XXX.
LA MEJORA DE LA HERENCIA

LA VIEJA POBLACIÓN MINERA

ENTRE LAS poblaciones de Suecia ninguna le gustaba tanto a la corneja Bataki como la ciudad de Falun, y apenas llegada la primavera, en que quedaba libre la tierra de los hielos, hacia ella volaba con objeto de permanecer unas semanas en la cercanías de la vieja mina.

Levantábase la población a ambas orillas del río, pero de tal modo, que mientras por un lado vense edificios tan grandes y bonitos como las dos iglesias, el ayuntamiento, el de la dirección de las minas, el del banco, el hospital, numerosos chalets y viviendas particulares, no tiene el otro más que calles en pendiente con pequeñas casas de un solo piso pintadas de rojo, y allá, en el fondo, la mina de Falun, con su maquinaría, sus ascensores y sus bombas.

Atraíale a la corneja todo cuanto aparecía como extraño y misterioso, y en vez de fijarse en la hermosura del paisaje próximo, prefería meter la cabeza por la boca de las minas y por las hendiduras del terreno, procurando averiguar como se las arreglaban los hombres por allá abajo a través de las galerías invadidas por un hormiguero humano, dedicados a la extracción del mineral, y tratando de saber a qué se debía que en aquel paraje tan pedregoso no creciese planta alguna ni flor, cuando aparecían extraordinariamente frondosos otros sitios.

En uno de éstos llamáronle mucho la atención algunas viviendas en estado ruinoso, cerca de una casa vieja llamada de Svavelkoket, porque en ella se preparaba el azufre durante un par de meses cada año.

Esta casa vieja, que no tenia ventana alguna, a las que substituían una especie de grandes ranuras con puertas pintadas de negro, aumentó la curiosidad de la corneja que, deseosa de saber lo que habría dentro, comenzó a dar vueltas y brincos por todas partes, llegando hasta el tejado, donde más de una vez encaramóse sobre la alta chimenea para mirar por el agujero.

Cuando esto sucedía, Nils, con la bandada de patos, hallábase en la orilla de un lago próximo.

Quiso la casualidad que una fuerte racha de viento abriese una de las puertas de las ranuras y la corneja se precipitó por ella, con tan mala fortuna, que apenas hubo entrado cerró el viento la puerta, quedando dentro, con la esperanza, mantenida durante horas y horas, de que el viento volviese a abrir la puerta, lo que no sucedió.

La curiosidad de la corneja quedó pronto satisfecha al ver que allí dentro no había más que un gran hogar con un par de calderas empotradas en la pared, y tan prolongada y triste soledad hizo que la corneja comenzara a dar gritos y a graznar en demanda de auxilio, consiguiendo llamar la atención de unos pajarillos que volaban por los alrededores de la casa y que llevaron la noticia de lo que sucedía a otras aves, que vinieron en tropel dispuestas a hacer todo lo posible para libertar a la acongojada corneja.

—Callad y oíd lo que os digo —gritábales ésta desde entro—. De la única manera que lograríais salvarme es enviando a buscar a la vieja Okka, de la bandada de patos silvestres, que no debe estar lejos, refiriéndole lo que pasa. Okka lleva consigo a quien puede salvarme de apuros.

Pronto llevó el aviso una paloma y no tardó en presentarse Okka llevando sobre sus espaldas a Nils, los que después de consultar con la corneja salieron en dirección a un caserío cercano, donde recogieron hilo, un martillo y un punzón, objetos que, olvidados junto a la casa, habían servido de juego a unos niños, y en un vuelo volviéronse hacia la casa del azufre.

Una vez allí, ató Nils el hilo en lo alto de la chimenea y se deslizó hacia el interior, llevando consigo los otros adminículos enumerados.

Aunque las paredes no eran muy gruesas, costóle mucho abrir un boquete. La corneja, que no concedía a Nils ni un momento de reposo, daba muestras de la impaciencia que sentía con sus gritos, y como observase que el muchacho diera señales de fatiga, díjole con el propósito de hacerle más llevadero el trabajo:

—¿Quieres que te cuente un cuento?

