XLIV. Náufragos
La tortura se prolonga durante lo que me parece una eternidad. Probablemente transcurren un par de horas en las que, por supuesto, mi estómago termina por perder la partida contra las náuseas. Por suerte mi vomitona es relativamente líquida, por lo que la mayor parte fluye hacia abajo, aunque el agrio olor es algo a lo que me ha costado acostumbrarme.
Al cabo de un rato empiezo a utilizar el sistema de agarrarme a la cuerda con una sola mano, para poder ir cambiándola y de protegerme la extremidad con la manta para evitar cortármelas, ya que he terminado con ambas manos terriblemente doloridas.
Así que cuando finalmente empezamos a desacelerar y el zumbido de la embarcación que nos remolca empieza a apagándose, el alivio que siento es más que considerable.
Aunque me muero de ganas de quitarme la capucha, prefiero esperar un poco por si acaso.
—¿Ya podemos quitarnos esto? —pregunta la ahogada voz de Greg.
Ya no oigo el motor y la verdad sea dicha, me muero de ganas de deshacerme de la maloliente capucha. Así que decido quitármela de una vez.
Aún es de noche. Calculo que serán entre las tres y mucho y las cinco y poco. No veo el menor rastro del vehículo que nos ha remolcado. De hecho, no hay gran cosa que ver, salvo agua en todas direcciones.
—Sí —afirmo—, ya podéis quitároslas.
Los dos hombres obedecen con celeridad y veo que no he sido el único en vomitar. Greg le quita la capucha a Mosi, que no solo no ha vomitado, sino que se ha dormido agarrada a Greg. La muchacha abre los ojos, nos mira durante unos segundos y finalmente, vuelve a cerrarlos. Supongo que dadas las circunstancias hace bien.
Nos encontramos a bordo de una gran balsa de salvamento redondeada de color anaranjado. No puedo evitar sonreír al ver un par de remos sujetos a un lado. Con ellos dudo mucho que vayamos a llegar muy lejos. Sobre todo teniendo en cuenta que no tenemos ni la menor idea de donde nos encontramos. Quizás para tener algo que hacer, empezamos a hacer inventario de lo que encontramos a bordo. Lo primero en despertar nuestro interés es un par de packs de botellas de agua. En total son doce botellas de litro y medio. Todos bebemos abundantemente de una aclarándonos la boca para quitarnos el desagradable sabor agrio del paladar y decidimos racionar el resto.
Teniendo en cuenta que somos cuatro personas, será mejor que las hagamos durar antes de que tengamos que empezar a beber orina. “Johnnosecuantos” saca un pequeño maletín del que extrae lo que parecen ser las instrucciones de utilización de la balsa y su contenido, que arrojo por la borda ante su furibunda mirada en cuanto me las pasa. Si esperaba que hiciera de profe y se las leyera en voz alta está listo.
—¿Qué más tienes? —le pregunto.
Lo siguiente son unas bolsas para el mareo. El hallazgo me resulta tan surrealista que no hago nada por ahogar una dolorosa carcajada, que me hace buscar el bote de los calmantes. Al ir a cogerlo, mis dedos encuentran algo envuelto en plástico. El regalo de despedida de Iván.
—Por dios que sea un GPS —digo en voz alta mientras rasgo el plástico.
En su interior encuentro dos pequeños cargadores de pistola con munición del 9mm parabellum y una pequeña navaja de filo curvo.
—Mierda.
Viendo el contenido del paquete, no me sorprende encontrar en el otro bolsillo, envuelto en plásticos, una pequeña pistola Walter PPK.
Mientras introduzco en el arma uno de los dos cargadores de siete balas, me pregunto si realmente Iván me la ha dado para que pueda defenderme o para que podamos acabar con nuestras miserias cuando la cosa se ponga jodida.
John prosigue sacando trastos que incluyen desde una útil linterna a un par de esponjas, un silbato, un espejo de señales y un manual de supervivencia.
—Avísame cuando encuentres los sugus —le comento, mientras con la pequeña pero afilada navaja hago un corte en el centro de mi manta para poder meter la cabeza e improviso una especie de poncho.
Greg me imita utilizando un pequeño cuchillo, que también es encontrado junto a un botiquín, unas bengalas, lo que tiene todo el aspecto de ser un kit de reparación de pinchazos y una bomba de aire. Por desgracia, entre los objetos no se encuentra ni una vela, ni un GPS, ni un motor. Lo que reduce nuestras probabilidades de supervivencia a dejarnos llevar por la corriente y esperar ser encontrados por algún barco.
—Al menos podrían haber incluido una baraja de cartas —comento.
Como aún es prácticamente de noche, me dispongo a secundar a Mosi e intentar dormir un poco. Después de todo, esta balsa es relativamente cómoda.
—¿No deberíamos establecer turnos de vigilancia por si pasa algún barco? —pregunta John.
La verdad es que no es mala idea. No es que crea probable el que lo encontremos, ignoro cuantas millas nos habrán alejado del lugar en el que nos encontrábamos, pero si esa instalación sea lo que sea, es tan secreta, no creo que esté cerca de las rutas comerciales. De todos modos, más vale una pequeña esperanza que ninguna.
—Buena idea, ¿te encargas del primer turno? —le pregunto mientras hago bajar una pastilla roja con un pequeño trago de agua, con el que termino de finiquitar la botella.
Me acomodo lo mejor posible en la balsa, que todo sea dicho, es más cómoda que muchos de los lugares donde he dormido últimamente y cierro los ojos con pocas esperanzas de ser despertado en breve por la llegada de un barco que nos rescate.