XVIII. Preguntas

Otra de las grandes jodiendas de este desgraciado rincón del planeta es que después de asarte de calor durante el día, te toca pelarte el trasero de frío por la noche y tal como están las cosas, ni se nos pasa por la cabeza la posibilidad de encender una hoguera, así que tenemos que conformarnos con unas mantas de emergencia de aluminio en las que nos envolvemos con cierto aspecto de bocadillo. Mientras Greg custodia a nuestro prisionero, Frank, Marbellita y yo mismo, inclinados alrededor del mapa y cubiertos con una lona para que la luz no delate nuestra posición, intentamos trazar un plan de acción.

—No llegaremos ni de coña —nos explica Marbellita ante el arrugado mapa—, por lo menos no en ese Land Rover.

El vehículo no solo perdió una de las petacas metálicas de veinte litros de combustible y otra de agua cuando nos abrimos paso entre una horda de fiambres andantes, su motor y su transmisión quedaron muy tocados. Aún se mueve, pero tiene una fisura en el radiador, que aunque Marbellita ha intentado taponar, volverá a abrirse en cuanto se recaliente… lo que no tardará en suceder a poco que aumentemos la velocidad.

—Podemos conseguir más agua y combustible en la base —aventura Frank.

—Y también un soldador para apañar el radiador —añado esperanzado.

Pero el hombre mueve la cabeza a ambos lados.

—Tendremos que movernos a saltos y sin pasar de segunda, parando continuamente para evitar el recalentamiento y como deberíais de saber, el arrancar un vehículo y las marchas cortas son lo que más aumenta el consumo de combustible.

Lo cierto es que no tengo la menor idea de motores, todo lo que vaya más allá de purgar de aire el circuito o cambiar una rueda, es alta tecnología para mí.

—Eso por no mencionar —continúa Marbellita—, con que seguramente el lugar ya habrá sido saqueado.

De eso ya no estoy tan seguro. Me consta que los indígenas del lugar parecen contar con una especie de sexto sentido que les indica cuando un lugar ha sido abandonado, y en apenas unas pocas horas, son capaces de llegar y deshuesarlo de todo lo que les parezca mínimamente útil. Pero tal como están ahora las cosas, dudo mucho que nadie se haya acercado por la base. De hecho, por lo que vi, me consta que estarán alejándose todo lo posible.

—Pues no veo ninguna población cercana en el mapa —dice Frank.

La idea se me ocurre de un modo tan repentino que me sorprende no haber pensado antes en ella.

—¡Pero eso no significa una mierda! —exclamo levantando la voz—. ¿No visteis cuántos fiambres rodeaban a ese bastardo? Está claro que tiene que haber aldeas por aquí, en los mapas solo aparecen las grandes ciudades.

—Supongo que tienes razón —reconoce Marbellita—, pero ninguno de nosotros sabe dónde está ninguna de esas aldeas.

—Nosotros no —admito—, pero por el tamaño de la horda que lo rodeaba, fijo que Malik sí.

Puede que nuestro prisionero no nos diga por las buenas lo que queremos saber, pero como suele decirse: “Cagar y torturar, todo es empezar”. En las películas es muy habitual encontrar a un tipo que se mantiene firme sin soltar prenda ante la tortura, puede que exista alguien así en la vida real, pero yo nunca lo he visto. La única diferencia está en el tiempo que tardas en hacerles hablar. Después de todo, tenemos que entregar a Malik vivo… pero no necesariamente intacto.

—¿Quién se encargará? —pregunta Frank.

Todos sabemos a lo que se refiere. Torturar no es algo fácil ni agradable. Como si se hubieran puesto de acuerdo, los dos mercenarios me miran a mí. La mirada de Marbellita parece querer decir: “tú nos metiste en esto y será mejor que nos saques”. No digo nada, por lo que todos entendemos que acepto la ingrata labor.

Greg se sobresalta ligeramente al vernos llegar.

—¿Pasa algo? —pregunta.

Por la expresión de su rostro está claro que la verdadera pregunta es “si pasa algo malo”.

—Ve a descansar un poco —le aconsejo.

El joven da un par de tímidos pasos hacia nuestra espalda, con la mano sobre la culata de la pistola que aún no ha tenido ocasión de utilizar, pero como realmente no tiene claro hacia dónde dirigirse, oigo como sus pasos se detienen después de caminar unos pocos metros en medio de la amenazante oscuridad que nos rodea. Probablemente no le apetezca asistir a un “interrogatorio sin restricciones”, pero la posibilidad de alejarse a solas en medio de la noche africana es aún más disuasoria.

