XX. Turismo de Riesgo
Nos ponemos en marcha con las primeras y rojizas luces del día. Marbellita se acomoda tras el volante con cara de llevar puestos unos calzoncillos de esparto. A su lado se sienta Malik con las manos y los tobillos unidos por bridas de plástico. El reo nos va indicando el camino, o eso espero, hacia la última aldea atacada. En la parte trasera nos encontramos Frank, Greg y yo mismo. En condiciones normales este debería ser un viaje corto, pero entre la pasmosa facilidad con la que el terreno hace mella en los neumáticos y el rápido recalentamiento del motor, nos movemos con desesperante lentitud. Aunque nadie lo menciona, es obvio que nos encontramos en una posición terriblemente vulnerable. No solo carecemos de velocidad para escapar, sino que el combustible y el agua descienden a ritmo alarmante. Si como sospecha Marbellita, Malik se está dedicando a pasearnos arriba y abajo hasta dejarnos secos, no tardaremos en convertirnos en peatones y entonces… las cosas podrían llegar a ponerse feas de verdad.
Después de varias paradas y de dos cambios de neumático, Marbellita detiene el Land Rover.
—Esto es una mierda —sentencia.
—No es culpa mía —responde el temeroso prisionero—. ¡Todo me parece igual!
—¡Pues bien que te orientaste cuando te interesó!
—¡Ese no era yo!
—Si seguimos haciéndole caso a este hijoputa —dice Marbellita—, terminaremos perdidos en mitad de la nada sin agua ni combustible.
Puede que tenga razón. Pero eso no cambia el hecho de que lo necesitamos con vida si aspiramos a tener alguna probabilidad de salir de aquí. Así que tomando los prismáticos, me apeo del vehículo y empiezo a escudriñar el horizonte a través de las potentes lentes de aumento.
No me sorprende lo más mínimo que Malik tenga dificultades para orientarse. El paisaje es monótonamente parecido. Allí hacia donde mire no veo más que piedras, arbustos y unas pequeñas colinas que se parecen entre sí como la teta izquierda a la derecha. En dirección hacia el oeste veo una importante acumulación de pajarracos. Puede tratarse incluso de un animal agonizante, pero sea lo que sea, aún está con vida y en cualquier caso es una dirección tan mala como cualquier otra.
Media hora más tarde y bajo un sol que está empezando a demostrarnos de lo que es capaz, descubrimos qué (o mejor dicho quién) está atrayendo la atención de las aves de rapiña. Se trata de una muchacha de entre diez y doce años. Se encuentra inconsciente y, aparte de varios moretones y magulladuras, su cuerpo no parece presentar ninguna herida seria. Probablemente su estado se deba al agotamiento y a la deshidratación… aunque ninguno de nosotros parece tener especial interés en acercarse demasiado a ella para comprobar su estado.
—De algún lado habrá salido —afirmo—, como mínimo podrá guiarnos hasta su aldea, villorrio, poblado o lo que sea.
Frank señala hacia un par de viejos y sucios porta cargadores que cuelgan vacíos de su cintura.
—Es una desertora.
Probablemente tiene razón. Aunque no veo ningún arma, sí puedo ver que viste unas viejas y sucias botas militares. Eso explicaría el origen de los golpes. En mi oficio, el que más y el que menos, puede contar historias sobre sargentos que te hacen sudar sangre durante la fase de instrucción, pero las peores de esas historias se quedan en cuentos de niños comparadas al infierno de golpes, violaciones y drogas a los que las guerrillas someten a los niños soldados que reclutan por las malas. El resultado de esa brutalidad, lejos de convertirlos en eficaces combatientes, los transforma en desequilibradas máquinas de matar impulsadas por el miedo y por los abusos.
En fin, el que no se arriesga, no gana. Así que tomo la cantimplora y con cierto temor me inclino a su lado. Por si las moscas Frank le coloca una mano sobre la frente, como si quisiera comprobar su temperatura, pero supongo que en realidad lo que pretende es sujetarle la cabeza para evitar que pueda morderme si resulta estar infectada. La muchacha abre unos ojos oscuros que me hacen pensar en un cervatillo asustado, pero no reacciona con violencia. Buena señal.
Después de hacerle beber unos sorbos de agua, la muchacha parecerse recuperarse algo. Sabemos que es improbable que hable nuestro idioma, probamos a comunicarnos en inglés, francés y castellano, pero o no asistió a ninguna escuela de esas que gestionan los misioneros o las ONG o sigue demasiado traumatizada.
