XXXII.
EN TORNO DE LAS IGLESIAS
Domingo, 1 de mayo
CUANDO DESPERTÓ A la mañana siguiente y se deslizó sobre el hielo, no pudo Nils contener la risa. Durante la noche había caído una gran cantidad de nieve y aun continuaba nevando; el viento arrastraba grandes copos de nieve; dijérase que eran las alas de las palomas muertas de frío, que caían. Sobre el lago Siljan la nieve formaba una capa de varios centímetros de espesor; las riberas también estaban nevadas; los patos silvestres tenían tanta sobre sus espaldas que presentaban el aspecto de montoncitos de nieve.
De tiempo en tiempo, Okka, Yksi y Kaksi despertaban un poco; pero viendo que la nieve no cesaba de caer, hundían de nuevo su cabeza bajo el ala. Estaban convencidas de que ante un tiempo semejante no había nada mejor que dormir, y Nils no opinaba de otro modo.
Algunas horas más tarde se despertó de nuevo; las campanas de Rattvik llamaban a los fieles a los oficios divinos. La nieve había dejado de caer, pero el viento del norte soplaba muy fuerte, y en el lago hacía un frío terrible. Nils experimentó mucha alegría al ver que los patos se sacudían la nieve y volaban hacia tierra en busca de alimento.
Era el día de la primera comunión en la iglesia de Rattvik, y los comulgantes, llegados al alba conversaban en pequeños grupos ante la iglesia. Todos ostentaban el traje del país y sus vestidos eran de colores tan vivos y variados que se veían desde lejos.
—Querida madre Okka, vuela un poco más lentamente para que pueda yo ver a esos jovenzuelos —suplicó Nils cuando se aproximaban a la iglesia.
El pato guía juzgó razonable la petición, y descendiendo cuanto pudo, describió tres vueltas sobre la iglesia. Nada más fácil que decir como eran de haberles visto de cerca; pero vistos de lo alto, tanto los niños como las niñas parecieron a Nils, los más hermosos que había visto.
—No creo que haya príncipes más bellos ni más hermosas princesas en el palacio del rey —gritó Nils.
En Rattvik la nieve cubría los Campos y Okka no encontraba un sitio donde reposar. Después de vacilar un momento dirigióse hacia el sur, a la parte de Leksand.
Los jóvenes de Leksand habían partido en busca de trabajo, como era costumbre al llegar la primavera. No quedaban allí más que los viejos al cuidado de sus casas. Cuando los patos pasaron volando, encaminábase por la soberbia avenida de álamos, hacia la Iglesia, una larga fila de viejas. Avanzaban sobre el blanco suelo, vestidas con sus chaquetillas de piel de carnero, deslumbrantes de blancura, faldas de piel blanca y delantales blancos con rayas amarillas y negras, y tocadas de cofias blancas que encuadraban sus cabelleras encanecidas.
—Querida madre Okka, vuela lentamente para que pueda ver a esas viejecitas —suplicó Nils.
El pato guía juzgó este deseo razonable, y descendiendo cuanto le fue posible dio tres vueltas sobre la avenida de álamos. Nada más fácil que decir como eran, de haberlas visto de cerca; pero vistas desde lo alto parecióle a Nils no haber visto nunca mujeres ancianas de aspecto tan inteligente y respetable.
«Se diría que tienen por hijos e hijas, reyes y reinas», pensó Nils.
En Leksand había tanta nieve como en Rattvik. Okka resolvió ir más hacia el sur, al lado de Gagnef.
En Gagnef habíase verificado un entierro aquel día, antes del oficio divino. La comitiva fúnebre había llegado tarde y se retrasó el acto del sepelio. Cuando llegaron los patos silvestres aun no había tenido tiempo toda la gente de entrar en la iglesia y eran muchos los que se encontraban fuera, en el cementerio, contemplando la sepultura de los suyos. Iban vestidas las mujeres con sus corpiños verdes de mangas encarnadas, cubriendo sus cabezas con pañuelos de color con franjas multicolores.
—Querida Okka, no vueles tan aprisa. Quiero ver a esta buena gente.
Y a ello accedió Okka pasando tres veces sobre el cementerio. Desde las alturas parecíanle a Nils las mujeres, delicadas flores entre los árboles del cementerio, cual si fuesen macizos floridos de los jardines del rey.
Como en Gagnef no encontraban sitio para aterrizar, dirigieron su vuelo hacia el sur, hacia Floda.
En Floda la gente estaba en la iglesia cuando los patos llegaron; pero como debía celebrarse una boda después del oficio divino, el cortejo nupcial estaba reunido ante la iglesia. La novia llevaba una corona de oro sobre su suelta cabellera; iba ataviada con alhajas, flores y cintas de colores, y su conjunto era tan deslumbrador que hería la vista. El novio llevaba una larga levita azul, pantalones cortos y una gorra roja. Distinguíanse las damitas de honor por las guirnaldas de rosas y tulipas bordadas en torno de su talle y en los bordes de sus faldas. Parientes y vecinos formaban la cola del cortejo y todos vestían los trajes multicolores que se acostumbraban en la parroquia.
—Querida madre Okka, vuela lentamente para que yo pueda ver los jóvenes maridos —dijo Nils.
El pato guía descendió cuanto pudo y dio tres vueltas alrededor del templo. Vistos de cerca hubiera sido difícil decir como eran, pero vistos de lo alto jamás novia alguna fue más bella, esposo más ufano ni cortejo de boda más magnificente.
«¿Llevarán el rey y la reina trajes tan suntuosos en palacio?», preguntóse Nils.
En Floda encontraron, por fin, los patos, campos sin nieve y pudieron hacer alto para comer.