XLII. Cuarteto

Después de una despedida un tanto fría, soy devuelto a la habitación de las galletas, donde Greg y “Johnnosecuantos” parecen sorprendidos de volver a verme. Tanto ellos como Mosi visten la misma bata y chanclas que me proporcionaron a mí, por lo que supongo que ya han pasado por el proceso de descontaminación.

Obviamente no esperaba encontrar a Iván, pero la ausencia de Marbellita parece indicar que ha aceptado la oferta que yo rechacé. No puedo decir que le culpe por ello, pero eso me deja a solas con un lingüista pomposo, un chico cuya cordura no anda en su mejor momento y una imprevisible y traumatizada niña soldado. Bueno, por lo menos sé que no tengo perforado el pulmón y que con descanso y calmantes, la lesión debería terminar curándose con el tiempo.

—Has sido el primero en salir y el último en volver —comenta Greg.

Eso no tiene nada de raro, teniendo en cuenta la sesión de informativos previa a mi intento de reclutamiento.

—Me han estado mirando las costillas —respondo con cautela.

—¡¿Cuándo van a sacarnos de aquí?! —pregunta el lloroso lingüista peligrosamente cerca de la histeria.

—Pronto —les digo—. Por lo que me han dicho, están preparándonos una embarcación.

Los dos hombres parecen alegrarse. Ignoro si Mosi habrá entendido algo, pero mantiene una expresión que me hace pensar en una pantera encerrada en un zoológico.

Teniendo en cuenta el secretismo con el que están manejando todo este asunto, lo más fácil y barato sería que nos pegaran un tiro y tiraran nuestros cadáveres al mar. Pero por otro lado, si fueran a hacer eso, dudo mucho que se hubieran tomado la molestia de hacernos pasar por el proceso de descontaminación. Así que asumiendo que lo del barco sea cierto, apostaría a que esperarán hasta las dos o las tres de la noche para meternos en él. A esa hora no podremos ver gran cosa del lugar en el que nos encontramos y nuestro ritmo vital estará en su momento más bajo.

Según mis cálculos, eso nos da cuatro o cinco horas de tiempo, así que después de beber y tomar una generosa dosis de galletas, me acomodo lo mejor posible en el improvisado mobiliario para tratar de dormir algo.

Greg se coloca ante mí, mirándome de un modo insistente. Al devolverle la mirada, me pregunta:

—¿Te han dicho algo más aparte de lo del barco?

La verdad es que sí, pero ¿cómo reaccionarán si les digo que sea lo que sea esa mierda, ha sido esparcida por el mundo? Greg puede que no se inmutara demasiado. Pero John se hundiría en el mejor de los casos y se pondría en plan llorón escandaloso en el peor.

—Las cosas no andan muy bien ahí fuera —respondo al cabo de un rato.

Greg asiente con la cabeza en un gesto que puede interpretarse como: “ya me lo figuraba”. El lingüista, por el contrario, se levanta como si acabara de percatarse de que estaba sentado sobre una polla.

—¿Qué significa eso? —pregunta con ojos desorbitados—. ¿Por qué no lo dijiste antes?

—Será mejor que se calme —le recomiendo.

—¡Ni hablar! —grita fuera de sí—. ¡Me habéis tratado como a la última mierda durante todo este tiempo y eso se acabó! ¡Exijo que se me informe de…!

El tipo no puede terminar la frase. Apretando los dientes por el lacerante dolor de mi costado, me pongo en pie y lo agarro por la nuez de la garganta.

—Ya puedes abrirte bien de orejas —le digo con una voz endurecida por el dolor— porque no voy a repetírtelo. Para mí ya no eres el pomposo cabrón al que tengo que soportar si quiero cobrar, sino algo más parecido a un purulento grano en el culo.

Tengo que hacer una pausa para introducir aire en mis doloridos pulmones. Un gorgojeante sonido escapa de “Johnnosecuantos”, por lo que aflojo un poco la presa que parece amenazar con estrangularlo, antes de proseguir con un tono algo más bajo:

—Sabrás lo que considere oportuno decirte, cuando a mí me parezca decírtelo. ¿Lo has entendido?

El hombre mueve afirmativamente la cabeza, así que lo suelto.

Una sádica sonrisa se dibuja en el rostro de Greg mientras me tomo una de las enigmáticas cápsulas rojas. Puede que me haya pasado y siento una pequeña punzada de culpabilidad al ver la mirada de odio que me dedica John. Puede que este individuo me cause problemas más adelante, pero por ahora, lo prefiero callado y encabronado que histérico y lloriqueante.