XXXIV.
LA LEYENDA DEL UPPLAND
LA LLUVIA CESÓ al día siguiente; pero la tempestad continuó sin tregua y la inundación iba en aumento. Poco después de medio día hubo un brusco cambio y el tiempo se presentó soberbio: hacía calor y la calma era completa.
Cómodamente echado de espaldas sobre un blando campo de sauces acuáticos en plena floración, Nils contemplaba el cielo; dos pequeños escolares cargados con sus libros y sus saquitos de provisiones pasaron por un estrecho sendero a lo largo de la ribera. Caminaban lentamente y revelaban un aire de tristeza e inquietud. Al llegar muy cerca de donde estaba Nils, sentáronse sobre las piedras y comenzaron a hablar de su desgracia.
—La madre se enfadará mucho cuando sepa que tampoco hemos sabido hoy la lección —dijo uno de los niños.
—¿Y el padre? —añadió el otro tristemente.
Y comenzaron a llorar al mismo tiempo.
Nils pensaba de qué manera podría consolarles, cuando vio una viejecita que marchaba muy encorvada y que tenía una cara bondadosa y dulce, que avanzando por el sendero se detuvo frente a los muchachos.
—¿Por qué lloráis, pequeños? —les preguntó.
Los niños le refirieron que no habían sabido su lección y que tenían vergüenza de regresar a su casa.
—¿Qué lección ha sido ésa tan difícil?
Y los niños le contestaron que la lección había sido la del Uppland.
—Eso tal vez no sea fácil aprenderlo en los libros —dijo la anciana—; pero yo voy a contaros todo lo que me enseñó mi madre acerca de este país. Yo no he ido nunca a la escuela y no he tenido instrucción, por lo tanto; pero he recordado siempre lo que mi madre me enseñó.
«Pues bien —comenzó la viejecita, sentándose sobre una piedra—; decía mi madre que hace mucho tiempo era el Uppland el país más pobre y más humilde de toda Suecia. Estaba formado solamente de unos pobres campos arcillosos y de unas pequeñas colinas pedregosas y bajas, como quedan todavía algunas en ciertos sitios, si bien nosotros, que habitamos cerca del Mälar, no las hemos visto. En fin, siempre había sido éste un país pobre y miserable. El Uppland sentíase despreciado por las otras provincias; pero esto llegó un día a su término. El Uppland se echó unas alforjas a la espalda y, empuñando un bastón en la mano, partió para implorar una limosna de los que eran más ricos.
»El Uppland marchó primero hacia la Escania, al sur. Se lamentó de su pobreza y pidió un pequeño pedazo de tierra.
»—No se sabe verdaderamente qué dar a todos estos mendicantes —respondió la Escania—. Pero esperad. Yo acabo de excavar algunas marjales y tú puedes llevarte la tierra que he sacado, si has de poder emplearla.
»El Uppland aceptó, dio las gracias y reanudó su marcha. Subió hasta la Vestrogocia. Allí proclamó de nuevo su miseria.
»—No puedo darte tierra —respondió la Vestrogocia. No hago el regalo de mis ubérrimas campiñas a los mendicantes; pero si quieres uno de esos pequeños ríos que serpentean en mi gran llanura, puedes tomarlo.
»El Uppland aceptó, dio las gracias y marchó hacia el Holland.
»—No soy mucho más rico que tú en tierras —dijo Holland—; pero si estimas que pueden serte de alguna utilidad, desprende del suelo algunos montículos pedregosos y te los llevas.
»El Uppland, doblegándose bajo su alforja, fue a ver al Bohuslän. Ahí obtuvo permiso para recoger cuantos islotes pelados quisiera.
»—Eso no resuelve gran cosa —dijo el Bohuslän—; pero son buenos para abrigarse contra el viento. Podrán serte útiles porque tú vives como yo, en la costa.
»El Uppland se mostraba reconocido a todas estas limosnas; no rechazaba nada, si bien lo que todos le daban eran cosas de las que no tenían necesidad. El Varmland le dio un poco de su suelo montañoso; el Vestmanland una parte de las largas montañas que lo atraviesan. La Ostrogocia le hizo él regalo de un rincón de su salvaje foresta de Kôlmarden, y el Esmaland casi le llenó la alforja de marismas, de pedazos de tierra y de matorrales.
»La Sudermania no quiso deshacerse más que de algunas bahías del Mälar; la Dalecarlia quería demasiado a sus tierras para darlas; en cambio, le ofreció una parte del río Dal.
