XXII. Intercambio Cultural
La idea de correr más de trescientos metros por una galería de tiro es ya de por sí tan atractiva como un enema de Salfuman, pero si a eso le sumamos que nos encontramos en inferioridad numérica, cansados, deshidratados y sin la posibilidad de utilizar granadas de mano para no dañar los vehículos, la cosa se convierte directamente en algo casi suicida.
—Échale un vistazo a las ruedas —le indico a Frank que es el único que se quedará atrás para cubrir nuestro avance—, si yo fuera ellos, me colocaría bajo el vehículo para disparar desde allí.
—Lo haré —responde el interpelado.
Tanto Marbellita como yo nos desprendemos de todo el equipo no necesario para poder movernos con mayor rapidez. Para nuestra sorpresa, Frank nos ofrece una granada cegadora, que toma mi compañero de asalto.
Pongo el selector de disparo del arma en fuego semiautomático e intento mentalizarme. Aún con la cobertura de Frank, la cosa pinta muy mal.
—¿Preparado? —pregunto a Marbellita.
El mercenario asiente con un movimiento de cabeza.
—Hagámoslo de una puta vez.
Me levanto y corro desplazándome diagonalmente hacia la derecha, mientras Marbellita hace lo propio hacia la izquierda. Después de unos metros, zigzagueo corriendo ahora hacia la izquierda para no apartarme demasiado del objetivo. Aún no se produce disparo alguno, aún no se han dado cuenta de nuestro avance, o son lo bastante listos como para esperar a que nos acerquemos más. Sigo corriendo, calculo que estamos a unos doscientos metros. La distancia ya es peligrosa. Veo un brillo en un lateral, supongo que están utilizando un espejo para ver lo que está ocurriendo sin tener que asomar la cabeza.
Calculo que estoy ya a unos ciento cincuenta metros cuando de repente son varias las cabezas que emergen casi simultáneamente tras los vehículos. Me tiro en plancha hacia el suelo cuando empieza el tableteo de disparos, que cesa en cuanto truena el arma de Frank a nuestras espaldas. Sin mirar a Marbellita le grito:
—¡Empieza tú!
Esta parte del asalto habrá que hacerla a saltos alternativos, es decir, uno avanzará unos metros en una rápida carrera mientras el otro le cubre. Apunto cuidadosamente hacia uno de los dos vehículos, mientras Marbellita se pone en pie de un salto y corre cerca de diez metros antes de volver a tirarse a tierra. Un fusil de asalto se asoma por encima del motor de uno de los vehículos y dispara todo un cargador a ráfaga en una dirección remotamente próxima a Marbellita. No respondo al fuego, no tengo un blanco claro y me expondría a dañar el motor.
Llega mi turno. Dejo el arma plana en el suelo, la agarro y apoyándome sobre ella, me impulso poniéndome en pie. Sobrepaso a Marbellita, doy otra media docena de pasos y vuelvo a saltar al suelo. Suena otro disparo del arma de Frank y oímos claramente un grito. Ya estamos a menos de la mitad de camino. Mientras cubro a mi compañero de asalto, aprovecho para recuperar el aliento. Poco más de cien metros nos separan ahora de nuestro objetivo, pero a un ritmo de entre diez y quince metros de avance por salto, eso significa entre ocho y diez saltos más y ya me siento agotado.
Veo otra cabeza asomando fugazmente y disparo, pero el maldito bastardo vuelve a agacharse con tanta rapidez, que ya se ha ocultado cuando presiono el disparador.
—¡Mierda!
Marbellita está ya en posición de cubrirme, así que vuelvo a repetir la agotadora operación de volver a ponerme en pie y correr hacia delante.
Varias armas tabletean y las balas pasan tan cerca, que oigo el característico silbido responsable de arruinar tantas prendas de ropa interior. Me veo obligado a tirarme al suelo antes de llegar a la altura de mi compañero de asalto, lo que significa que voy a tener que volver a saltar. El agotamiento y el miedo agotan con rapidez mis últimas energías. Recurro a todo mi autocontrol para intentar respirar con normalidad. Apunto en dirección a los vehículos tras los que se parapetan esos cabrones, pero estoy demasiado agotado para hacerlo con precisión. Así que me limito a apuntar un poco por encima del vehículo y a disparar para que por lo menos mantengan la cabeza agachada.
Cuando el cargador se termina, lo cambio rápidamente por otro y con satisfacción veo como una cabeza, que pretendía asomarse fugazmente, se lleva un disparo de Frank. Supongo que debió cometer el error de asomarse por el mismo punto dos veces seguidas o quizás el francotirador simplemente tuvo suerte y acertó al apuntar hacia donde supuso que una cabeza terminaría emergiendo tarde o temprano. En cualquier caso, un tipo menos. ¿Cuántos quedan? No pueden ser muchos, pero uno solo ya sería capaz de darle un disgusto a mi compañía de seguros… de haber conseguido que alguna aceptara hacerme una póliza para esta mierda.
Por fin, recupero el suficiente resuello para dar el siguiente salto, al que le siguen otros dos bastante largos durante los cuales nadie osa asomar la cabeza, solo un espejo y un par de fusiles que disparan prácticamente a ciegas sin exponerse. Apenas cincuenta metros nos separan ahora de la pareja de vehículos y tras ellos no pueden parapetarse más de dos o tres enemigos. Si recortamos la distancia unos cuantos metros más, Marbellita podrá utilizar la granada cegadora.
Doy otro salto. Nadie me dispara. Sobrepaso a Marbellita y sigo corriendo, cinco metros… diez, abajo. Apunto. Veo asomar el espejo y abro fuego haciéndolo añicos. Si quieren saber lo que pasa tendrán que asomar el melón.
