XXXVI.
FINDUVET
LA CIUDAD FLOTANTE
Viernes, 6 de mayo
NO HAY NADA más dulce en el trato ni con mejor corazón que la patita cenicienta Finduvet. Todos los patos silvestres la amaban mucho y el pato blanco se arrojaría al fuego por ella. Cuando Finduvet pedía algo, ni la misma Okka se atrevía a negársela.
Apenas llegada al lago Mälar, reconoció el paisaje. Más allá del lago se extendía el mar, donde sus padres y sus hermanos habitaban un pequeño islote. Y solicitó de los patos silvestres dar una vuelta por allí antes de emprender el vuelo hacia el norte. ¡Se alegraría tanto su familia al verla! Fue tan insistente su ruego, que todos acabaron por ceder, aunque los patos silvestres llevasen mucho retraso, si bien la vuelta que iba a dar no alargaría el viaje más de un día.
Pusiéronse en camino por la mañana, después de una buena comida, volando hacia el este por encima de Mälar. Nils veía que, a medida que avanzaban se veía más gente en las riberas y era mayor la animación en el lago. Chalupas y veleros, goletas y barcas de pescadores navegaban en la misma dirección; muchos y bonitos vapores blancos cruzaban ante ellos y les dejaban atrás. En las riberas se veían vías del tren y carreteras que llevaban al mismo sitio. Evidentemente, allá abajo había algún punto adonde todos tenían prisa por llegar.
Sobre una de las islas distinguió un castillo blanco; un poco más lejos las riberas se cubrían de villas, primero separadas a grandes trechos, después estrechándose más y más y, por último, se tocaban unas a otras alineándose en filas no interrumpidas. Las había de todos los estilos. Algunas tenían el aspecto de castillos y otras parecían humildes granjas. Muchas estaban rodeadas de jardín; pero las más estaban construidas en el bosque que bordeaba el lago. Por desemejantes que fuesen estas villas, no dejaban de tener un rasgo común; no eran casas grandes y de construcción severa: todas estaban pintadas en colores vivos, de verde, azul, blanco y como si fueran casas de muñecas.
De repente Finduvet lanzó un grito:
—¡Mirad! ¡Esa es la ciudad que flota sobre el agua! Nils fijó su atención, sin ver otra cosa que brumas y ligeras neblinas que flotaban sobre el lago. Después entrevió veletas puntiagudas y algunas casas con largas hileras de ventanas. Estas casas surgían y desaparecían a cada instante entre la bruma. No se veía ninguna franja de tierra. Todo parecía reposar sobre el agua.
Ahora iban desapareciendo las villas de las riberas; no se advertían más que las moles sombrías de las fábricas. Depósitos de madera y de carbón se ocultaban tras altos paredones: grandes vapores estaban amarrados ante los embarcaderos negros y polvorientos. La ligera bruma transparente que bañaba todo esto transformaba, alargaba extrañamente el paisaje y le daba cierto esplendor.
Los patos silvestres dejaron tras ellos las fábricas y los transportes y se aproximaron a los círculos brumosos. De golpe se desvaneció la niebla. Sobre sus cabezas flotaban todavía algunos ligeros fragmentos neblinosos, delicadamente coloreados de rosa y azul pálido; la masa principal apelotonábase sobre la tierra y las aguas, ocultando la parte baja de las casas, de las que no se veían nada más que los tejados, las torres, los aleros y las fachadas más altas.
Nils comprendió que volaban sobre una gran ciudad. A veces, abríase un intersticio en la masa brumosa y descubríase un río de corriente rápida y rumorosa, pero no la tierra.
Más allá de la ciudad descubrió Nils nuevamente, a través de la bruma menos densas riberas, agua e islas. Volvió la cabeza, esperando ver mejor la ciudad; pero fue en vano; el espectáculo era todavía más fantástico. La neblina vagaba vivamente coloreada por el sol, rosácea, azulina, anaranjada. Las casas eran blancas y tan intensamente iluminadas por el sol, que se hubiera dicho que eran de luz. Los vidrios y las flechas brillaban como en un incendio. Y la ciudad seguía flotando sobre el agua.
Los patos silvestres volaban rectamente hacia el este. A la primera impresión, el paisaje era parecido al del Mälar, pero pronto echóse de ver que los mantos de agua eran más extensos y las islas más grandes. La vegetación era más pobre y los árboles con hojas, más raros cada vez, cedían el sitio a los pinos. Las villas habían desaparecido; no se veían otros edificios que granjas y cabañas de pescadores.
