El rescate del laboratorio Nescot

El 24 de abril de 1994 activistas del FLA asaltaron el North East Surrey College of Technology y rescataron 219 animales. Aquí está la historia de cómo se hizo la acción:

Quedaba más o menos una semana para el Día Mundial de los Animales de Laboratorio. Queríamos hacer algo que realmente ayudase a los animales utilizados para la vivisección, en vez de ir a la manifestación que todos los años hay en Londres y ocupar unas cuantas líneas en el periódico.

Estábamos conduciendo por Surrey cuando nos tropezamos con un lugar llamado Nescot, en Ewell. Al ver las siglas IAT (Institute of Animal Technicians) decidimos echar un vistazo. Después de casi media hora, por fin dimos con lo que estábamos buscando: el animalario. Los hay de todas las formas y tamaños, pero éste era un edificio de una sola planta con un tejado situado a baja altura. El olor de la orina de roedores emanaba de los ventiladores del extractor. El edificio se encontraba en la parte trasera del jardín de la escuela, al lado de un descampado que daba a las vías del tren: ¡perfecto!

Tan contentos como los gatos de Cheshire —gatos liberados por el ALF—, volvimos a casa para empezar a hacer los preparativos. Aparte de inspeccionar el lugar unas cuantas noches, solucionar el tema de los vehículos, comprar herramientas y equipo, cajas, ocuparse de ponernos en contacto con personas que supiésemos que iban a estar dispuestas a ocuparse del cuidado y manutención de los animales durante toda su vida, tuvimos que preparar el plan.

El lugar había sido atacado ya en el año 88, por lo que lo primero que hicimos fue hablar con una de las personas que había participado. Fue de gran ayuda. Nos contaron que la escuela empleaba ratones, ratas, conejos, hámsteres y cobayas. Además de dar clases en el IAT, también hacían experimentos para algunas multinacionales.

La primera vez que fue atacado reventaron una ventana en la parte trasera del edificio para sacar a los animales. La ventana ahora estaba enrejada y hoy en día la mayoría de las ventanas de los laboratorios en Inglaterra tienen alarmas. El tejado en todo momento nos pareció la mejor opción. Era una época en la que la mayoría de las células desbocaban su cólera por el tejado y nosotros no queríamos ser menos.

Durante una visita nocturna una persona le echaba el ojo al guardia de seguridad mientras otros dos subimos al tejado. Retiramos las pesadas y grandes tejas con facilidad. Regresamos a casa para trabajar en el plan, que realmente tenía muy buena pinta. Escalaríamos por el ventilador del extractor para subirnos al tejado, una vez ahí, retiraríamos unas pocas tejas para hacer un pequeño agujero, no más grande de lo estrictamente necesario para entrar y sacar los animales de ahí. Esto nos permitiría acceder al techo, que tendríamos que taladrarlo para poder acceder a las habitaciones donde se encontraban los animales.

Conforme se acercaba el día nos fuimos ocupando de las distintas tareas. Compramos una cuerda, unas cuantas brocas para el taladro y una sierra para entrar a través del techo, mochilas y sacos para transportar los animales y convertimos un montón de guardarropas y armarios en lugares provisionales para los animales. Dimos muchas vueltas para encontrarles quiénes se ocuparían definitivamente de proporcionarles hogares.

Finalmente, llegó la hora. Como de costumbre, en el último momento conseguimos los guantes, pasamontañas y ropa, cogimos las mochilas, sacos y herramientas, las metimos en los vehículos y marchamos hacia el laboratorio. A todos nos habían ido alguna vez las cosas mal sin haber cometido ningún error, son gajes del oficio. Pero esta vez nada iría mal. Éste era su día, el día de los animales de laboratorio, y no podíamos fallarles.

El viaje es la peor parte de todas, tanto de ida como de vuelta. Especialmente la parte de vuelta, pero llegamos ahí sin que nos diese ningún problema nuestro viejo y principal enemigo: ¡la policía! Los seis que estábamos bajamos las cosas y caminamos hacia el laboratorio a través de la vía del tren. Dejamos las cosas en el terraplén y encendimos las radios —radios especiales que permiten oír a la policía y mantenerse en contacto.

Las tres personas elegidas como vigilantes se colocaron en sus puestos y dieron la señal de que estaban listos. Una persona se quedaría esperando con las bolsas en el terraplén mientras dos de nosotros entraríamos dentro. En un momento subimos al tejado y retiramos las tejas sin problemas. Bajo las tejas había una capa de aislante de asbesto, que se cortó. Lo primero que nos golpeó fue el calor, parecía un horno.

