VII. El visitante
Esta tormenta de arena es, con diferencia, la más violenta que he sufrido desde que llegué a este continente; lo que significa que podemos irnos olvidando de encontrar el cuerpo de Malik, o el de cualquier otro cabrón que no haya conseguido ponerse a cubierto. La tienda modular que nos alberga está resistiendo relativamente bien, y aunque se supone que la radio ya es capaz de funcionar con normalidad, hemos tenido que desmontar la alta antena exterior para evitar perderla. Aún contamos, por lo menos en teoría, con el teléfono vía satélite de Iván; aunque algo me dice, que al menos por el momento, nadie va a comunicarse con el exterior.
Valimir no se queja, pero tiene un aspecto pálido y febril que no me gusta un pelo, aunque es posible que se deba en gran medida a las luces halógenas que utilizamos para alumbrar el interior. El apaleado Mr. Warred se encuentra tendido y esposado a un camastro donde no para de gritar y debatirse con la boca llena de espumarajos. Marbellita juega a las cartas con algunos de los muchachos y conductores. Pero mi atención está centrada en Iván, que parece mantener una charla en voz baja con “Johnnosecuantos” y otro de los arqueólogos, un tipo estirado con el que no he cruzado una sola palabra, al que tampoco recuerdo y que a decir verdad, me importa un pimiento como pueda llamarse. Entre los ruidos del rabioso prisionero y las risas de los jugadores, me es imposible oír con claridad su discusión, pero el ambiente entre ellos parece tenso y no me hace falta ser clarividente para deducir que los dos tipos andan lanzando una buena cantidad de quejas y reproches, lo que no sorprende.
A pesar de las limitaciones de equipo y material, el despliegue de seguridad era más que suficiente para proteger a apenas media docena de investigadores en una zona en la que no había, a priori, nada de valor, ni recursos energéticos, ni diamantes, ni desde luego tesoros antiguos. El único riesgo potencial era un secuestro de personal para solicitar rescate.
Por otro lado y a pesar de que las circunstancias del ataque no han sido para nada convencionales, nos las hemos apañado para no perder a ninguno de los VIP's.
¿Qué pasará después de esto? ¿Los de arriba considerarán que el riesgo es excesivo y cancelarán la investigación? ¿Dedicarán más fondos y personal a la investigación? Lo más probable, teniendo en cuenta la naturaleza de lo que aquí se está investigando, es que en el mejor de los casos tengamos que apañárnoslas para seguir trabajando con lo que tenemos; y en el peor, que los de arriba cierren el grifo y tengamos que recoger los bártulos y regresar con la reputación de la empresa más que empañada. No es que eso me preocupe, ya que en cualquier caso, este va a ser mi último trabajo en este negocio.
¿A qué me dedicaré en cuanto salga de esta? Quién sabe. La opción obvia sería en seguridad. Podría hacer uno de esos cursos de protección y trabajar como escolta de alguna personalidad… pero tengo escasa tolerancia a las gilipolleces ajenas… por lo que terminaré despedido, el dinero se me acabará… y volveré a terminar en otro puerco agujero como este para ganar el suficiente dinero como para mantenerme a flote otra temporada.
—¡Joder! —exclamo lleno de frustración.
Nadie hace caso de mi exclamación, pero hasta el último de nosotros se sobresalta, cuando algo grande y pesado se estrella contra una de las paredes de la tienda. Todas las conversaciones y discusiones parecen congelarse. Sea lo que sea lo que acaba de chocar, empieza a desplazarse golpeando las paredes, como si se tratara de alguien buscando la entrada a tientas y eso significa que alguien tendrá que salir para ver de quién o de qué se trata. No es que la idea me apasione, pero siento cierta curiosidad, así que me pongo en pie mientras introduzco una bala en la recámara de mi fusil de asalto. Marbellita no dice nada, pero al imitarme veo que se dispone a acompañarme. Me coloco unas gafas protectoras que por su aspecto parecen más apropiadas para pintar que otra cosa, otros dos muchachos se levantan encaminándose hacia la entrada. Mientras trasteo con las correas que mantienen asegurada la gruesa puerta de lona, mi rostro es azotado por la arena. Marbellita me ayuda y el resto echan mano a las potentes linternas, que dudo que vayan a servirnos de gran cosa con este tiempo.
Salgo al exterior. La noche y la tormenta de arena se combinan para reducir la visibilidad de un modo que me eriza el vello del cuerpo. La cosa mejora algo con la potente luz de las linternas y no tardamos en encontrar al visitante. Los focos nos descubren a un maltrecho sujeto cubierto de ropajes. Como no está el horno para bollos, Marbellita le proporciona un sedante con la culata de su arma y entre todos nos las apañamos para arrastrarle hasta el interior de la tienda.
El tipo parece un beduino. Sus ropas se encuentran manchadas de sangre, pero no tiene ninguna herida visible, por lo que suponemos que no es suya. Tampoco parece portar ningún tipo de arma, aunque cuelga de su cinturón lo que parece la funda de algún tipo de cuchillo de filo curvo.
—Yo creía que estos cabrones solo existían en las películas —dice Frank—, parece un puto Tuareg. No sé cómo no se fríe con tanta ropa.
—Los tuaregs visten de azul —responde Marbellita— y el tema es mantenerse fresco con el sudor o algo así… Mira —añade con una sonrisa—, vas a poder preguntárselo tú mismo.
El beduino abre los ojos alarmado al encontrarse rodeado de tipos armados de aspecto facineroso. Empieza a chapurrear en lo que me parece algún tipo de jerga totalmente incomprensible. Uno de los conductores de origen argelino dice que se trata de badawi, el idioma de los beduinos, que por desgracia aunque reconoce, es incapaz de hablar. Por suerte, ambos hombres son capaces de entenderse en bereber.
Por lo que dice, su caravana fue atacada hace unas cuantas horas, poco antes de que se iniciara la tormenta, por un grupo de demonios liderados por un Ifrit.
—¿Qué demonios es un Ifrit? —pregunta Iván—. ¿Algún tipo de terrorista?
Por lo que sacamos en claro de sus explicaciones, se trata de una especie de “genio” monstruoso resentido con la especie humana, por alguna ofensa ancestral o algo así. El beduino empieza a farfullar una retahíla, que por lo que nos traduce el conductor, narra actos de canibalismo, de seres que no mueren al ser acuchillados y de una enloquecida huida a través de la tormenta de arena.
La respuesta no parece satisfacer a Iván, pero cuando la descripción del Ifrit nos convence de que se trata de Malik, todos sabemos hacia donde nos dirigiremos en cuanto amaine la tempestad.