Más allá todavía no se descubría ninguna gran isla habitada; el agua estaba sembrada de infinidad de pequeños islotes y escollos; el mar extendíase ante los viajeros, vasto e ilimitado.
Los patos descendieron sobre un paraje rocoso, y Nils preguntó a Finduvet:
—¿Qué ciudad es ésa que hemos atravesado?
—No sé el nombre que le hayan podido dar los hombres —respondió la patita cenicienta—; pero nosotros la llamamos: la ciudad que flota sobre el agua.
LAS DOS HERMANAS
Finduvet tenía dos hermanas llamadas Ala Bonita y Ojo de Oro. Aunque muy inteligentes y de gran resistencia en el vuelo, no tenían el bonito plumaje ni las buenas inclinaciones de Finduvet.
Siendo unas rapazuelas de color amarillento, ya empezaron los pescadores a demostrar sus preferencias por Finduvet, por lo que las hermanas la miraron con envidia.
Cuando los patos silvestres se detuvieron en los islotes, Ala Bonita y Ojo de Oro picoteaban las hierbecillas de la orilla.
—Mira que pájaros más hermosos —dijo una hermana—; parecen cisnes. ¡Qué apuestos son!
—Pero, calla —exclamó la otra, llena de asombro—; ahí está Finduvet, que dejamos abandonada en Öland para que muriese de hambre, después de haberla obligado a tal vuelo que se descoyuntaron sus alas. Ya verás como esto acabará mal. Como se enteren nuestros padres, nos echarán de los islotes.
Mientras hablaban las dos hermanas, los patos silvestres arreglaban un poco su plumaje para marchar seguidamente en busca de los padres de Finduvet, que solían hallarse siempre por aquellos lugares.
Los padres de Finduvet eran buena gente y acostumbraban a prodigar consejos y auxilios a los que allí llegaban.
Cuando la pata Okka levantó el vuelo al frente de su bandada, que volaba de un modo admirable, saliéronle al encuentro los padres de Finduvet para darles la bienvenida, y antes de que cruzaran el saludo, aparecióseles la propia Finduvet, que, con gran júbilo, les dijo:
—Aquí estoy. ¿Me conocéis?
Comenzó entonces una alegre charla, y cuando los patos silvestres referían como habían salvado a Finduvet, llegaron a todo correr, dando la bienvenida desde lejos, las hermanas, que se mostraban muy contentas de la llegada de Finduvet.
Pero ya se sabía que los celos habían aumentado el odio de las dos hermanas contra Finduvet, por cuanto la suponían en amores con el pato blanco, siendo así que ellas no los tenían más que con el ordinario pato gris. Esta fue la causa de que emplearan toda clase de ardides para que desapareciera Finduvet y corriera peligro de muerte el pato blanco.
El último que pusieron en juego para lograr su intento, fue el siguiente: Como se hiciese hora de marchar, las dos hermanas dijeron a Finduvet que no debía ausentarse sin ir antes a cierta cabaña a despedirse del pescador que la habitaba. Como Finduvet temiera ir sola a aquel lugar, rogó a Pulgarcito y al pato blanco que la acompañasen, y una vez allí entró Finduvet en la cabaña, mientras sus compañeros la esperaban en un sitio cercano. Como a poco oyesen la señal de partida de Okka y viesen salir de la cabaña a una patita gris, emprendieron el vuelo para unirse rápidamente a la bandada. Habían volado largo rato, cuando Pulgarcito observó que el pato que les seguía no tenía el dulce batir de alas de Finduvet; y al percatarse del engaño de que habían sido víctimas, el pato blanco y Pulgarcito se dirigieron contra él. Este, en vez de huir, se aprestó a la defensa, y lanzándose sobre el pato blanco, cogió a Pulgarcito con su pico y siguió volando. Era la misma Ala Bonita, la que, a pesar de la persecución de que fue objeto por parte de la bandada, quizás hubiera podido saciar su sed de venganza en Pulgarcito, si la casualidad no hubiera hecho que desde una barquilla se le disparara con tal acierto, que la carga le pasó muy cerca. Y el tiro le causó tal impresión de miedo, que abrió el pico y Nils cayó al agua, junto a la barquilla, logrando salvarse.
Los padres, enfurecidos, desterraron a las dos patitas para siempre de los islotes.