Cualquiera puede
En verano de 1998 los activistas por la liberación animal de Finlandia hicieron la primera acampada protesta frente al criadero de animales de laboratorio de Karttula, vinculado a la Universidad Kuopio. El campamento duró desde junio hasta agosto. En esas mismas fechas pero en otra ciudad, un grupo reducido de personas nos reuníamos para discutir cómo podíamos unirnos a la lucha contra los vivisectores de Kuopio y apoyar la protesta.
La idea de rescatar animales de un criadero o un laboratorio nos apetecía bastante. Sabíamos que sacar perros de Karttula sería muy difícil porque se habían aumentado las medidas de seguridad por la presencia del campamento y por liberaciones anteriores. A ello se sumaba que ninguno de nosotros teníamos mucha experiencia en la acción directa, así que decidimos que debíamos buscar un objetivo más sencillo.
Uno de nosotros se enteró que aparte de los laboratorios de la universidad, el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) también mantenía sus propios animales en Kuopio. Una fuente anónima nos informó de que los laboratorios estaban detrás de los edificios del INSP y que se podía acceder a ellos a través de una puerta fácil de abrir con una palanca.
Con esta información decidimos intentar liberar ratas del laboratorio del INSP. Dos personas hicieron los preparativos; consiguieron un coche, una palanca y buscaron a dos personas de confianza que pudiesen ocuparse de las ratas hasta encontrarles casas permanentes. El resto del grupo sólo tendría que llegar al lugar de encuentro con zapatillas de recambio y guantes.
El primer problema que nos encontramos llegó cuando el activista con más experiencia preguntó por qué no teníamos dos palancas. Al parecer es mucho más sencillo abrir las puertas con dos palancas que con una. Además, a nadie se le había ocurrido traer linternas. Era demasiado tarde para conseguir lo que faltaba, así que decidimos seguir adelante con lo que teníamos. Obviamente, estuvimos de acuerdo en que la próxima vez planearíamos y prepararíamos las cosas juntos.
Durante las primeras horas de la noche condujimos cerca del INSP buscando un lugar adecuado para aparcar. Uno de nosotros advirtió de que esta parte la deberíamos haber hecho antes, ya que el estar dando vueltas podría atraer la atención. Al final, decidimos aparcar el coche en el primer sitio en el que pudimos esconderlo un poco.
Decidimos que uno de nosotros se quedaría vigilando fuera para avisar al resto por si se acercaba alguien. El vigilante se colocó en un lugar apropiado mientras el resto intentaba abrir la puerta de metal con la palanca. A diferencia de lo que nos habían dicho, la puerta era bastante resistente. Después de unos minutos nos dimos cuenta de que esa puerta no se abriría ni aunque tuviésemos diez palancas. No hace falta decir que deberíamos haber revisado el lugar nosotros mismos.
A pesar de todo no dejamos que estos problemas nos echasen atrás. En lo alto de la pared había una ventana a través de la que pudimos ver jaulas vacías. Llegamos a la conclusión de que tras aquella ventana podía haber salas de laboratorio. Amontonamos unas sillas que había ahí para subirnos encima, romper la ventana y meternos dentro.
La persona más alta del grupo se acababa de subir a la pila de sillas cuando nuestro vigilante nos avisó de que se acercaba un coche de seguridad. Recogimos las sillas rápidamente y cada uno se fue corriendo al bosque en una dirección; así nos dimos cuenta de que debíamos haber acordado una ruta de escape. Los que nos quedamos cerca pudimos ver cómo el guardia de la universidad salía del coche, se volvía a meter y se alejaba. De todas formas algunos de los activistas del grupo habían desaparecido y tampoco los encontramos cerca del coche.
Después de media hora buscando, y gracias a que tuvimos mucha suerte, conseguimos reunirnos. Llegamos a la conclusión de que el guardia no había venido por nosotros, así que no suspendimos la operación y regresamos al INSP.
Rápidamente, volvimos a apilar las sillas bajo la ventana y el mismo activista de antes se subió a la pila con la palanca. Había una sensación de excitación en el ambiente cuando el activista levantó la palanca y golpeó con ella la ventana.
El sonido del golpe se acentuó con el eco de los edificios. Los activistas nos habíamos cubierto los ojos para protegernos de los cristales que saltasen, pero cuando abrimos los ojos vimos que en la ventana no había ninguna marca, ni siquiera una pequeña grieta.
Quizás no haga falta comentar que ni nos planteamos darnos por vencidos. El activista subido a la pila dio otro golpe a la ventana, esta vez mucho más fuerte, pero también sin resultados. El sonido de este segundo golpe fue muy alto y tuvimos miedo de que atrajese la atención de alguien que pasase cerca o estuviese dentro de los edificios.
El compañero subido a las sillas dio un tercer golpe con todas sus fuerzas. El resto de los activistas que esperábamos en el bosque, celebramos en silencio el oír como caían los cristales. El activista empezó a quitar los cristales que quedaban para entrar pero se dio cuenta de que quedaba otra ventana detrás.
El segundo cristal era tan resistente como el primero y también fueron necesarios tres golpes para romperlo. Cuando vimos que aún había un tercer cristal, ya sabíamos la fuerza necesaria y tras recuperarnos de la sorpresa pudimos romperlo al primer golpe.
Resultaba muy complicado hacer un agujero grande en una ventana triple. Con mucho cuidado de no cortarse, un activista se metió por el pequeño y cortante agujero de la ventana. Dentro de la habitación vacía había suficiente luz para encontrar la puerta tras la que esperábamos el resto.
Tras una breve búsqueda encontramos un cuarto en el que criaban a las ratas. Las ratas estaban en pequeñas jaulas de metal con techo de barrotes. Cogimos todas las jaulas que pudimos, es decir una por persona —no lo habíamos planeado adecuadamente—.
Nos acercamos con las jaulas a nuestro vigilante y le dijimos que nos ayudase a llevarlas. El primer activista que salió por la puerta giró la esquina y llegó hasta el vigilante. Debido a un mal entendido, el resto le seguimos, y cuando todos los activistas volvimos nos dimos cuenta de que la puerta se había cerrado.
Estábamos ahí fuera con las ratas. Llegado a ese punto nadie quería volver a pasar por el agujero infernal de la ventana, así que regresamos corriendo al coche algo apesadumbrados. Una vez en el coche nos dimos cuenta de la suerte que teníamos de que tanto los activistas como las ratas estuviésemos a salvo —una tapa se había caído en el trayecto, pero las ratas seguían ahí— y empezamos el viaje hacia los hogares provisionales de las ratas.
Sabíamos que para nosotros el trabajo no había hecho más que empezar, aún teníamos que buscar a las ratas hogares definitivos. Para las ratas había empezado algo nuevo, una vida en la que no tenían que preocuparse de ser abiertas con un bisturí.
Más tarde nos enteramos de que, tras la acción, la policía se dirigió al campamento protesta buscando a las ratas y arrestaron a todas las personas que había ahí. Para su sorpresa no encontraron ninguna rata. Si alguno de los arrestados lee esto, pedimos disculpas. No pretendíamos causar problemas, simplemente sobreestimamos la inteligencia de la policía.
No creo que haga falta explicar cuál es la moraleja de esta historia: cualquiera puede hacer acciones, no son sólo para profesionales. Pero por favor, acuérdate de que al menos debes planear un poco la acción.