VI. El agujero

No me equivoqué en mucho al imaginar el estado en el que nos trajeron a Mr. Warred. Después de negarse a rendirse e ignorando a las armas que le apuntaban, el tipo atacó con furia homicida a dos mercenarios con muchas armas y poca paciencia, ecuación que terminó de ponerse en su contra, después de que uno de ellos se llevara un doloroso mordisco en un antebrazo.

—¡El muy cabrón me ha mordido! —se lamenta Valimir (otro de los presuntos familiares de Iván), mostrando un mordisco aparentemente más doloroso que grave.

—Cuidado no se te salgan las tripas por la herida —bromea Marbellita—. Ya lo decía mi madre, ¡hombre quejica, medio marica!

Valimir escupe algún tipo de lindeza en un idioma del este que ni Marbellita ni yo somos capaz de comprender.

Mientras el sanitario se afana en desinfectar la herida, Iván se acerca al maltrecho prisionero que no deja de debatirse en el suelo, a pesar de la monumental paliza recibida, tener un pie doblado en un ángulo extraño y de las bridas que lo inmovilizan.

—No le habéis dejado un puto diente sano al pobre cabrón —comenta nuestro enorme jefe bastante contrariado—, esto no ha sido nada profesional.

Ignorando esas palabras, el mordido mercenario le pregunta al sanitario que lo atiende si su atacante está rabioso o solo como una chota. Pero el sanitario se limita a encogerse de hombros, mientras dice:

—No te sabría decir. En el caso de ser la rabia, sería muy raro que hubiera entrado en la segunda fase de un modo tan rápido y repentino. Por no hablar de que hubiera sido capaz de contagiarse entre tantas personas a la vez, pero desde luego, parece tener frita la sesera.

—¿Pero tendré que ponerme las puercas inyecciones, o no?

El enfermero niega con la cabeza.

—El mordisco no ha sido cerca de la cabeza. Aún en el caso de que estés rabioso, faltaría mucho para que entrases en la segunda fase. Puedes esperar hasta ver los resultados.

Me consta que en circunstancias normales sería así. Pero no puedo quitarme de la cabeza lo rápido que se deterioró el estado de Julie. Estoy a punto de mencionarlo cuando Iván, a grandes voces, nos recuerda que Malik aún sigue suelto. Marbellita niega con la cabeza, mientras señala hacia poniente.

—Se aproxima una tormenta de arena —nos indica con su inconfundible acento— y parece una de las grandes.

Iván maldice entre dientes. Eso no solo abortará las operaciones de búsqueda, también borrará hasta el último rastro que haya podido dejar Malik tras de sí.

—Yo no me preocuparía mucho —continúa Marbellita—, si ese puto Lawrence de Arabia ha escapado a pie, no llegará muy lejos.

Nos guste o no, esto es lo que hay. Una vez más la naturaleza impone su ley y lo único que podemos hacer es ponernos a cubierto y esperar a que pase.

Como no será posible regresar al poblado hasta que pase la tormenta, nos limitamos a cargar los cuerpos destrozados en el camión que ha llegado con los trabajadores, los cuales se encontraban de turno de descanso acompañados por el doctor Eric y por John, otro de los “gafapastosos” aprendices de Indiana Jones, de origen escocés, cuya insistencia en corregir la pronunciación de su apellido, le ha llevado a ser conocido como “Johnnosecuantos”.

Mientras los trabajadores se encargan de la macabra carga de cuerpos e Iván intenta comunicarse a gritos con un teléfono vía satélite; el doctor Eric examina, con una expresión que mezcla el temor y la incredulidad a partes iguales, al ser atado y amordazado que no hace mucho era un pomposo y eminente arqueólogo.

Pero no puedo quedarme para conocer las conclusiones del doctor, ya que Iván insiste en que acompañe a “Johnnosecuantos” a la zona de la excavación antes de que arrecie la tormenta para ver si Malik ha robado algo.

Tras recorrer las escasas decenas de metros que separan el refugio de la zona de excavación, me interno en un túnel, que tiene más aspecto de guarida de bestia mitológica que de pasadizo, lo que no resulta raro en absoluto, ya que al parecer se trata de una gruta natural que fue bloqueada y enterrada hace siglos. El tipo de apellido impronunciable avanza con decisión iluminando el angosto camino con una pequeña pero potente luz blanca, que revela un suelo plagado de pequeños roedores que utilizan la excavación como refugio.

—Es extraño —comenta John—, es la primera vez que lo hacen.

—¿El qué? —respondo más por cortesía que por genuino interés.

—Entrar aquí. En todo este tiempo nunca encontramos la menor presencia animal, como si incluso los insectos se mantuvieran alejados de este lugar… pensé que sería por la radioactividad.

Me encojo de hombros mientras continuamos avanzando. No tardamos demasiado en llegar hasta el final, donde mi acompañante confirma que por lo menos en apariencia, todo sigue en su sitio.

Me basta un simple vistazo para descubrir que no hay gran cosa que robar. Unas paredes atestadas, de lo que a mí me parecen indescifrables garabatos, enmarcan los restos de un esqueleto de aspecto frágil.

—¿Esto es todo? —pregunto lleno de escepticismo—. ¿Es posible que descubrieran algún objeto o artefacto?

Mi interlocutor niega moviendo la cabeza mientras parece estudiar las inscripciones.

—El esqueleto permanece intacto y no veo que se haya excavado nada… —El hombre parece meditar mientras barre el suelo nuevamente con la luz—. Lo único que falta son las grandes rocas que estaban cerca de la entrada.

—¿Tenían algún tipo de inscripción o particularidad?

—Lo único raro en ellas era que eran radioactivas por su alto contenido en uraninita, en un lugar en el que no parece encontrarse ese mineral. Eso fue lo que nos hizo pensar que alguien se había tomado la molestia de traer esas rocas hasta aquí, pero después de estudiarlas durante días y no encontrar nada particular en ellas, decidimos sacarlas para poder trabajar en el esqueleto y las inscripciones con mayor comodidad.

Aunque supongo que las noticias deberían aliviar a Iván, a mí me generan más preguntas de las que responden. ¿Por qué orquestaría nadie semejante desaguisado? Pero, como ahora mismo mi principal interés es volver al refugio, me limito a preguntar:

—¿Han podido descifrar las inscripciones?

“Johnnosecuantos” niega con la cabeza.

—Dudo que nadie pueda descifrar nunca su significado exacto, pero estamos relativamente seguros de que se trata de algún tipo de aviso. Probablemente amenazas destinadas a disuadir a los saqueadores de tumbas.

Supongo que eso tendría cierta lógica… si en la tumba o lo que sea, hubiera algo que mereciera la pena robar.

—Será mejor que regresemos —sugiero mientras me vuelvo y empiezo a caminar en dirección a la salida— este sitio pone los pelos de punta.