Marbellita me sobrepasa. También él parece tener ganas de terminar con esto de una puta vez, ya que después de sobrepasarme, continúa corriendo hasta quedarse a unos quince metros del vehículo. Distancia de asalto.
Me levanto y corro hasta situarme a la altura de mi compañero. Este toma la granada cegadora, pero antes de poder lanzarla, vemos como un par de objetos que bien podrían pasar por piedras salen volando desde los parapetos.
—¡Joder!
Los dos nos pegamos al suelo como lapas mientras nos cubrimos la cabeza con las manos y mantenemos la boca abierta para evitar que nos revienten los tímpanos. Las granadas explotan llenándolo todo de polvo, por suerte no eran unas de esas granadas de cubierta metálica que lo llenan todo de metralla. Marbellita quita el pasador de su artefacto cegador y lo lanza por detrás de los vehículos. No tarda en producirse un ensordecedor estallido y un violento destello de luz, remotamente parecido al del flash de una cámara de fotos, que debería cegar y aturdir a nuestros enemigos.
No hay tiempo que perder, así que nos incorporamos y esprintamos los últimos metros hasta rodear los vehículos. No nos andamos con tonterías. Le descerrajo dos disparos por la espalda a un grasiento tipo que sangra por los oídos, mientras Marbellita hace lo propio con otro que se encontraba al otro lado. El lugar apesta a sangre y el zumbido de las moscas es lo único que llega a nuestros oídos.
—Despejado —consigo gritar medio asfixiado.
Mi compañero de asalto está haciendo señales a Frank para que se aproxime, cuando algo se mueve bajo uno de los cuerpos y veo el cañón de un arma. Levanto la mía para disparar, pero aunque mis reflejos son buenos, soy plenamente consciente de que no voy a ser lo bastante rápido. Oigo un tableteo mientras siento como si una mula me coceara en el pecho y soy despedido hacia atrás mientras mis pulmones se vacían de aire. Boqueo en el suelo como un pez fuera del agua. Oigo el estruendo de más disparos, pero lo único que me importa es intentar meter aire en mis maltrechos pulmones. Veo el rostro de Marbellita, que se esfuerza por inmovilizarme.
—¡Tranquilo! —me grita—. Ha dado en las placas del chaleco… ese canijo cabrón se escondió bajo uno de los cadáveres.
Mi sensación de ahogo mejora cuando separa los velcros de mi chaleco antibalas.
—Las balas no han atravesado las placas —continúa—, pero han atravesado el kevlar y deformado las placas, puede que tengas alguna costilla rota. Por suerte, todos los impactos son en el mismo lado, así que dentro de lo malo…
Por como me duele al respirar, no me cabe la menor duda de que tengo un par de costillas rotas. El correr ya no es una opción para mí. Marbellita me pasa una cantimplora.
—Bebe y escupe.
Lo hago, no veo sangre, eso es bueno. Significa que por lo menos no tengo lesiones internas en los pulmones.
Frank llega hasta nosotros.
—¿Todo bien? —pregunta al verme.
—Sobreviviré —me las apaño para responder.
Tomo un par de analgésicos y casi me contagio de la euforia que sienten mis compañeros al haberse solucionado nuestros problemas. Incluso Malik, del que confieso que casi me había olvidado, parece ligeramente animado al vernos.
—Con un poco de suerte —dice Marbellita—, en unas pocas horas dejaremos atrás toda esta mierda y todo gracias a ti —da unos palmetazos en la cabeza del ahora atado y amordazado Malik—. Supongo que tendría que agradecértelo.
Me siento más ligero después de haberme librado del pesado chaleco y los analgésicos están empezando a hacer efecto, así que cojo los prismáticos y escruto el horizonte, pero no veo ni rastro de Greg. Ha pasado un buen rato ya, incluso andando debería habernos alcanzado… siempre que haya seguido nuestro rastro.
—Deberíamos ponernos en marcha —dice Frank—, puede que estos tipos tuvieran amigos.
No le falta razón, pero si nos marchamos ahora, será como condenar a muerte al joven becario.
—¿No deberíamos recoger a Greg? —suelto como quien no quiere la cosa—. No debería suponernos mucho tiempo ahora que volvemos a disponer de ruedas.
Frank se encoge de hombros. Está claro que el tema se la trae al pairo. El rostro de Marbellita no hace el menor intento por disimular su disgusto ante esa posibilidad.
—¿Estás de coña? —pregunta supongo que retóricamente—. ¡Este cabrón! —dice señalando hacia nuestro amordazado prisionero—. ¡Se escapó por su culpa!
Esa hubiera sido una gran cagada de dedicarse a nuestro negocio. Pero el chico solo es un universitario tratando de subir nota y tirarse a alguna enfermera de buen ver, a ser posible sin terminar con su cipote en un cabestrillo. Pero sé por experiencia, que eso no hará cambiar de opinión a Marbellita.
—Tienes razón —admito—, haremos una cosa, tenemos dos vehículos, coged al prisionero y adelantaros al punto de reunión, yo os alcanzaré enseguida.
Ahora Marbellita se lleva las manos a la cabeza. Está claro que esta tampoco le parece una idea brillante.
—¿En tu estado?
—En realidad, no duele tanto —miento— y solo tendré que conducir un poco. Probablemente os alcanzaré en cuestión de quince minutos.
Frank tampoco parece verlo claro, pero se limita a guardar silencio. Mientras me las apaño para sentarme tras el volante del primer vehículo.
—¡No os preocupéis! —exclamo poniendo en marcha el motor—. Seguramente será cosa de un momento.
Espero no equivocarme.