—Creo que tendremos que recurrir al socorrido mensaje de signos y señas —comento.
En el momento en el que vuelvo la cabeza para mirar hacia mis compañeros, soy consciente de reojo del fugaz movimiento de la muchacha, que con sorprendente rapidez, echa mano a mi pistola. Por suerte no soy tan estúpido como para llevarla con una bala metida en la recámara y sin seguro, así que me basta con sujetar el arma por la corredera. Le dedico una dura mirada que le hace saber que le pasará algo muy desagradable si sigue por ese camino.
—Da gracias a que no te ha cogido el cuchillo de combate —dice Marbellita—, esta perra nos dará problemas.
Ciertamente las probabilidades de que termine resultando un purulento grano en el trasero son bastante grandes y no vamos sobrados de agua.
—Si no va a guiarnos no nos sirve —le apoya Frank.
—¡No podemos dejarla aquí! —Greg muestra un arrebato de genuina indignación—. ¡Eso sería un asesinato!
¿Asesinato? Preocuparse aquí y ahora por eso es como hablar sobre multas por exceso de velocidad en un circuito de fórmula 1.
—¡Pues corre a denunciarnos! —le espeta Marbellita—. Ya estamos bastante jodidos como para andar con…
Nuestro conductor se interrumpe cuando a todos nos llega el sonido del Land Rover poniéndose en marcha. Al parecer, Malik, al que hemos tenido la feliz idea de dejar a solas, ha conseguido liberarse y piensa montarse una excursión en solitario. Todos corremos en dirección al vehículo, pero aunque no se mueve demasiado rápido, está claro que no tardará en dejarnos atrás. Frank levanta su arma apuntando hacia la cara.
—¡No! —le grito—. Lo necesitamos con vida.
—¡Hijo de mil putas! —Se desgañita Marbellita.
—No tengo ángulo para darle al bloque del motor —dice Frank.
—Dispara a la petaca de combustible —ordeno.
Frank aprieta el disparador y aún le da tiempo de reventar una rueda con su siguiente disparo y aunque durante unos segundos parece que perderá el control, no tarda en alejarse.
—¡Genial! —Marbellita está ahora totalmente fuera de sí y se dirige hacia Greg—. ¿No se suponía que tenías que vigilarlo!
—Estaba atado —se defiende el muchacho al que no le faltan razones para estar asustado.
Durante un par de segundos estoy dispuesto a permitir que Marbellita se cargue al becario. Después de todo, esta ha sido una buena cagada y quizás eso aplaque al ex legionario. Pero en el último momento, me interpongo y trato de quitarle hierro al asunto.
—Tranquilo, no irá lejos —digo mientras por señas le indico a Greg que se aparte—, sin combustible, el radiador jodido y una rueda pinchada…
—¡Pero si ese cabrón sabe dónde está la aldea —me grita el desquiciado mercenario—, llegará antes que nosotros!
Las posibilidades son realmente aterradoras. Reparar el Land Rover es una tarea que puede llevarle mucho tiempo, incluso si consigue los medios apropiados. Pero si la aldea existe y en ella encuentra otro vehículo, probablemente lo perderemos para siempre.
Como suele ocurrir en estos casos, los que tienen más motivos para estar asustados se agrupan, por lo que no me sorprende ver a Greg junto a la muchacha, dedicándole unas palabras amables que dudo que entienda, mientras ella lo mira con ojos de pantera.
—Bueno —digo con una calma que no siento en absoluto—, para empezar, dudo mucho que sea capaz de orientarse mejor que nosotros. Con el Land Rover a esa velocidad y espoleado por el miedo, probablemente quemará el motor convirtiéndose pronto en peatón y aunque nos lleva ventaja… todo el agua que queda es la que tenemos en nuestras cantimploras.
Esas palabras parecen calmar un poco los ánimos. Pero lo que no menciono en ningún momento es que el agua no va a durarnos mucho, especialmente si tenemos que caminar bajo este sol. Si esperamos hasta que refresque perderemos el rastro, así que aunque en el mejor de los casos consigamos encontrar a Malik, seguiremos sin agua y sin vehículo. Lo que convierte el tema del transporte en algo secundario. Será mejor que encontremos agua pronto.