Capítulo 4

JACK PASA AL OTRO LADO

1

—Sí, ahora estoy dispuesto —contestó Jack con voz completamente tranquila y entonces se echó a llorar.

Vamo, Viajero Jack —dijo Speedy, soltando la llave y acercándose a él—. Vamo, hijo, tómatelo con calma, tómatelo con calma…

Pero Jack no podía tomárselo con calma. De pronto no podía soportarte, todo aquello era demasiado y tenía que llorar o hundirse bajo una gran oleada negra, una oleada que ningún rayo de oro podía iluminar. Las lágrimas dolían, pero intuía que el terror acabaría con él si no se desahogaba.

—Yora, pué. Viajero Jack —dijo Speedy, rodeándole con sus brazos. Jack apoyó el rostro caliente e hinchado contra la delgada camisa de Speedy, olfateando el olor del hombre, algo parecido a Old Spice, a canela, a libros que nadie ha movido del estante durante mucho tiempo. Olores buenos, olores consoladores. Abrazó a ciegas a Speedy y sus palmas tocaron, los huesos de la espalda del negro, muy próximos a la superficie, cubiertos por muy poca carne.

—Yora si te hase sentí mejó —añadió Speedy, meciéndole—. A vese ocurre, lo sé. Speedy sabe lo lejo que ha ido, Viajero Jack, lo lejo que ha de í y lo cansado que etá. Así que yora si ello te tranquilisa.

Jack apenas comprendía las palabras, sólo captaba el sonido, calmante y consolador.

—Mi madre está realmente enferma —dijo por fin contra el pecho de Speedy—. Creo que ha venido aquí para escapar del antiguo socio de mi padre, señor Morgan Sloat. —Aspiró con fuerza, soltó a Speedy, retrocedió y se frotó los ojos hinchados con la parte interior de las muñecas. Le sorprendía su falta de inhibición; antes, las lágrimas siempre le molestaban y avergonzaban… era casi como mojarse los pantalones. ¿Sería porque su madre había sido siempre tan dura? Sí, suponía que en parte se debía a esto; Lily Cavanaugh detestaba llorar.

—Pero no é la única rasón, ¿verdad?

—No —respondió Jack en voz baja—. Creo… que ha venido aquí para morir. —Levantó mucho la voz en la última palabra, que sonó como un gozne mal engrasado.

—Tal ves —dijo Speedy, mirando a Jack con fijeza—. Y tal ves tú estás aquí para salvarla. A ella… y a un mujer igual que ella.

—¿Quién? —preguntó Jack con los labios entumecidos. Lo sabía. Desconocía su nombre pero sabia quién era.

—La Reina —dijo Speedy—. Su nombre é Laura DeLoessian y é la Reina de los Territorios.

2

—Ayúdame —gruñó Speedy—. Agarra a la vieja Dama de Plata pó debajo de la cola. E tomarse sierta libertado con la Dama, pero me imagino que no le importará si me ayuda a colocarla en su sitio.

—¿Así la llamas? ¿Dama de Plata?

—En efecto —dijo Speedy, sonriendo y enseñando quizá una docena de dientes, de arriba y de abajo—. Todo lo caballo del tiovivo tienen nombre, ¿no lo sabía? ¡Vamo, cógela. Viajero Jack!

Jack puso las manos debajo de la cola de madera del caballo y entrecruzó los dedos. Con un gruñido, Speedy enlazó sus grandes manos marrones entorno a las piernas de la Dama. Juntos llevaron el caballo de madera a la plataforma del tiovivo, con el palo hacia abajo; el otro extremo, untado con varias capas de aceite, tenía un aspecto siniestro.

—Un poco má a la isquierda… —jadeó Speedy—. Bien… ¡ahora métela. Viajero Jack! ¡Clávala hata el fondo!

Ajustaron el palo en su agujero y se apartaron, Jack, jadeando, y Speedy sonriendo y respirando entrecortadamente. El negro se secó el sudor de la frente con el brazo y miró sonriente a Jack.

—¡Vaya, somo etupendo!

—Si tú lo dices… —contestó Jack, sonriendo.

—¡Lo digo, claro que sí! —Speedy metió la mano en el bolsillo trasero y extrajo la botella verde de medio litro. Desenroscó el tapón, bebió… y por un momento Jack abrigó una certeza fantástica: podía ver a través de Speedy. Speedy se había vuelto transparente, tan fantasmal como uno de los espíritus del espectáculo Topper, que transmitían por uno de los programas indios de Los Ángeles. Speedy estaba desapareciendo. Desapareciendo, pensó Jack, ¿o yendo a otro lugar? Pero esta idea era absurda; no tenía ningún sentido.

En seguida, Speedy volvió a ser sólido como siempre. Había sido una ilusión visual, una alucinación momentánea…

No, no era esto. ¡Durante un segundo casi no había estado allí!

Speedy le miraba con atención. Pareció querer alargarle la botella, pero luego, meneando la cabeza, la tapó y se la guardó en el bolsillo. Se volvió para estudiar a Dama de Plata, que ya ocupaba su sitio en el tiovivo y sólo necesitaba que le apretaran bien los tornillos. Sonrió.

