Interludio
SLOAT EN ESTE MUNDO (IV)
El diez de diciembre, un Morgan Sloat muy abrigado se hallaba sentado en una pequeña e incómoda silla de madera junto a la cabecera de la cama de Lily Sawyer; tenía frío, de modo que conservaba bien cruzado el voluminoso abrigo de cashmere y las manos metidas en los bolsillos, pero se divertía mucho más de lo que daba a entender su aspecto. Lily se moría. Se iba muy lejos, a aquel lugar del que no se vuelve jamás, ni siquiera aunque se sea una Reina y se muera en una cama grande como un campo de fútbol.
La cama de Lily no era tan regia y ella no se parecía en nada a una Reina. La enfermedad le había robado la belleza, adelgazado su rostro y añadido de golpe veinte años a su edad. Sloat posó atentamente los ojos en los pómulos prominentes, en la frente que parecía un caparazón hueco. El cuerpo enflaquecido apenas abultaba bajo las sábanas y mantas. Sloat sabía que el Alhambra había sido bien pagado para que dejaran en paz a Lily Cavanaugh Sawyer, porque era él quien lo había pagado. Ya no se molestaban en calentarle la habitación. Era el único huésped del hotel. Además del recepcionista y el cocinero, los únicos empleados que seguían en el Alhambra eran tres camareras portuguesas que pasaban el tiempo limpiando el vestíbulo y debían ser ellas quienes habían tapado a Lily con todas aquellas mantas. El propio Sloat se había adueñado de la suite de enfrente y ordenado al recepcionista y las camareras que vigilasen bien a Lily.
Para ver si abría los ojos, dijo:
—Tienes mejor aspecto, Lily. Creo ver realmente señales de mejoría.
Moviendo sólo los labios, Lily contestó:
—No sé por qué finges ser humano, Sloat.
—Soy el mejor amigo que tienes —respondió Sloat. Ahora ella abrió los ojos y Sloat los encontró demasiado brillantes para su gusto.
—Sal de aquí —murmuró—. Eres obsceno.
—Intento ayudarte y me gustaría que lo recordaras. Tengo todos los documentos, Lily. Tú sólo has de firmarlos. Cuando lo hayas hecho, tú y tu hijo recibiréis una cantidad vitalicia. —Miró a Lily con una especie de sombría satisfacción—. Por cierto, no he tenido mucha suerte en localizar a Jack. ¿Has hablado con él últimamente?
—Sabes que no —contestó ella, sin llorar, como él había esperado.
—Creo firmemente que el chico debería estar aquí.
—Vete al infierno —dijo Lily.
—Voy a usar tu cuarto de baño, si no te importa —observó él, levantándose. Lily cerró los ojos, haciendo caso omiso de sus palabras—. Espero que no esté en ningún apuro, por lo menos —añadió Sloat, rodeando la cama con lentitud—. En la carretera pasan cosas horribles a los chicos. —Lily no reaccionó—. Cosas que prefiero no pensar. —Llegó a los pies de cama y continuó hacia la puerta del cuarto de baño. Lily yacía bajo las sábanas y mantas como un trozo arrugado de papel de seda. Sloat entró en el cuarto de baño.
Se frotó las manos, cerró la puerta y abrió los dos grifos del lavabo. Extrajo del bolsillo de la chaqueta un pequeño frasco marrón de dos gramos y del bolsillo interior una cajita que contenía un espejo, una navaja y una corta paja de metal. Esparció con esmero en el espejo un octavo de gramo de la más pura cocaína peruana que había podido encontrar y a continuación la aplastó ritualmente con la hoja, formando dos montoncitos alargados. Succionó el polvo con la paja de metal, resolló, inhaló con fuerza y contuvo el aliento uno o dos segundos. «Aah». Sus tabiques nasales se abrieron como túneles y en el fondo, la droga empezó a caer. Sloat puso las manos bajo el chorro de agua y, por el bien de su nariz, llevó un poco de humedad a las ventanas con el pulgar y el índice. Luego se secó las manos y la cara.
Ese bonito tren —se permitió pensar—, ese tren tan, tan bonito. Creo que estoy más orgulloso de él que de mi propio hijo.
