XLI. Respuestas
Podría decirse que estoy confuso, también que estoy enfadado, pero ante todo, siento curiosidad y será mejor que empiece a recibir algunas respuestas pronto para satisfacer esa curiosidad, porque de no ser así, empezaré a cabrearme de verdad.
El calvo no se presenta, tampoco esperaba que lo hiciera. Me señala una silla en la que me siento. Este camarote, o lo que sea, contrasta violentamente con el austero aspecto de todo lo que he visto hasta el momento. A diferencia de los fríos pasillos de metal, veo lo que podría pasar por el lujoso despacho de un ejecutivo de éxito, con cómodas sillas acolchadas, una gran mesa de trabajo de aspecto caro, tras la que se sienta el sujeto de cabeza escasamente poblada, e incluso una gran pantalla plana en una pared lateral.
—Supongo que tendrá algunas preguntas —me pregunta el calvo.
—Supone bien —respondo.
El tipo toma un mando a distancia y después de pulsar varias veces, por fin la pantalla se pone en marcha. Guardo silencio mientras desfilan ante nuestros ojos, una selecta sucesión de noticias emitidas por diversos canales televisivos durante los últimos días y veo que mis peores expectativas se quedan monstruosamente cortas.
La sesión de noticiarios y especiales informativos se prolonga durante varios minutos, confirmándome que la humanidad está como una puta cabra.
No se trata de que lo que infectó a Julie se haya expandido por Europa, lo que por sí solo ya sería bastante malo. Para mi sorpresa, descubro que un extraño grupo de extremistas religiosos, que parece haber aparecido a nivel mundial de la noche a la mañana y se las apañó para robar muestras de sangre contaminada, originando virulentos brotes que se han propagado prácticamente por todo el mundo.
Por el tamaño de la que han organizado, no puede decirse que sean un puñado de chalados a los que un acto de protesta se les haya escapado de las manos. Si lo que pretenden es enviarlo todo a la mierda, parece que van por el camino correcto. Los servicios de inteligencia y grupos antiterroristas deben estar haciendo horas extras. Pero sean quienes sean, parecen estar bien organizados e infiltrados en casi todos los estamentos de la sociedad. Como si se tratara de agentes durmientes que han esperado hasta este momento para despertar y ponerse manos a la obra.
A medida que los noticiarios van desgranando una situación tan grave que los gobiernos ni han podido intentar ocultar, una serie de sensaciones van aflorando en mi interior: incredulidad, miedo y para ser sincero, también alivio, al pensar que aunque hubiéramos atajado el brote aquí cuando pudimos hacerlo en lugar de intentar marcharnos, de poco hubiera servido. Si hubiéramos matado a Julie, a Malik y hasta el último de los infectados entonces quien sabe. Pero pensar en lo que pudo hacerse y no se hizo suele ser como machacársela a un muerto.
—¿Se hace ahora una idea de la situación? —me pregunta el alopécico.
Muevo afirmativamente la cabeza.
Iván, que no ha dicho ni esta boca es mía desde que he entrado en la habitación, me dice ahora:
—Ya ves como están las cosas. Este caballero te hará una oferta. Yo ya la he aceptado y espero que escojas lo más inteligente.
¿Lo más inteligente? No sé de qué tipo de oferta se tratará, pero tal como están las cosas, dudo que pueda llegar a interesarme.
El tipo del traje caro se pone en pie mientras apaga, mando a distancia mediante, el gran televisor que sigue vomitando imágenes y noticias a cual peor.
—Caballero —empieza—, realmente nadie sabe aún que es lo que está ocurriendo exactamente. Usted tiene experiencia sobre el terreno y ya sabrá que no se trata solo de una infección.
Recuerdo la charla con Malik y al joven que parecía dirigir un rebaño de muertos vivientes. Asiento moviendo afirmativamente la cabeza.
—Mi organización —prosigue el calvo— anda corta de… personal con sus habilidades en esta zona.
—¿Qué pasará si no me interesa su generosa oferta? —le corto viendo por donde van los tiros.
Se produce un nuevo silencio, en el que Iván y su nuevo patrón intercambian una mirada que no sé muy bien cómo interpretar.
—En el caso de que le no interese unirse a nuestra organización —responde finalmente el trajeado interlocutor—, podrá marcharse junto al resto de sus compañeros en una pequeña embarcación. Por motivos de seguridad —añade—, se encontrarán con los ojos vendados mientras les remolcamos lejos de aquí.
Si esto fuera un barco no le importaría que conociéramos su ubicación. ¿Dónde me encuentro?, ¿en una isla?, ¿una plataforma petrolífera en desuso?
—Piénselo con cuidado —añade él—, esta es una oferta que no formularé por segunda vez.
—No seas tonto —le secunda Iván—, somos lo que somos y hacemos lo que hacemos.
Miro a los dos hombres. Iván parece satisfecho de haber encontrado un nuevo patrón que ponga fin a sus problemas. Eso suponiendo que no lo haya sido desde el principio. No ignoro que el hombretón tiene razón. Solo soy bueno haciendo una cosa y si no la hago hoy para ellos, tendré que hacerla mañana para otros. Sé que la última vez que acepte uno de estos trabajos, será aquella en la que acabaré dejando mi pellejo. Pero por lo menos, procuraré saber dónde me estoy metiendo y con quién.
—Lo de la embarcación suena bien —respondo.
Los dos hombres muestran signos de decepción, pero en los ojos de Iván veo que no le sorprende mi elección.