—Somo etupendo de verdad, Viajero Jack.

—Speedy…

—Todo tienen nombre —prosiguió Speedy, caminando despacio en torno a la plataforma redonda del carrusel y produciendo con sus pasos un eco en el alto edificio. En el techo, entre las sombras de las vigas entramadas, se arrullaban suavemente unas golondrinas. Jack le seguía—. Dama de Plata… Medianoshe… éte roano é Explorado… y eta yegua se yama Velos.

El negro echó la cabeza hacia atrás y cantó, asustando a las golondrinas, que alzaron el vuelo:

Velos se divertía, felis… te diré lo que hiso el viejo Bill Martín… ¡Ja! ¡Mira cómo vuelan! —Se echó a reír… pero cuando se volvió hacia Jack, estaba serio otra vez—. ¿Quiere tratar de salva la vida de tu madre, Jack? ¿La suya y la de la otra mu jé de quien te he hablao?

—Yo… —… no sé cómo, iba a decir, pero una voz interior, una voz que procedía del mismo compartimiento antes cerrado del que había salido aquella mañana el recuerdo de los dos hombres y del intento de secuestro, se impuso con autoridad: ¡Sí que sabes cómo! Quiza necesites a Speedy al principio, pero sabes hacerlo, Jack, claro que si.

Conocía muy bien aquella voz. Era la voz de su padre.

—Lo haré si me dices cómo —rectificó, alzando y bajando el tono de la propia voz.

Speedy fue hacia la pared del fondo, una gran forma circular hecha con listones estrechos pintados con un mural primitivo, pero enormemente vigoroso, de caballos al galope. La pared recordó a Jack la persiana enrollable del escritorio de su padre (y aquel escritorio estaba en la oficina de Morgan Sloat la última vez que él y su madre estuvieron allí… esto le vino de repente a la memoria, provocando en él una ira débil y difusa).

Speedy sacó un gigantesco aro de llaves, rebuscó atentamente entre el manojo, encontró la que quería y la metió en un candado. Quitó la cerradura de la aldaba, la cerró con un clic y se la guardó en un bolsillo de la camisa. Entonces empujó toda la pared, que se deslizó por un carril. Entró a raudales una luz deslumbrante, obligando a Jack a entornar los ojos. Rizos de agua cruzaban suavemente el techo. Estaban viendo la magnífica vista marina que contemplaban los jinetes del tiovivo del Divertimundo Arcadia cada vez que Dama de Plata, Medianoche y Explorador pasaban por el lado este del edificio redondo del carrusel. Una ligera brisa marina apartaba los cabellos de la frente de Jack.

—É mejó vé la lus del sol si vamo a habla de to —dijo Speedy—. Ven aquí, Viajero Jack, y te diré lo que pueda… que no é todo lo que sé. Dio quiera que no tenga que oírlo nunca.

3

Speedy hablaba con voz suave, tan dulce y sedante para Jack como el cuero muy usado. Jack escuchaba, a veces con el ceño fruncido, otras, con la boca abierta.

—¿Conose eso que tú yama la fantasía?

Jack asintió.

—No son sueño, Viajero Jack. No son sueño diurno ni nocturno. Ese luga es un luga real. Lo bátante real, en todo caso. E muy diferente de aquí, pero é real.

—Speedy, mi madre dice…

—Olvida eso ahora. Eya no sabe nada de lo Territorio… aunque sí sabe algo, en cierto modo, porque tu padre los conosía. Y ese otro hombre…

—¿Morgan Sloat?

—Sí, ése. También los conose. —Y Speedy añadió, misteriosamente—: Y sé quién es ayí adema. ¡Ya lo creo que lo sé! ¡Diantre!

—La fotografía de tu oficina… ¿no es África?

—No e África.

—¿Ni un truco?

—Ni un truco.

—¿Y mi padre fue a este lugar? —inquirió, pero en su corazón ya conocía la respuesta, una respuesta que esclarecía demasiadas cosas para no ser cierta. Sin embargo, cierta o no, Jack no estaba seguro de querer prestarle un crédito sin reservas. ¿Tierras mágicas? ¿Reinas enfermas? El asunto le preocupaba, sobre todo en lo que hacía referencia a su propia mente. ¿No le había dicho su madre una y otra vez cuando era pequeño que no debía confundir sus fantasías con la realidad? Le hablaba con mucha severidad sobre este asunto y había asustado un poco a Jack. Quizá era ella la que estaba asustada, pensó ahora. ¿Podía haber vivido tanto tiempo con el padre de Jack sin saber nada? Jack no lo creía. Quizá no sabía mucho, pensó, sólo lo suficiente para asustarse.

Perder la chaveta, esto es lo que decía. La gente que no sabía distinguir entre las cosas reales y las fantasías perdía la chaveta.

Sin embargo, su padre había conocido una verdad diferente, ¿no? Sí. Él y Morgan Sloat.

Tienen magia como nosotros tenemos la física, ¿entiendes?