—Sí —contestó el muchacho, que merced a esto había logrado vencer la fatiga, que apenas si le permitía sostener la herramienta en la mano.

EL CUENTO DE LA MINA DE FALUN

—Yo he pasado en esta vida horas buenas y horas malas —comenzó diciendo la corneja— y como más de una vez he sido prisionera del hombre, de ahí que haya logrado conocer su lenguaje y aprender este cuento.

«Hace muchos, muchísimos años, que en este sitio vivía un gigante que tenía dos hijas, y como era viejo y se sentía morir, llamólas y les dijo:

»—Mi principal riqueza consiste en unas montañas llenas de mineral de cobre; pero antes de dejaros esta herencia tenéis que prometerme que si algún extraño llegase a descubrirlas, le mataríais antes de que pudiese dar cuenta a nadie del hallazgo.

»La mayor de las hijas, de corazón duro y sentimientos perversos, prometió cumplirlo así sin vacilar. La otra, de condición más humana y sensible, reflexionó antes de formular promesa alguna, cuyo hecho bastó para que el padre redujera su herencia a un tercio, mejorando en un doble la de la mayor.

»Ya muerto el gigante, acaeció que algún que otro leñador o cazador llegase a descubrir el mineral de cobre; pero cuando, vueltos a sus casas, hablaban de ello, no tardaban en morir de desgracia.

»Por entonces descubrió un campesino que al volver por la noche el ganado a los corrales, un macho cabrío traía los cuernos colorados y que, por más que se los lavaron, volvieron a aparecer igualmente colorados al día siguiente.

»A la otra salida del ganado tuvo el campesino especial cuidado en vigilar al macho cabrío, logrando descubrir que, apenas llegado al bosque, restregaba el animal sus cuernos sobre unas piedras rojizas. Tomó el campesino algunas de ellas, las mordisqueó y olió y, por último, dedujo que había dado con alguna clase de mineral.

»Meditaba acerca de esto al pie de la colina donde había hecho el hallazgo, cuando, inesperadamente, vio que desde la cumbre desprendíase una gran piedra que, rodando, rodando, fue a caer sobre el macho cabrío, que quedó aplastado.

»Como viese en lo alto a la hija del gigante, preguntóle el campesino:

»—¿He hecho algo contra alguno de los tuyos para que quieras matarme?

»—Ya sé que nada me has hecho —contestó la gigante—; pero he de matarte porque has descubierto esa mina de cobre, que es mía.

»Dijo estas palabras en tono tan lastimero, que el campesino llegó a creer que, de matarlo, lo haría contra su voluntad. Esto movióle a razonar con ella, consiguiendo que la gigante le refiriese lo relacionado con la herencia.

»—Me entristecía tanto el tener que matar a cuantos inocentes descubrieran la mina, que de buena gana hubiese renunciado a la herencia. Pero lo que se promete hay que cumplirlo.

»Y dicho esto trató de hacer rodar el pedrusco nuevamente.

»—No tengas tanta prisa en matarme —replicó el campesino—. Además, para cumplir tu promesa no debes matarme a mí, puesto que fue el macho cabrío el que descubrió la mina, y a éste ya le mataste.

»Y se mostró tan razonable el campesino, que acabó convenciendo a la giganta. Y al salir con vida de aquel trance dedicóse a trabajar la mina y, una vez rico, construyó una hermosa finca, a la que puso el nombre del macho cabrío muerto.

