XXI. Escuela de Calor
No tardamos más de dos horas en dar con el vehículo. Como supuse, ese estúpido de Malik debió recorrer toda la distancia que pudo hasta que el motor dijo basta. Probablemente ni siquiera llegó a terminar el combustible del depósito. En cualquier caso, ahora todos somos peatones.
Habremos recorrido entre nueve y doce kilómetros bajo un sol de justicia y ya estamos completamente empapados de sudor. Sorprendentemente, la deshidratada joven que encontramos inconsciente es la que mejor lo lleva. Aún no ha abierto la boca para pronunciar palabra, limitándose a caminar de un modo maquinal, con una implacable mirada en los ojos. A su lado continúa Greg, que a pesar de su espíritu aventurero, no deja de ser un urbanita poco habituado a este tipo de desventuras. El becario no expresa la menor queja y de vez en cuando trata de comunicarse con la muchacha, mientras suda a chorros y me temo que empieza a cojear. Marbellita camina con pasos largos y elásticos a la izquierda de nuestro avance con una ceñuda expresión en la cara. Está claro que está cabreado y que es mejor no tocarle los cojones. Frank se lo toma con más filosofía mientras avanza escudriñando el horizonte a nuestra derecha. Yo camino en vanguardia en la dirección que creemos puede haber seguido Malik, ya que no hemos encontrado el menor rastro de huellas. Pero descartando la dirección por la que llegamos nosotros y dando por hecho que no es tan estúpido como para caminar en dirección al sol, solo nos quedan dos direcciones y puestos a escoger lo hacemos con el sol a nuestra espalda… por lo menos durante unas horas. El chaleco antibalas me pesa como si estuviera relleno de placas de plomo en lugar de cerámica. Me siento más que tentado de deshacerme de él al igual que del fusil de asalto y los cargadores. Si no encontramos agua pronto, tendremos que empezar con el desagradable proceso de mear sobre alguna prenda y luego escurrirla sobre la boca.
Mis oscuras cavilaciones son interrumpidas por un característico sonido que todos los mercenarios reconocemos al instante. Ese estampido, que hace pensar en una tabla golpeando de plano sobre el agua, solo puede proceder de un fusil de asalto soviético (o más probablemente de una barata versión fabricada en China).
Como suele ocurrir en estos casos, no terminamos de estar seguros de la dirección de procedencia del disparo. Así que nos detenemos y permanecemos atentos a la expectativa del siguiente, pero por desgracia, este no llega a producirse.
—Estoy casi seguro de que no venía de mi lado —afirma rotundo Marbellita.
Frank se encoge de hombros. El disparo sonaba lejano. Entre cuatro y seis kilómetros. Esa puede ser perfectamente la ventaja que nos lleva Malik, suponiendo que no nos hayamos equivocado demasiado a la hora de escoger la dirección de marcha. Un disparo suele ser sinónimo de problemas, pero tal como están ahora mismo las cosas, la situación no puede ser mucho peor, así que viramos hacia la derecha a la vez que aceleramos el paso hasta convertirlo en un trote ligero.
Los que nos dedicamos a esto podríamos recorrer una distancia de media docena de kilómetros en poco menos de una hora; la muchacha probablemente podría conseguirlo en menos tiempo que nosotros, suponiendo que le interesara hacerlo; pero dudo mucho que Greg, a pesar de ir mucho menos cargado que nosotros, soporte el durísimo ritmo de marcha. Eso sería malo para él, porque aunque el becario me cae bien, no dudaré en dejarlo atrás si nos retrasa. Así es como están las cosas aquí y ahora.
Llevaremos unos quince minutos corriendo cuando miro hacia atrás por vez primera. Veo a Frank y algo más atrás a Marbellita. Como me temía, Greg se ha quedado atrás. La muchacha probablemente habrá escogido su propio camino. Si no se topa con imprevistos, el joven becario no debería tener grandes problemas para dar con nosotros. Me arde la garganta, me duelen los dientes y noto un amargo sabor en la boca, pero me las apaño para mantener el ritmo con la certeza de que si me detengo, probablemente no sea capaz de volver a arrancar. Así continúo adelante zancada tras zancada sin estar seguro de cuánto terreno debemos haber recorrido ya. ¿Cuatro kilómetros? Seis a lo sumo. Estoy empezando a temer que hemos errado la dirección, cuando llega con total claridad, un grito hasta mis oídos. Nos detenemos sudorosos y jadeantes tratando de recuperar el aliento. Suena otro grito y estoy relativamente seguro de que se trata de Malik.
—Espero… —empieza a decir Marbellita casi sin aliento— que le estén rompiendo el culo a ese cabrón.
Si Malik nunca había gozado de mi simpatía, después de esta deslomante carrera, ha pasado a encabezar la lista de personas a las que mataría gratis. Pero el caso es que nos guste o no, es nuestro ticket de salida de este pútrido agujero, así que será mejor que movamos el culo.
—¡Vamos! —Me las apaño para graznar más que decir.
Ahora nos movemos con cuidado en dirección hacia los gritos. El saber que avanzamos en la dirección correcta hace que mi corazón se acelere y yo aprieto el paso con la certeza de que a menos de que me dé un infarto, voy a poder ajustarle muy pronto las cuentas a ese puerco malnacido.
—Ese cabrón grita como una guinea —se las apaña para comentar Frank.
No estoy para malgastar el poco aliento que me queda, pero ¡qué cojones! No me gustaría morir quedándome con la duda.
