XXXV. Exceso de Equipaje

Los vehículos están dispuestos en una especie de semicírculo, que me hace pensar en la posición que adoptaban las caravanas en las películas del oeste cuando atacaban los indios, por lo menos así era en las películas que veía durante mi niñez.

El grupo de supervivientes tiene un aspecto sucio y desharrapado, pero aún así, casi parecen impolutos al lado del que debo presentar yo. John, el lingüista, se mueve nerviosamente como un animal enjaulado. Alima y el Dr. Eric se mantienen silenciosos y apartados, se nota que están asustados, y la verdad sea dicha, tienen motivos de sobras para estarlo. Leonid, que ha cambiado su ametralladora RPK-74, por una escopeta de combate Saiga-12, se encuentra escrutando el cielo con gesto ceñudo y Frank, que me saluda con un animado gesto, se encuentra sentado junto al amarrado y amordazado prisionero.

Sentado sobre el capó de un vehículo con una botella de rakia a un lado y un fusil de asalto al otro, veo a Iván, que parece igual de fresco y despreocupado que de costumbre. Claro que eso no es algo que me sorprenda tratándose de alguien que ha hecho de la despreocupación un estilo de vida.

—Me alegro de verte, camarada —me dice a modo de saludo y añade—: no tienes buen aspecto.

Acepto la botella de rakia y doy un largo trago que arde al bajar por mi garganta. Si salgo de esta, prometo no volver a probar esta porquería.

—¿Vamos a tener más sorpresas? —le pregunto.

—Eso nunca se sabe —me responde animadamente—, la vida sería muy aburrida si fuera predecible.

—Greg ha llegado al punto de no retorno —le comento.

El corpulento mercenario asiente con la cabeza y fija su vista en Mosi.

—Veo que también traéis sobrepeso.

—Greg se ha encariñado con ella.

—¿Nos causarán problemas? —me pregunta mientras dedica una mirada a su arma.

Niego con la cabeza.

—Quieren lo mismo que nosotros.

Iván se encoge de hombros al responder:

—Bueno, unos vienen y otros se van.

Recuerdo el cadáver que encontramos junto a las coordenadas.

—¿Qué pasó con Alfred?

Iván da otro trago y vuelve a encogerse de hombros.

—Estuvo hablando con Malik, no sabemos qué es lo que le dijo, pero decidió retirarse de la partida.

—¿Por eso está ahora Malik amordazado?

El hombre asiente con la cabeza.

—Es mejor prevenir que curar —dice.

Me pregunto qué es lo que pudo haberle dicho Malik para hacer que el estirado de Alfred decidiera quitarse la vida. Pero ahora tengo cosas más importantes en las que pensar.

—¿Qué es lo que va a pasar ahora?

Mi interlocutor sonríe mientras deja caer al suelo la vacía botella de licor.

—Les daremos lo que quieren y ellos nos sacaran de aquí.

Suena demasiado fácil, sobre todo teniendo en cuenta que lo más fácil y barato será quitarnos de en medio una vez tengan lo que han venido a buscar.

—¿Qué es lo que sabes de la gente con la que has… negociado?

—Que disponen de los medios necesarios.

—Si tantos medios tienen —replico un tanto irritado—, ¿cómo es que necesitaron que les hiciéramos el trabajo sucio? Este asunto ha apestado desde el principio.

Iván se encoge de hombros y por un momento parece buscar la botella que acaba de desechar.

—Este no es un negocio seguro —dice por fin—, tú lo tienes fácil, solo tienes que hacer lo que te digan, apretar el gatillo y cobrar. Yo tengo otras responsabilidades.

—¿Quiénes son exactamente esos tipos?

—No lo sé. Fueron ellos los que se pusieron en contacto conmigo. Pero quieren a Malik a cualquier precio.

Esto no me gusta, no me gusta ni un pelo y estoy a punto de comentarlo cuando llega hasta nosotros lo que solo puede ser el sonido de un helicóptero.

—Ya están aquí —dice Iván con una amplia sonrisa en el rostro, pero llevándose instintivamente la mano a la pistolera para comprobar que está abierta.

Al cabo de unos segundos, el aparato se hace visible como un gran punto oscuro volando casi a ras del suelo. Parece que el piloto los tiene bien puestos y sabe lo que se hace.

—Es un Blackhawk —comenta Frank.

Pero a medida que se aproxima y va ganando detalle, vemos que es “el primo marino” del Black Hawk, el Sea Hawk.

¿Cuál era la capacidad y autonomía de ese gran helicóptero? No lo recuerdo, pero su capacidad no era de más de diez o doce personas sin contar al piloto y la tripulación, así que teniendo en cuenta que nosotros somos once contando al prisionero y que dudo que el aparato viaje vacío, las cuentas no me salen en absoluto.

—A menos que viajemos relativamente cerca y que vaya prácticamente vacío, no tendrá capacidad suficiente —le digo a Iván.

No me sorprende ver que este asiente distraídamente con la cabeza.

—El trato —me explica— fue que nos sacarían a nosotros y al prisionero.

Con “nosotros” sé que se refiere a Frank, Marbellita, Arni, Leonid, a él mismo y a mí.

—¿Y qué pasa con los civiles? —pregunto, aunque sé muy bien la respuesta.

—Como suele decirse en estos casos, camarada, son exceso de equipaje.

Ahora todas las piezas empiezan a cuadrar en su sitio. No es que pueda reprochárselo. Iván es a su manera, un hombre de palabra y su prioridad es su pellejo y el de sus hombres. Por suerte eso me incluye a mí, pero a pesar de que respeto su decisión, eso no significa que me guste.