Morgan Sloat disfrutó con la visión del precioso tren, que era el mismo en ambos mundos y la primera manifestación concreta de su plan largamente acariciado de importar tecnología moderna en los Territorios. El tren llegaría a Point Venuti con su útil cargamento. ¡Point Venuti! Sloat sonrió mientras la cocaína estallaba en su cerebro, llevando su habitual mensaje de que todo iría bien, todo iría bien. El pequeño Jack Sawyer sería un muchacho muy afortunado si salía alguna vez de la extraña localidad de Point Venuti. De hecho, sería muy afortunado si conseguía llegar, teniendo en cuenta que debería cruzar antes las Tierras Arrasadas. Sin embargo, la droga recordó a Sloat que en muchos aspectos sería mejor que Jack consiguiera llegar al peligroso y tortuoso Point Venuti, incluso que sobreviviera a su visita al hotel negro, que no era solamente tablones y clavos, ladrillos y piedra, sino también algo vivo… porque era posible que saliera con el Talismán en sus manos de ladrón. Y si ocurría esto…
Sí, si aquel hecho maravilloso se produjera, todo iría realmente muy bien.
Y tanto Jack Sawyer como el Talismán quedarían partidos en dos.
Y él, Morgan Sloat, poseería por fin el cuadro que su talento merecía. Durante un segundo se imaginó a sí mismo extendiendo los brazos sobre vastas extensiones cuajadas de estrellas, sobre mundos superpuestos como amantes en un lecho, sobre todo lo que protegía el Talismán y todo lo que había ambicionado cuando compró el Agincourt años atrás. Jack podía conseguir todo aquello para él. Dulzura. Gloria.
Para celebrar este pensamiento, Sloat volvió a extraer del bolsillo el frasco de cocaína y no se molestó en seguir el ritual de la navaja y el espejo, sino que usó simplemente la cucharilla adjunta para llevarse el polvo blanco y medicinal primero a una ventana de la nariz y luego a la otra. Dulzura, sí.
Volvió al dormitorio, aspirando por la nariz. Lily parecía un poco más animada, pero el estado de ánimo de Sloat era tan bueno, que incluso esta prueba de mejoría no le puso de mal humor. Los ojos de Lily, brillantes y hundidos en los círculos de hueso, le seguían.
—Tío Sloat tiene una nueva y repugnante costumbre —dijo ella.
—Y tú estás moribunda —replicó él—. ¿Qué preferirías?
—Toma más de esa porquería y tú también estarás moribundo.
Impertérrito ante esta hostilidad, Sloat volvió a la desvencijada silla de madera.
—Por el amor de Dios, Lily, sé adulta. Todo el mundo toma cocaína en la actualidad. Estás desconectada… lo has estado durante años. ¿Quieres probar un poco? —Se sacó el frasco del bolsillo y lo hizo oscilar, moviendo la cadena sujeta a la cucharilla.
—Sal de aquí.
Sloat acercó más el frasco a su rostro.
Lily se incorporó en la cama con la celeridad de una serpiente que ataca y le escupió a la cara.
—¡Perra! —Sloat retrocedió, buscando su pañuelo para secar la saliva que le resbalaba por la mejilla.
—Si esa porquería es tan maravillosa, ¿por qué has de esconderte en el cuarto de baño para aspirarla? No me contestes, sólo déjame en paz. No quiero verte más, Sloat. Lleva tu gordo culo a otra parte.
—Te morirás sola, Lily —dijo él, expresando un gozo frío y perverso—. Te morirás sola y este cómico pueblo te hará un entierro de mendiga y tu hijo se matará, porque es imposible que sobreviva a lo que le espera y nadie volverá a oír hablar más de vosotros. —Sonrió; sus manos regordetas estaban cerradas, formando puños blancos y peludos—. ¿Te acuerdas de Asher Dondorf, Lily? ¿Nuestro cliente? ¿El compinche en aquella serie de Flanagan y Flanagan? Hace unas semanas leí su nombre en un ejemplar del Hollywood Repórter. Se disparó un tiro en su sala de estar, pero no tuvo buena puntería y en vez de matarse, se deshizo el paladar y ahora está en coma. Tengo entendido que podría durar años así, pudriéndose poco a poco. —Se inclinó sobre ella, arrugando el entrecejo—. Sospecho que tú y el bueno de Asher tenéis mucho en común.
Ella mantuvo fríamente su mirada, con unos ojos que parecían aún más hundidos que antes, recordando por un momento a una recia mujer de un asentamiento fronterizo, con un rifle en una mano y }a Biblia en la otra.
—Mi hijo me salvará la vida —dijo—. Jack me salvará la vida y tú no podrás impedírselo.
—Bueno, ya veremos, ¿no te parece? —replicó Sloat—. Ya lo veremos.