XLVIII. Abordaje

La balsa se bambolea cuando algo grande y pesado parece chocar en la parte inferior. Mosi ya está en la parte superior de la escalera y es el turno de John, que en lugar de trepar, parece entretenido buscando no sé qué.

—¿A qué cojones esperas para subir? —le pregunto poniéndome cada vez más nervioso.

—Podemos necesitar el botiquín y… —empieza a explicar.

—¡Déjalo todo, joder!

Hay algo grande y con dientes rondándonos por los bajos, y el muy gilipollas se pone a rebuscar chorradas.

El lingüista se mete la pistola de bengalas en el bolsillo de la bata antes de encaramarse con manos temblorosas por la escalerilla, mientras otro golpe, este mucho más fuerte, levanta la balsa varios centímetros y a punto está de derribarme, pero consigo mantenerme en pie agarrándome a la escalerilla.

—Esto tiene mala pinta —dice la voz de Greg desde la parte superior.

No sé lo que él habrá visto, pero desde luego las cosas aquí abajo están poniéndose como mínimo inquietantes. Recuerdo haber leído en alguna parte que los tiburones chocan contra su víctima antes de atacarla. ¿Pero no debería ver una aleta dorsal como en las películas?

—¡Santa madre de Dios! —exclama “Johnnosecuantos” desde arriba.

Ha llegado la hora de averiguar de qué se trata. Asciendo por la pegajosa escalerilla metálica y en cuanto llego a la cubierta veo que efectivamente la cosa no pinta bien.

En medio de un pastoso charco de sangre reseca, veo una cámara con su armazón protector para grabación submarina, un par de botellas de oxígeno, unas aletas de goma y varios pares de huellas de pisadas. Todo parece indicar que alguien sufrió un percance, mientras practicaba submarinismo. Sus compañeros debieron arreglárselas para izarle por la escalerilla de baño. El equipo abandonado sin asegurar y el que la escalerilla de baño permanezca aún bajada, me hace pensar que sea lo que sea lo que les sucedió, está lejos de haberse solucionado.

Extraigo el vacío cargador de la pistola e introduzco el otro. Greg se inclina sobre la cámara, la saca del armazón plástico y despliega una pequeña pantalla.

—No creo que este sea el mejor momento para eso —le comento.

—¿No deberíamos comprobar si queda alguien a bordo? —pregunta John, sin que ninguno de nosotros le haga demasiado caso.

El joven becario juguetea aparentemente divertido con los controles ante la sorprendida mirada de Mosi.

—Puede que esté todo grabado aquí —comenta distraído.

No voy a negar que siento cierta curiosidad por descubrir lo que pueda haberle sucedido a la tripulación. Pero mi pellejo, quizás por aquello de que uno le acaba pillando cierto aprecio con la edad, me preocupa mucho más, y no me gustaría que alguien me lo mordiera o agujereara mientras miro un video.

—Ya habrá tiempo para eso.

Como si la situación no me pareciera lo suficientemente tensa, a “Johnnosecuantos” no se le ocurre otra cosa que ponerse a gritar, como una pescadera que tratara de hacerse oír en mitad de un mercadillo:

—¡¿Hay alguien en el barco?!

Probablemente el imprudente bastardo pensara añadir algo más, pero se calla en seco al ser respondido por una variada selección de espeluznantes gritos.

—¡Joder!

Un tipo enorme, vestido con un sucio impermeable que había sido amarillo y al que le falta la mayor parte de la mano derecha, corre hacia nosotros lanzando espesos espumarajos que se le quedan pegados a su copiosa barba pelirroja.

Levanto el brazo derecho y aprieto los dientes mientras la distancia que nos separa se reduce a marchas forzadas, ocho metros, cinco, dos. Aprieto el disparador y la detonación de mi arma suena ridículamente baja, pero el proyectil impacta justo entre sus ojos. A pesar de que la rabia que lo impulsaba se apaga, la inercia hace que aún dé un paso más, obligándome a retroceder.

—¡Por detrás! —grita John.

Una pálida muchacha de tez y ojos clarísimos aparece por el otro extremo de la popa enfundada en un traje de neopreno. No le veo ninguna herida, pero su rubio cabello se encuentra oscurecido por lo que debe ser sangre seca.

