XXXVIII. Agua y galletas
Soy sacado del aparato sin violencia pero con firmeza. Después de andar durante un par de docenas de metros, oigo el inconfundible sonido de una sólida puerta metálica, pero no tengo la sensación de movimiento que debería sentir a bordo de un barco. Desciendo por dos tramos de escaleras metálicas. Luego viene un giro a la izquierda, otro pasillo relativamente largo, nuevo giro a la derecha y el sonido de otra pesada puerta, también metálica cómo no. Por fin me es retirada la capucha.
Nos encontramos en una amplia habitación de paredes metálicas, que cuenta con una gran pantalla de televisión como único elemento decorativo. En el centro, rodeada por media docena de sillas de camping, se encuentra una mesa de plástico sobre la que han colocado algunas botellas de agua y lo que parece un generoso surtido de chocolatinas y galletas envasadas.
Recorro el grupo con la vista y veo que este está compuesto por Iván, Greg, Mosi, Marbellita y “Johnnosecuantos”. Nos miramos los unos a los otros pero nadie dice ni media palabra. Supongo que no hay gran cosa que decir. Me siento en una de las sillas de camping y tomo una botella de agua. El resto no tarda en imitarme y es Iván el que rompe el incómodo silencio al exclamar:
—¿Agua? ¡Puaf!
Yo opino poco más o menos lo mismo del edulcorado surtido de galletas y chocolatinas. No es que no me gusten los dulces, pero después de los últimos días, el cuerpo me pide algo más consistente. ¡Mierda! Incluso una lata de atún me parecería todo un manjar.
La pantalla de televisión se ilumina y en ella vemos el rostro de un tipo de unos cincuenta años y cabello blanquecino que empieza a escasear por distintos frentes.
—Buenos días —nos saluda a través de unos cuadrados altavoces que confieren un tono metálico a la ronca voz del individuo de la pantalla—. Lamento que por el momento no podamos ofrecerles demasiadas comodidades. Pero han de entender que nos enfrentamos a una plaga que se propaga con rapidez y por el momento, deberán permanecer en cuarentena.
—¡Esto es intolerable! —grita “Johnnosecuantos”.
Pero obviamente el sujeto de la pantalla o no puede oírlo o le importa bien poco lo que a nosotros nos parezca la situación. Está leyéndonos la cartilla, no preguntando nuestra opinión.
—Pasado el período de cuarentena —continúa—, serán sometidos a un proceso de desinfección y los que lo requieran, recibirán atención médica.
—¿Y cuánto se supone que dura ese periodo de cuarentena? —pregunta Marbellita sin dirigirse a nadie en concreto y probablemente, sin demasiadas esperanzas de ser respondido.
—No mucho —responde Iván con su calma habitual—. Esa mierda no tarda demasiado en mostrar sus primeros síntomas.
Recuerdo a Julie. Apenas han pasado cuatro días desde que la evacuamos. Pero en cuestión de horas, fue presa de graves infecciones y de una fiebre altísima.
Veo a Iván demasiado enterado de todo el tema y sigo teniendo la sensación de que sabe mucho más de lo que nos cuenta. Pero no me apetece iniciar una discusión que dudo sirva para nada. Así que escojo una chocolatina, la acompaño con unas galletas, abro una botella de agua y me acomodo lo mejor posible en mi silla de camping. No me vendrían mal unos calmantes, pero después de todo lo que he pasado durante las últimas horas, puedo esperar un poco más.
Marbellita se dedica a caminar en círculos como un animal encerrado. “Johnnosecuantos” se derrumba en una silla llevándose las manos a la cabeza. Greg, que es quizás quien mejor se ha tomado todo este asunto, ofrece galletas a Mosi, que por su mirada está claro que aún no entiende lo que hacemos aquí. Iván, por el contrario, parece entender demasiado bien todo este asunto y espera fresco como una lechuga, cómodamente sentado en su silla de camping.
No sé quiénes son los tipos que nos tienen en su poder, lo mismo puede ser la CIA que una gran corporación farmacéutica, tampoco es que me importe demasiado siempre y cuando no estén planeando utilizarme como cobaya o algo por el estilo.
De momento necesito atención médica. Así que me lo tomaré con calma y no causaré problemas.