—¿Qué coño…? —me interrumpo falto de aliento, pero tengo que saberlo—. ¿Qué es una guinea?
Frank sigue corriendo sin ser capaz o sin querer responder durante un buen rato. Ya estoy pensando en volver a preguntar, cuando me dice:
—Una especie de… perro.
Me detengo y me tiro al suelo casi en plancha cuando en el horizonte veo la silueta de un par de vehículos. Si jugamos bien nuestras cartas estaremos salvados. No tengo que mirar para saber que Frank y Marbellita me han imitado y ahora los tres estamos aplastados contra el suelo. Recuperamos el aliento durante unos segundos antes de empezar a reptar lentamente hacia los vehículos, ya que no veo ninguna roca, arbusto o elemento alguno que pueda servirnos para ocultarnos a la vista.
—Va a estar muy jodido —comenta Frank mientras evalúa el panorama a través de la mira telescópica de su arma—, estos son veteranos.
Arriesgándome a delatar nuestra posición con el brillo de los prismáticos, me permito echarle una ojeada al grupo. Veo a unos diez hombres entre dos destartalados vehículos ligeros. Sobre uno de ellos, un tipo, con un una sucia gorra de un color parecido al rojo y gafas de sol, vigila con las manos en la empuñadura de una ametralladora media montada sobre un afuste.
Algo más a la derecha, un hombre se mueve cojeando en dirección hacia donde otros dos están teniendo sus más y sus menos con un tipo que solo puede ser Malik. Los gritos me confirman su identidad cuando uno de sus captores, un hombre grasiento de unos cuarenta años, le arranca una uña de los dedos de los pies con algún tipo de herramienta multiuso. Calculo que estamos a unos 250 o 300 metros. Sin duda, Frank podría eliminar a varios desde aquí, pero con mi arma yo solo conseguiría quemar munición y lo que es peor, no tenemos lugar alguno en el que ponernos a cubierto.
Estoy empezando a pergeñar un plan, cuando el tipo de la ametralladora mueve el arma violentamente hacia nuestra dirección.
—¡Joder! —exclamo.
Ha debido de ver el brillo de mis prismáticos o de la mira del francotirador. En cualquier caso, el conocido estampido del arma de Frank anuncia que sea lo que sea lo delató nuestra presencia, será lo último que vea el tirador.
—¡Mierda! —grita Marbellita.
En el campamento se produce una conmoción y Frank saca partido de su precisa arma semiautomática, disparando dos veces más. Pero estos tipos son curtidos veteranos, por lo que varios ya se han puesto a correr en dirección hacia la ametralladora media. Como mi fusil de asalto no es lo más apropiado para tiroteos a esta distancia, tomo los prismáticos para dirigir el fuego de Frank. A través de las lentes, veo como el hombre que estaba interrogando a Malik se da la vuelta levantando el arma.
—¡A la derecha! —indico—. ¡Van a ejecutar a Malik!
No puedo decir que no se lo merezca, pero en cualquier caso, respiro aliviado cuando la bala de punta hueca de Frank volatiliza prácticamente la mandíbula del tipo. No ha sido un disparo muy limpio y el jodido cabrón aún está vivo, pero el dispararle a nadie ya es la última de sus preocupaciones. Los disparos de Marbellita levantan el polvo por el suelo relativamente cerca de nuestros enemigos, pero pese a que su arma es más apropiada que la mía, la distancia también es excesiva para él. Algunas balas empiezan a levantar polvo a escasos metros de nuestra posición. Está claro que la distancia también es demasiado grande para ellos, aunque siempre existe la posibilidad de que alguien tenga suerte. Después de todo, el que la distancia sea excesiva para apuntar con un mínimo de precisión, no hace que las balas sean menos letales, solo menos precisas. Uno de los tipos aparta a un lado el cadáver del tirador y se pone a los mandos de la ametralladora.
—¡La máquina!
Una ráfaga pasa silbando escalofriantemente por encima de nuestras cabezas. No es un arma muy precisa, pero a esa distancia y mediante fuego de saturación, seguro que terminará por cazarnos. Frank dispara volviendo a silenciar la ametralladora.
—¡Cargador vacío! —grita Frank.
Maldición. Aunque su fusil admite cargadores de veinte cartuchos de capacidad, por alguna razón (sospecho que el peso), siempre utiliza los de cinco disparos.
Otro guerrillero se pone casi inmediatamente a los mandos de la máquina y del suelo brotan varios géiseres de tierra. Marbellita grita y maldice cuando los ojos se le llenan de polvo. Frank, que ya ha terminado de recargar, apunta durante apenas tres segundos antes de abrir fuego enmudeciendo la ametralladora.
Transcurren entonces varios segundos sin que suene disparo alguno.
—¿Qué coño pasa? —pregunta Marbellita mientras se frota los ojos—. ¿Ya están todos muertos?
—No —responde Frank sin apartar el rostro del visor—, quedan cuatro o cinco, pero esos cabrones están a cubierto detrás de los vehículos.
¡Joder! Son lo bastante listos como para no asomar la cabeza. Ellos tienen agua y sombra y nosotros no. Por no mencionar el hecho de que pueden recibir refuerzos de un momento a otro. Ellos pueden permitirse esperar, nosotros no.
—Necesitamos esos vehículos —digo—, así que vamos a tener que asaltar.
—¡Joder!
A mí tampoco me entusiasma la idea. Pero si queremos salir de aquí, esto es lo que hay.