puertas y ventanas, si es posible entra por el techo. Cuando el lugar está alejado de las casas y se puede hacer ruido suele ser fácil utilizando picos, mazos y herramientas similares. Si no se puede entrar por el tejado sigue siendo preferible no abrir la puerta. Taladra su base por varios puntos formando un círculo o un cuadrado, dale un golpe y entra por el agujero que quede.
Las bengalas y bombas de humo que venden en las tiendas de barcos se pueden usar en varios tipos de acciones. Son útiles en liberaciones en las que participa mucha gente y no hay suficientes walkie-talkies. Él o los que vigilan se ponen en un punto estratégico y si ven que llega la policía lanzan la bengala al aire y quedan todos avisados.
Cualquier acción con fuego es considerada como un gran crimen y castigada con largas condenas de cárcel; por ello quien vaya a hacer incendios debería tener especial cuidado.