»Finalmente, el Uppland recibió del Nerke algunas de sus tierras de secano de las riberas del Hjalmär. Sus alforjas estaban ya tan llenas que decidió no seguir vagabundo; y volvióse hacia su casa.
»Después de vaciar sus alforjas hizo el inventario de cuanto había recogido. Al verlo todo pensó que era una gran colección de barreduras las que había recibido, y se preguntaba suspirando qué destino iba a dar a todo aquello.
»Pasó tiempo. El Uppland no abandonaba su casa, ocupado en arreglar sus asuntos.
»Por entonces comenzóse a discutir dónde debía habitar el rey y dónde habría de establecerse la capital de Suecia. Todas las provincias se reunieron para deliberar y, como era de esperar, todas pretendían acaparar al rey, lo que motivó la más viva discusión.
»—Mi opinión es que el rey debe elegir, entre todas, la provincia más capaz y la más sabia —dijo el Uppland.
»Todo el mundo se mostró conforme con esta proposición y decidióse al punto que la provincia que manifestara la mayor inteligencia y aptitud alojara al rey y tuviera la capital.
»Apenas volvieron a sus casas, las provincias recibieron una invitación del Uppland para asistir a un banquete.
»—¿Qué es lo que esa pobre tierra puede ofrecernos? —dijeron desdeñosamente.
»No obstante, aceptaron la invitación.
Llegadas al Uppland, no salían de su asombro al ver lo que se les iba mostrando. Encontraron la provincia transformada: en el interior elevábanse granjas soberbias, las costas estaban adornadas de villas y chalets y las aguas repletas de navíos.
»—Es una vergüenza mendigar cuando se vive de este modo —murmuraban.
»—Os he invitado para agradeceros vuestros regalos —dijo el Uppland—; porque, gracias a vosotros, conozco la prosperidad que actualmente disfruto. A mi regreso comencé a trabajar para encauzar el río Dal hacia mis dominios. Me las arreglé de modo que me proporcionase dos saltos de agua magníficos: uno en Soderförs y el otro en Elfkerleby. AI sur del río, en Danemora, he colocado el suelo rocoso que me había dado Varmland, Supongo que el mismo Varmland no se fijó bien en lo que me regalaba, porque estas rocas no son más que excelente mineral de hierro. Allí también he plantado el bosque que me dio la Ostrogocia. De esta manera yo tengo en el mismo punto, mineral, saltos de agua y un bosque que me abastecerá de carbón vegetal, lo que evidentemente hará que sea este un rico distrito minero.
»Después de haber arreglado igualmente el norte, he extendido las montañas del Vestmanland hasta el Mälar, formando promontorios, cabos e islas, que se han cubierto de verdura y se han hecho bellas como jardines. Las bahías que me concediera la Sudermania las he hecho entrar muy profundamente, como si fueran fiordos, en el país que, merced a esto, ha quedado abierto a la navegación y al comercio del mundo.
»Ya el norte y el sur acabados, me he dedicado a la costa del este, de donde he sacado gran provecho de los escollos, de los pedregales, de los matorrales y los arenales que me habíais dado, y que he lanzado al mar. De ahí todas mis islas y mis islotes que tan útiles me han sido para la pesca y la navegación y que cuento entre mis bienes más preciados.
»Hecho esto no me quedaba de vuestros regalos más que las tierras pantanosas que había recibido de la Escania. Las he extendido en medio de los campos y ahora forman la fértil llanura de Vaksala. Al perezoso riachuelo que me dio la Ostrogocia, le he trazado un camino a través de esta llanura para establecer una comunicación cómoda con el Mälar.
»Las otras provincias comprendieron entonces lo que había pasado; no sin despecho reconocieron que el Uppland había sabido atender sus asuntos.
»—Has hecho grandes cosas con pocos medios —dijeron—. De todas nosotras eres la que ha sabido demostrar mayor capacidad y mayor aptitud.
»—Acepto vuestras palabras —dijo el Uppland—. Y ya que habláis así seré yo la que aloje al rey y ostente la capitalidad.
»Las otras provincias mostráronse furiosas, pero no pudieron desdecirse de sus palabras y de lo que entre ellas habían decidido.
»Y el Uppland tuvo el rey y la capital y se convirtió en la primera de las provincias. Y con esto no se hizo más que justicia, porque la inteligencia y la aptitud son las cualidades que todavía hoy hacen un príncipe de un mendigo».