Voy a lo mío. Lo cierto es que no me sobra experiencia en sacar información y este cabrón, si está tan majareta como supongo, puede ser un hueso realmente duro de roer. Lo habitual en estos casos suele ser mantener al tipo encapuchado. Es un hecho probado que la privación sensorial es un poderoso aliado de cualquier interrogador, pero un malnacido capaz de rodearse de un ejército de despojos andantes supongo que estará a otro nivel, así que retiro el saco que le cubre la cabeza y reconozco que me sorprende lo que encuentro. Malik tiene el pálido rostro de lo que podríamos denominar “tipo acojonado que te cagas estándar”. Unos ininteligibles murmullos es todo lo que dejan escapar su amordazada boca. Es un inicio prometedor, pero aún es pronto para cantar victoria.

—Escucha —digo con un tono de voz firme pero pausada—, ahora te quitaré la mordaza y te haré unas preguntas.

Retiro la mordaza sin demasiada dificultad y la cinta aislante con algo más de cuidado ya que no me apetece acercar los dedos a su boca.

—Ya no está en mí —se apresura a decir Malik—, me está buscado.

Lo normal en estos casos sería hacerle callar y decirle que aún no le he preguntado nada. Pero la verdad sea dicha, me interesa todo lo que pueda arrojar algo de luz sobre este asunto, así que decido seguirle el juego… al menos por el momento.

—¿Quién?

Frank y Marbellita, que se encuentran observando desde una distancia prudencial, me dedican una mirada de fastidio. Está claro que sea lo que sea lo que Malik está contando, no les interesa.

—No es de este mundo —cuenta con ojos desorbitados—, no se le puede matar, lo traicionaron y lo encerraron en…

—¡Ya basta de gilipolleces! —lo interrumpe Marbellita—. Este puto cabrón solo nos está contando un montón de mierda y salvo que ahora las mierdas tengan ruedas, no van a sacarnos de aquí.

Frank asiente silenciosamente y Greg nos observa con una mezcla de terror y fascinación sin atreverse a decir “esta boca es mía”. Pero en el fondo, no le falta razón.

—Escucha Malik —digo centrando de nuevo su atención—, todos esos… —vacilo antes pronunciar la palabra zombis— tipos que te acompañaban.

—¡No fue culpa mía! —grita él de un modo muy poco prudente.

Así que vuelvo a introducirle el asqueroso trapo en la boca para hacerle callar.

—Mira —esta vez endurezco mi voz para que sepa que no vamos a andarnos con tonterías—, guárdate las explicaciones y justificaciones para aquellos a los que les interese. Lo único que nos importa es saber de dónde procedían tus víctimas, en el mapa no aparecen las poblaciones pequeñas.

No le retiro la amordaza en el acto, dejo que transcurran unos segundos para que piense en mis palabras.

—¿Me has entendido?

El hombre mueve afirmativamente la cabeza arriba y abajo, así que retiro de nuevo el trapo de su boca.

—Hay dos aldeas pequeñas —responde—, una quizás a unos diez o doce kilómetros y otra algo más lejos.

—¿Había vehículos?

El hombre mueve negativamente la cabeza.

—En la primera seguro que no, era apenas una aldea de nómadas, solo tenían animales de tiro.

—Genial —murmura Marbellita con amargura— llegaremos al punto de extracción montados a lomos de una vaca.

Frank le dedica una helada sonrisa, a la que yo denomino “sonrisa de asesino”, que hace aún más temeroso a nuestro prisionero. La verdad sea dicha, probablemente también lo haría yo de estar en su pellejo.

—¿Y en la otra aldea?

Malik guarda silencio unos segundos. Puede que piense que lo mataremos en cuanto diga lo que nos interesa… o que esté maquinando la mejor forma de conducirnos a una trampa.

—Quizás —responde por fin—… era algo más grande… —El hombre parece hacer esfuerzos por forzar su memoria—, había un camión… pero parecía muy destartalado.

Podría tratarse del típico vehículo para abastecimiento de la aldea que también realiza funciones de autobús. También es posible que se trate solo de chatarra… pero si hubo un camión, probablemente encontraremos combustible.

—Tendrá que servir —digo casi para mí mismo—, más vale eso que nada.

No es que sea gran cosa, pero por endeble, halitoso y sifilítico que pueda parecer un plan, la experiencia me dice que el más endeble de ellos es preferible a nada, sobre todo cuando las cosas andan tan jodidas como ahora.