Para nuestro horror y consternación la segunda cosa que nos golpeó fue el ver que sobre el techo había una delicada red de cables blancos, estaba claro que eran cables trampa conectados con la alarma. Estaban por todas partes, y tras el pánico inicial llegamos a la conclusión de que en los huecos de esa red había espacio suficiente como para que nos metiésemos por ellos. Íbamos a tener que ir con cuidado al balancearnos por las vigas e ir de puntillas sobre los alambres. Llamamos a la persona del terraplén para que viniese con las bolsas. El tiempo corría rápido y todavía teníamos muchas cosas que hacer.

La parte superior de las paredes divisorias de cada habitación sobresalía un poco por el hueco que había entre el techo y el tejado —que había sido levantado—, por lo que pudimos saber cuántas habitaciones había y dónde hacer los agujeros. Empezamos a hacer el primer agujero. Con la broca y el refuerzo hicimos un agujero bastante grande hasta que pudiésemos meter la sierra y así agrandarlo hasta que pudiésemos meternos y descender hasta las habitaciones.

La primera habitación a la que bajamos estaba oscura, pero se podía saber qué había dentro por el ruido: conejos, quince de ellos al ponerse a saltar alrededor de sus jaulas metálicas armaron algo de alboroto. Habíamos visto un folleto de propaganda de Nescot, y en la portada había un conejito pequeño, por lo que como podéis imaginar teníamos ganas de sacar alguno pequeño. De todos modos, enfrente de nosotros había una cantidad enorme de conejos de Nueva Zelanda gimoteando. ¡Eran del tamaño de perros pequeños!

Conforme abríamos la primera jaula, el conejo, percibiendo la libertad, salió fuera. Afortunadamente teníamos un saco preparado y lo atrapamos. Lo cogimos por detrás y lo arrastramos porque no sería muy agradable tener que atrapar a los conejos kamikaze por la habitación. Mientras esto sucedía otra persona estaba ocupada haciendo agujeros para poder entrar a las otras habitaciones.

Los conejos ya estaban en la cavidad que había entre el techo y el tejado. Lo siguiente que vino fue el “squeak, squeak, squeak” de las cobayas. Estaban guardadas en jaulas de batería con una altura de poco más de 14 centímetros. Corrían por todos los lados, pero conseguimos meterlas a todas en las mochilas.

La siguiente habitación era la de las ratas y los hámsteres. Jaulas de ratas blancas que nos miraban pensando qué era lo que estábamos haciendo ahí. Fueron fáciles de atrapar, ya que se limitaron a escalar por los barrotes de sus jaulas. Aquí nos encontramos con un problema, ya que se nos acababan las mochilas y los sacos. Todas las bolsas que quedaban las habíamos usado para meter a las ratas y a los hámsteres. Era duro, pero teníamos que marcharnos dejando dos cuartos sin visitar.

Mientras dos empezamos a mover las mochilas y sacos de la cavidad que había entre el tejado y el techo, otra persona hizo pintadas con spray en las paredes para que les quedase claro quién había estado ahí. Las últimas dos habitaciones estaban llenas de ratones y peces. Nos rompía el corazón dejarlos ahí, pero no teníamos mochilas ni sacos ni espacio en los vehículos. Todo lo que pudimos hacer era coger las tarjeta de información del laboratorio que había enfrente de cada jaula lo cual fastidiaría cualquier experimento, ya que no podrían distinguir qué ratón era cuál.

Cuando subimos por el agujero al tejado nos sorprendió ver que estaba empezando a amanecer rápidamente. Cuando montamos a los animales en los vehículos y estaban seguros, una persona volvió corriendo para inundar las habitaciones que habíamos vaciado. Llegamos a salvo a nuestra casa y bajamos a nuestros nuevos amigos. Eran preciosos y también muy simpáticos y graciosos. Los conejos empezaron a corretear y a darle golpes al suelo con las patas, también trataban de aparearse entre ellos. Todos habían sido embarcados hacia nuevos hogares donde pasarían una vida placentera libre de sufrimiento.

El total fueron quince conejos, noventa y ocho ratas, cincuenta y cuatro hámsteres y cincuenta y dos cobayas. ¿Y qué fue de Nescot?

El pasado mes de febrero lo intentamos asaltar de nuevo. Todo iba bien, ya habíamos entrado por el tejado dentro del edificio, pero dos vigilantes nuestros que estaban dando vueltas fueron descubiertos por el guarda de seguridad. Les persiguió y luego llamó a la policía, que apareció en el lugar en un minuto, por lo que nos tuvimos que marchar. Esta vez nos hubiésemos llevado todos los animales.

De todos modos no ha terminado aquí la cosa. Reiremos últimos. Siempre lo hacemos.