Mosi y el lingüista se encuentran en la línea de tiro, por lo que desde mi posición no puedo abrir fuego sin arriesgarme a herirlos. Por si fuera poco, hacen su aparición otros dos tripulantes: un chico delgaducho que parece arrastrar una pierna rota y un pálido hombre mayor que viste lo que antaño debió ser un elegante traje blanco de oficial.

Greg deja por fin la cámara en el suelo y agarrando las pesadas botellas de oxígeno, las arroja contra la muchacha de tez pálida. Disparo contra el tipo que arrastra la pierna, pero sus movimientos hacen que la bala le arranque una oreja, mientras este sigue aproximándose a generosa velocidad dadas sus circunstancias físicas.

El dolor de mis costillas me hace presionar con demasiada brusquedad el disparador y fallo otro disparo más, así que maldiciendo, apunto cuidadosamente y cuando ya lo tengo prácticamente encima, aprieto el gatillo. ¡Clac! El percutor golpea el estopín, pero no se produce el disparo. Existen muchos motivos por los que puede haber fallado el cartucho pero no tengo tiempo de pensar en ninguno.

El encabronado delgaducho llega hasta mí y utilizo la pistola para golpearle en la cara. El golpe lo detiene momentáneamente y aprovecho para encadenar un codazo que parece aturdirlo. Lo agarro con la mano izquierda por la garganta y dejando caer el arma al suelo, utilizo la derecha para asirle por la entrepierna y mediante un doloroso esfuerzo lo arrojo por la borda.

Por desgracia el tipo de blanco, con una sorprendente vitalidad para alguien de su edad, se arroja contra mí. Chocamos y pierdo el equilibrio. Mientras caigo al suelo, me parece ver en cámara lenta como su boca su aproxima hasta mi rostro. Su hediondo aliento inunda mis fosas nasales, haciendo que un sabor ácido me ascienda por la garganta.

Tengo que emplear ambas manos para mantener sus dientes alejados de mí, agarrando su cabeza por la barbilla. Sus manos se dedican a zarandearme y propinarme brutales puñetazos.

John aproxima con manos temblorosas la pistola de bengalas, que debe haber conseguido recargar en algún momento, a la cabeza de mi atacante. Pero por algún motivo que se me escapa, el acojonado lingüista no se decide a apretar el disparador. El encabronado “capi” fija su vista en la anaranjada pistola de plástico y con un movimiento que me hace pensar en un tiburón, parece tratar de engullirla. El violento sobresalto hace que John dispare mientras da un ridículo gritito.

La bengala entra por la boca, donde queda alojada al carecer de la velocidad y el poder de penetración necesario como para abrirse paso a través de la nuca. El olor a fósforo y carne quemada substituye a la anterior peste. Mi atacante se lleva las manos a la cabeza como si quisiera desenroscársela. Aprovecho el respiro para quitármelo de encima y ruedo para apartarme de él, pero el monstruo me ignora por completo para lanzarse por la borda. No puedo decir que vaya a echarlo de menos.

—¿Has visto eso? —pregunta Greg a mis espaldas—. Creo que le han explotado los ojos.

Me incorporo con cierta dificultad y veo que Mosi, en algún momento, ha encontrado un hacha de pequeñas dimensiones con la que ha dado cuenta de la chica pálida y de otro marinero rubio. Eso, si no me he descontado, significa que hemos eliminado a cinco tripulantes. No creo que un barco de este tamaño esté gobernado por tan poca tripulación. Pero por el momento, la cubierta parece haber quedado en silencio.

—¿Os han mordido a alguno? —pregunto.

—Estamos todos bien —responde Greg muy animado—, menos John que se ha cagado encima.

Es cierto. El lingüista que está llorando con la pistola de plástico en la mano, se encuentra sentado sobre un charco de sus propias heces casi líquidas. Pero a la cubierta ya no le viene de eso.

—Cálmate —digo apoyando mi mano sobre su hombro—, ya ha pasado lo peor.

Estoy pensando que es posible que el resto de tripulantes se hayan encerrado en el interior, cuando Greg vuelve a coger la cámara de video y dice tranquilamente:

—Bueno, vamos a ver qué es lo que ha pasado.

Estoy a punto de reprenderle por su acción. Pero necesito un respiro y después de todo, quizás nos venga bien echar un vistazo.