LV.
EL ADIÓS DE NILS A LOS PATOS SILVESTRES
Miércoles, 9 de noviembre
AL DÍA SIGUENTE SE levantó Nils antes del alba y se dirigió hacia la costa.
Cuando comenzaba a apuntar el día, encontrábase ya en el sitio fijado por Okka, un poco al este del caserío de Smyge. Estaba solo. Antes de partir había entrado en el establo donde hallábase el pato blanco, con el fin de despertarle; pero éste no dijo palabra y volvió a cerrar los ojos, hundiendo la cabeza bajo el ala para dormirse de nuevo.
El día prometía ser muy hermoso, casi tan hermoso como aquel domingo de primavera en que los patos silvestres llegaron hasta allí. El mar extendíase vasto e inmóvil. El aire estaba en calma y Nils pensaba en el magnífico viaje que harían sus amigos.
Hallábase todavía sometido a una especie de semiencantamiento. Tan pronto se creía duende como se creía ser el verdadero Nils Holgersson. Al ver un hoyo en el camino, tuvo miedo de continuar adelante antes de convencerse de que no había ningún animal peligroso oculto en él. Después lanzó una carcajada, feliz de saber que era grande y fuerte y que no tenía necesidad de tener miedo.
Llegado a la orilla del mar, esperó en la playa para que los patos pudieran verle en seguida. Era un día de emigración. A cada instante oíanse gritos de llamada para reunirse. Sonreíase al pensar que nadie sabía como él lo que los pájaros se comunicaban unos a otros.
Pasaban bandadas de patos silvestres.
—Creo que no serán los míos los que partan sin decirme adiós —pensó—. ¡Tengo tantos deseos de referirles como he vuelto a ser hombre!
Aproximábase una bandada de patos, que volaban más rápidamente y gritaban más que las otras. Algo le decía que aquella era la suya; pero no la reconocía con la seguridad que lo hubiera hecho la víspera.
Los patos disminuyeron la rapidez de su vuelo y revolotearon por encima de la playa. Nils comprendió que eran sus compañeros de viaje. Pero ¿por qué no descendían hasta él? No podían dejar de haberle visto.
Intentó lanzar un silbido, pero su lengua no obedeció a su deseo. No pudo articular la nota justa.
Oyó la voz de Okka que cruzaba los aires, mas sin comprender lo que decía.
—Es extraño. ¿Habrán cambiado de lenguaje los patos silvestres? —se interrogó.
—¡Aquí estoy! ¿Dónde estás tú?
Esto no produjo otro efecto que asustar a los patos, que elevando el vuelo alejáronse de la costa. Por último, comprendió lo que ocurría: los patos ignoraban que había vuelto a ser hombre. Y ya no pudieron reconocerle.
Nils no pudo tampoco llamarles, porque los hombres no saben el lenguaje de los pájaros. En adelante ya no podría hablarles ni comprenderles.
Aunque Nils considerábase dichoso de haber escapado al encantamiento, encontraba doloroso separarse así de sus amigos, los patos. Y sentándose sobre la arena, cubrióse el rostro con sus manos. ¡Qué triste era verles partir!
De repente oyó una vibración de alas: la vieja madre Okka no había podido resignarse a abandonar a su amigo Pulgarcito, y había vuelto atrás. Ahora que Nils permanecía inmóvil, habíase decidido aproximarse a él. Sin duda había comprendido de un modo instintivo y súbito que era aquél. Y descendió sobre el promontorio, cerca de Nils.
Este lanzó un grito de alegría y la estrechó entre sus brazos. Los otros patos aproximáronse entonces y le acariciaron con el pico. Cantaban, hablaban animadamente y le felicitaban. Nils habló también, para agradecerles el buen viaje que había hecho con ellos.
Bruscamente callaron los patos, le contemplaron con miradas de extrañeza y se separaron de él. Parecían haberse dado cuenta de golpe del cambio que se había operado en él, y exclamaron:
—¡Vuelve a ser hombre! ¡Ya no nos comprende ni nosotros le comprendemos tampoco!
Entonces se levantó Nils y fue hacia Okka. La abrazó y la llenó de caricias. Después fue hacia Yksi y Kaksi, Kolme y Nelja, Viisi y Kiisi, las viejas patas de la bandada, y las abrazó también. Seguidamente, se separó con paso rápido, en dirección a su casa. Sabía que la pena de los patos no dura mucho y quería separarse de sus amigos antes de que se extinguiera la que pudieran experimentar al perderle.
Cuando llegó a lo alto de la duna, volvióse para mirar los grupos de pájaros que se preparaban a atravesar el mar. Todos lanzaban al aire sus llamadas; de todas, sólo una bandada de patos silvestres voló en silencio mientras él pudo seguirla con los ojos.
Mas el triángulo que formaba era de un orden perfecto, los intervalos tales como correspondían, la velocidad del vuelo la indicada y el golpe de las alas vigoroso y rítmico. Nils sintió una sensación tan dolorosa, que casi hubiera preferido continuar siendo Pulgarcito, para poder viajar por encima de la tierra y del mar con una bandada de patos silvestres.
FIN