»Pasó mucho tiempo sin que nadie pensase en descubrir el más rico filón que comprendía la mejora con la que había sido favorecida la hija mayor del gigante. Tal era el temor que entre aquellos naturales se había esparcido con motivo de la leyenda. Sólo algunos aventureros que tenían en poca estima la vida, anduvieron buscando por aquellos montes, sin que después se llegase a saber nada de ellos. Sólo se dice que dos criados refirieron una noche a su amo que habían encontrado en el bosque un gran filón y que habían marcado el camino para llegar a él. Como el siguiente día era domingo, prefirió el amo ir a la iglesia, atravesando para ello uno de los pequeños lagos cubiertos por el hielo. Le seguían sus criados a cierta distancia. A la ida les fue bien; pero no así al regreso durante el cual perecieron ahogados los criados, al romperse el hielo en las lagunas.

»La gente atribuyó entonces tal desgracia al hecho de haber podido encontrar la riqueza que mejoraba la herencia de la giganta.

»En otra ocasión, un capataz minero que era alemán, mostróse muy contento al creer que había encontrado el filón codiciado, y festejando el hallazgo embriagóse tanto que tuvo una discusión con sus compañeros, que le causaron la muerte de una puñalada.

»El último del cual se tenía noticia de que hubiera podido ver el filón que mejoraba la herencia, era un joven minero, natural de Falun, de rica familia, que poseía casa en el campo y casa en la ciudad. Quería casarse con una joven campesina muy bella, de Leksand, y allá marchó a hacerle el amor; pero fue rechazado por el único motivo de no querer ella vivir en Falun, donde el humo de las chimeneas daba un aspecto tan triste a la población, que sólo pensar en ello entristecía a la campesina.

»El joven quería tanto a su prometida que regresó profundamente preocupado. Había pasado toda su vida en Falun y nunca imaginó que dejase de ser grato vivir en su ciudad; pero ya cerca de ella observó que, efectivamente, el humo escapado de las numerosas chimeneas envolvíanla como si fuese espesa niebla y que la vegetación no prosperaba allí, por lo que las tierras que la rodeaban estaban desprovistas de verdor, llegando a la conclusión de que aquella muchacha, que había vivido siempre en la luminosa y alegre Leksand, no podría avenirse a vivir en la otra población.

»Le entristeció tanto el aspecto de su ciudad, que no tuvo interés en marchar a su casa, y desviándose del camino que a ella conducía vagó inconscientemente hasta el anochecer, en cuya hora, al último resplandor del crepúsculo, vio algo extraño que atraía su mirada y hacía lo cual se aproximó, descubriendo entonces que era un hermoso filón de cobre.

»—¡Hoy me persigue la desgracia! El haber descubierto esta riqueza me costará la vida.

»Y pensando en ello dirigióse hacia su casa. Cuando apenas había echado a andar, se le presentó la mayor de las hijas del gigante.

»—Me llama la atención lo que tú puedas hacer por acá —le dijo— porque he observado que durante todo el día has rondado por estos lugares.

»—Lo he hecho contestó el joven minero —buscando un sitio ameno donde vivir, porque la muchacha a quien amo no quiere vivir en Falun.

»—¿Es que no piensas venir a explotar el filón que acabas de descubrir?

»—No; quiero acabar con mis trabajos mineros porque, de no hacerlo, no podría conseguir la mujer que amo.

»—Atente a tu propósito y yo te aseguro que no te sobrevendrá daño alguno.

Con esto terminó la corneja su relato, y si bien Nils se mantuvo en vela, no adelantó mucho su trabajo.

—¿Y qué sucedió luego? —preguntó Nils con interés.

—Ya te lo diré cuando termines el agujero y pueda yo salir.

Nils continuó su tarea. La corneja le dijo, al fin, que el joven minero cumplió su palabra y se casó con la joven de Leksand; pero que aun podría contarle más cosas si terminaba pronto el agujero, porque como era corneja, conocía todo lo de aquellos alrededores, incluso el punto donde estaba el filón.

Arreció Nils en su trabajo y el agujero pronto fue suficiente para que saliese la corneja y escapase en un vuelo, dejando a Nils entristecido, no sin decirle antes que renunciaba a revelar el lugar del filón para evitarle la desgracia que a otros había acontecido.

Y momentos después referíale Nils todo esto a la vieja Okka, que había estado esperándole.