LIII.
LA VUELTA A VEMMENHÖG

OKKA CONDUJO A los patos silvestres hacia la llanura escaniana, donde perdíanse de vista los vastos campos de trigo y remolacha, las granjas de poca elevación rodeadas de corrales espaciosos, las innumerables y pequeñas iglesias blancas, las azucareras que trazaban sobre el suelo una mancha gris, las barriadas semejantes a pequeñas ciudades que se extendían en torno de las estaciones. Había hornagueras, minas de hulla con altos montones de carbón, caminos que se deslizaban entre dos filas de sauces desmochados, caminos de hierro que se cruzaban y formaban un tejido de mallas espesas, pequeños lagos rodeados de grupos de hayas, que brillaban por doquier flanqueados de castillos.

—¡Mirad ahora! ¡Fijaos bien! —exclamó el pato guía—. Esto es lo que veréis en el extranjero, desde la costa del Báltico hasta los Alpes, que yo no he franqueado nunca.

Cuando los pájaros hubieron visto la llanura, Okka les condujo a la costa del Sund. Bajas praderas descendían suavemente hasta el agua; largas bandas de fuco ennegrecido, arrastradas por las olas, formaban un bordado zigzagueante. En algunos puntos había colinas y campos de arena movediza. Los caseríos, habitados por pescadores, alineaban en la costa sus casitas de ladrillo, todas iguales, con un pequeño faro al final de una escollera, viéndose por todas partes las redes puestas a secar.

—¡Mirad hacia abajo! —gritó Okka—. Ved como son las costas, en el extranjero.

Finalmente, los patos pasaron sobre algunas ciudades, contemplando una masa de chimeneas de fábricas, calles encajonadas entre altas casas ennegrecidas por el humo, grandes y bellos jardines públicos, puertos rebosantes de navíos, a veces fortificaciones antiguas, castillos e iglesias antiguas.

—¡Mirad como son las ciudades del extranjero, aunque mucho más grandes! —dijo Okka—. Pero éstas también podrán llegar a ser grandes algún día.

Después de dar varias vueltas sobre la llanura, Okka descendió con su bandada sobre una marisma del cantón de Vemmenhög. Nils acabó por preguntarse si todos los rodeos y círculos descritos en el aire aquel día sobre la Escania, no tendrían por finalidad el mostrarle que su país podía ser comparado a cualquier otro del extranjero. Y pensó que habían hecho este trabajo en balde, porque no trataba de saber si su país era rico o pobre. Bastábale saber que desde que divisara los primeros sauces que bordeaban los caminos, la primera casita, había sentido la nostalgia de su país.