L.
EL TESORO DE LA PLAYA
EN RUTA HACIA EL MAR
Viernes, 7 de octubre
DESDE EL COMIENZO del viaje, los patos habían volado con dirección al sur; pero al cruzar el valle de Fryken tomaron otra dirección y por el Varmland occidental y el Dalsland, dirigiéronse hacia el Bohuslän.
El viaje fue largo. Los pájaros habíanse ejercitado bastante para lamentarse de la fatiga, y Nils recobró un poco de su antiguo buen humor. Sentíase muy contento de haber hablado con un ser humano. La dama habíale dicho que mientras procurase hacer bien a cuantos encontrase, podía estar seguro de que su aventura tendría un desenlace feliz. Sin predecirle como podría recobrar su talla normal, habíale dicho cosas que le infundieron un poco de confianza y de valor. Sólo pensaba ahora en el medio de disuadir al pato blanco de la idea de regresar a Vemmenhög.
—Creo, pato —le dijo una vez mientras iban por los aires— que será muy monótono y pesado para nosotros permanecer en casa todo el invierno. Estoy tentado de decirte que no haríamos mal si acompañásemos a los patos en su viaje al extranjero.
—No debes hablar formalmente —exclamó el pato muy alarmado, porque desde que había demostrado que era capaz de seguir a los patos silvestres hasta la Laponia, no deseaba otra cosa que reintegrarse al establo del granjero Holger Nilsson.
El muchacho permanecía silencioso viendo el paisaje. Todos los bosques de álamos, los grupos de árboles y los jardines, habíanse engalanado con los colores rojos y amarillos del otoño; los lagos extendían su superficie de un azul claro entre las riberas amarillentas.
—Nunca vi la tierra tan bonita como hoy —prorrumpió después de un momento de silencio—. ¿No piensas tú que sería una desgracia encerrarse en Vemmenhög y no ver ya nada más del mundo?
—Creí que tenías prisa por encontrar a tu padre y a tu madre, para hacerles ver lo bueno que te has hecho —contestó el pato.
Durante todo el verano había estado soñando en el delicioso momento en que abatiría su vuelo en el pequeño patio de la casa de Holger Nilsson, donde mostraría a Finduvet y a los seis patos silvestres a los patos domésticos, a las gallinas, a las vacas, el gato y a la señora Nilsson. Así es que la proposición de Nils apenas si le seducía.
Los patos silvestres detuviéronse varías veces en el camino. Por todas partes encontraban excelentes campos cubiertos de rastrojo, que no abandonaban sin pena. Hasta la caída de la tarde no llegaron a Dalsland. Era aquí el panorama más bello, si cabe, que en Varmland. Los lagos eran tan numerosos que la tierra formaba como bandas estrechas y elevadas entre ellos. No había sitio para los campos, pero los árboles crecían allí como en un paraíso y las riberas parecían hermosos parques. Aunque ya el astro rey había descendido tras las colinas, resplandecía aquel ambiente de gloria, como si el aire y el agua hubiesen retenido la luz del sol. Franjas de oro reflejábanse sobre las aguas sombrías y pulidas, y sobre la tierra flotaba un claro resplandor rosa pálido, del cual emergían abedules con un tono ligeramente dorado, álamos de un rojo vivo y serbales de un rojo amarillento.
—¿Pero no encuentras que sería algo triste, pato Martín, no ver más tan bellas cosas? —preguntó Nils.
—Yo prefiero en mucho los campos ubérrimos de nuestra llanura escaniana a estas peladas colinas pedregosas —respondió el pato—; pero ya sabes que si tú te decides a proseguir el viaje, no he de abandonarte.
—Esperaba de ti esta buena respuesta —dijo Nils. Y el tono con que dijo estas palabras demostraba que se había quitado un gran peso de encima.
Los patos silvestres pasaron sobre el Bohuslän con la mayor rapidez posible; el pato blanco les seguía jadeante. El sol señalaba su raya de fuego en el horizonte y desaparecía por momentos detrás de una colina.
De repente, vieron hacia la parte oeste una raya luminosa que se extendía a cada batir de alas. Era el mar que ofrecíase ante ellos, lechoso, irisado a trechos por reflejos rosa y reflejos azur, y cuando hubieron doblado las rocosidades de la costa aun les fue posible ver nuevamente al sol suspendido, enorme y encendido, encima de las olas donde iba a abismarse.
AI ver el mar libre e infinito y el sol de la tarde, purpúreo, de un resplandor tan dulce que podía fijar en él la mirada, Nils sintió que entraban en su alma una gran paz y una gran seguridad.
—¿Por qué afligirse, Nils Holgersson? —decíale el sol—. Es bueno vivir en este mundo, así para los grandes como para los pequeños. Es una bella cosa ser libre y vivir sin inquietudes y tener el espacio abierto ante sí.
EL DONATIVO DE LOS PATOS
Los patos instaláronse para dormir sobre un pequeño escollo, ante la ciudad de Fjellbacka. Como se aproximaba la media noche y la luna había ascendido muy alto en el cielo, la vieja Okka fue a despertar a Yksi y Kaksi, a Kolme y Nelja, a Viisi y Kiisi. Y acabó por tocar con el pico a Pulgarcito.
—¿Qué hay, madre Okka? —gritó éste poniéndose de píe de un salto. Nils vio a su lado algo que tomó en un principio por una alta piedra puntiaguda; pero pronto se dio cuenta de su error al percatarse de que era una gran ave de presa. Y reconoció a Gorgo, el águila. Evidentemente, él y Okka habíanse citado allí, porque nadie mostraba la menor sorpresa.
—Eso se llama ser exacto —dijo Okka al saludarle.
—He venido —respondió Gorgo—; pero temo que además de mi exactitud haya algo que no merezca vuestros elogios. He cumplido muy mal la comisión que me confiaste.
—Estoy segura —díjole Okka— de que has hecho más de lo que aparentas, y antes de que refieras como te fue en el viaje, he de pedir al liliputiense que me ayude a buscar algo que debe estar escondido entre las peñas e islotes de estas playas. Hace una porción de años —continuó diciendo— que yo y un par de los que se han hecho viejos en la bandada, sorprendidos por una tormenta, fuimos arrastrados hasta estos lugares entre cuyas piedras hubimos de buscar refugio durante varios días. Sufrimos mucha hambre y anduvimos buscando algo con que alimentarnos. No encontramos nada que comer y sólo vimos unos sacos medio enterrados en la arena, sobre los que nos lanzamos hasta romper sus telas a picotazos en la creencia de que pudieran contener trigo; pero no fue así. Aquellos sacos no contenían otra cosa que brillantes monedas de oro, que no tenían para nosotros aplicación alguna y las dejamos donde estaban. En todos estos años no hemos pensado en tal hallazgo; pero por sucesos acontecidos en el pasado otoño, tenemos deseo de poseer dinero. No es probable que el tesoro se encuentre allí todavía; pero de todos modos, como hemos venido para buscarlo, vamos a ver si lo hayamos.
El chicuelo se metió entre las rendijas, y con un par de conchas empezó a quitar arena en varios sitios. No encontró los sacos, pero sí un par de monedas que le pusieron sobre la pista, y haciendo un gran hoyo encontró el caudal derramado por allí, pues los sacos habían desaparecido con la acción del tiempo. Inmediatamente dio cuenta del descubrimiento a la pata Okka, que al frente de la bandada vino a felicitarle con gran ceremonia y repetidas inclinaciones de cabeza.
—Tenemos que comunicarte —dijo Okka al pequeño Nils— que nosotros, que ya somos viejos, hemos pensado que si hubieses servido a los hombres y les hubieses hecho tanto bien como a nosotros, no se hubieran separado de ti sin darte una buena retribución.
—Soy yo el que debo estaros agradecido por la ayuda que me habéis prestado; no me debéis agradecimiento alguno, porque las enseñanzas que de vosotros he obtenido valen más que el oro y toda clase de riquezas —contestó el chicuelo—; pero no teníais necesidad de esta riqueza, que de seguro ya no tiene dueño, por los muchos años en que aquí se encuentra abandonada; no la necesitáis para nada.
—Sí; la necesitábamos para dártela a ti como remuneración, para que vean tu padre y tu madre que has servido a señores de distinción.
El pequeño Nils volvióse entonces rápidamente y muy ofendido se dirigió a Okka, diciéndole:
—Es muy extraño que me separéis de vuestro servicio y me paguéis, sin que yo haya dicho nada de marcharme.
—Sólo queríamos que supieses donde se hallaba el tesoro; por lo demás, puedes continuar con nosotros mientras permanezcamos en Suecia.
—Justamente es eso lo que yo digo; queréis que me separe de vosotros antes de tener yo gana de ello. Puesto que tanto tiempo y tan a gusto hemos estado juntos, ¿no podría acompañaros también al extranjero?
Todos los patos, deseosos de demostrar su satisfacción, extendieron y elevaron su cuello, quedando un rato con sus picos entreabiertos hasta que Okka, repuesta de la impresión, le dijo:
—Es verdad, no habíamos pensado en ello, pero antes de resolver sobre el particular, oigamos lo que Gorgo tiene que referir. Tú sabes que cuando salimos de la Laponia, Gorgo y yo convinimos en que iría a tu casa, en la Escania, para ver de conseguir para ti mejores condiciones de vida.
—Es cierto —replicó Gorgo— pero no he tenido mucha suerte. Pronto tuve la certeza de haber encontrado la granja de Holger Nilsson, y después de haber volado algunas horas por encima de la casa, descubrí al duende.
Me dirigí a él y le conduje entre mis garras hasta un campo para hablar mejor con él. Le dije que iba de parte de Okka para suplicarle que aminorara las duras condiciones que le había impuesto a Nils Holgersson.
—Así lo quisiera —respondió— porque sé lo bien que se ha portado durante el viaje; pero eso no está en mi poder.
Me enfadé entonces, amenazándole con arrancarle los ojos a picotazos si no accedía.
—Haz de mi lo que quieras —respondió—; pero no por ello le sucederá a Nils Holgersson otra cosa que lo que digo. Lo que tú debes decirle es que vuelva con su pato blanco, porque las cosas de su casa marchan mal. Holger Nilsson salió en garantía de su hermano y ha tenido que pagar una gruesa suma. Después ha comprado un caballo con dinero prestado, y el caballo quedó cojo el primer día, sin que haya podido obtener ningún provecho de él. Dile a Nils Holgersson que sus padres han tenido ya que vender las vacas y que no tardarán en verse obligados a abandonar la granja si no viene alguien en su ayuda.
Al oír este relato, Nils frunció el ceño y cerró los puños con fuerza.
—El duende ha procedido de una manera cruel —se dijo— al imponerme una condición tan terrible que no me permite acudir en socorro de mis padres. Pero no hará de mí un traidor que engañe a su amigo. Mi padre y mi madre son gentes honradas, y sé muy bien que preferirán pasar sin mi auxilio antes que verme a su lado con una falta sobre mi conciencia.