—Tu padre iba ayí a menudo, sí. Y ese otro hombre, Groat…

—Sloat.

—Eso. Pué él también iba. Sólo que tu padre, Jacky, iba para vé y aprende, mientra que ese tipo tenía la única ambisión de robarle una fortuna.

—¿Mató Morgan Sloat a mi tío Tommy? —preguntó Jack.

—No sé nada de eso. Ecúchame bien. Viajero Jack, porque el tiempo apremia. Si cree de verdad que ese sujeto Sloat va a apárese por aquí…

—Por la voz, parecía indignado —dijo Jack. La sola idea de que tío Morgan compareciera en Playa de Arcadia le ponía nervioso.

—… entonse aún tiene meno tiempo, porque a él quisa no le importe demasiao que tu madre muera. Y su Gemelo etá esperando que muera la Reina Laura.

—¿Gemelo?

—Hay persona en ete mundo que tienen Gemelo en lo Territorio —explicó Speedy—. No musho, porque ayí hay musha meno gente… quisa sólo uno por cada sien mil de aquí. Pero lo Gemelo son lo que tienen má fasilidad para í y vení.

—¿La Reina… es la Gemela… de mi madre?

—Sí, por lo vito, así é.

—¿Pero mi madre nunca…?

—No, nunca. Desconosco la rasón.

—¿Tenía mi padre… un Gemelo?

—Sí, en efecto. Un hombre exselente. Jack Se humedeció los labios. ¡Vaya conversación más absurda! ¡Gemelos y territorios!

—Cuando mi padre murió en este lado, ¿murió también su Gemelo del otro?

—Sí. No exactamente a la mima hora, pero casi.

—Oye, Speedy.

—¿Qué?

—¿Tengo yo un Gemelo en los Territorios? Speedy le miró con tanta seriedad que Jack sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Tú, no, hijo. Tú ere único. Muy espesial. Y ese tipo Smoot…

—Sloat —corrigió Jack, sonriendo un poco.

—… bueno, como se yame, lo sabe. É una de la rasone por, la que no tardará en vení aquí. Y una de la rasone por la que tú debe irte.

¿Por qué? —exclamó Jack—. ¿Qué puedo hacer, si tiene cáncer? Si tiene cáncer y está aquí y no en una clínica es porque no hay cura. ¿Comprendes? Si está aquí, significa… —Las lágrimas volvieron a escocerle y se las tragó con un gran esfuerzo—. Significa que ya no tiene remedio.

No tiene remedio. Sí, aquélla era otra verdad que sabía en su corazón; la verdad de su creciente delgadez, la verdad de sus oscuras ojeras. No tiene remedio, pero, por favor, Dios mío, por favor, es mi madre…

—Quiero decir —terminó con voz ronca—, ¿qué puede hacer ese lugar de las fantasías?

—Creo que ya hemo charlado bátante por ahora —dijo Speedy—. Pero cree eto, Viajero Jack; jama te diría que te marchara si no pudiera haserle algún bien.

—Pero…

—Caya, Viajero Jack. No puedo habla má hata que te haya enseñao algo. No serviría de nada. Ven.

Speedy rodeó con su brazo los hombros de Jack y le condujo al otro lado del carrusel. Salieron juntos por la puerta y bajaron por uno de los caminos desiertos del parque de atracciones. A su izquierda estaba el edificio de los coches de choque, ahora cerrado y con los postigos atrancados. A su derecha había una serie de casetas: Lanza hasta ganar, Famosas pizzas y pastas del malecón, Galería de tiro, todas igualmente cerradas (descoloridos animales salvajes saltaban en la superficie de los tablones: leones, tigres, osos y muchos más).

Llegaron a la ancha calle principal, que se llamaba Boardwalk Avenue e imitaba a Atlantic City; el Divertimundo Arcadia tenía un malecón, pero no un verdadero paseo entablado. El edificio de las arcadas se hallaba ahora a unos doscientos metros a su derecha. Jack podía oír el trueno regular y profundo del rompeolas, los gritos solitarios de las gaviotas.

Miró a Speedy con intención de preguntarle adonde iban, qué harían, si todo esto era en serio o se trataba de una especie de broma cruel… pero no dijo nada. Speedy estaba sacando la botella de vidrio verde.

—Eso… —empezó Jack.

—Te transporta ayí —terminó Speedy—. Musha gente que va de visita no nesesita nada pareció, pero tú no ha etado hase musho tiempo, ¿verdad, Jacky?

—No. —¿Cuándo había sido la última vez que cerró los ojos en este mundo y los abrió en el mundo mágico de las fantasías, aquel mundo de olores fuertes y vitales y de un cielo profundo y transparente? ¿El año pasado? No. Hacía más tiempo… en California… después de morir su padre. Entonces debía tener…

Jack abrió mucho los ojos. ¿Nueve años? ¿Tanto hacía? ¿Tres años?

Era alarmante pensar en lo inadvertidos que habían pasado aquellos sueños, a veces dulces, a veces misteriosos e inquietantes… como si gran parte de su imaginación hubiera muerto sin dolor y sin previo aviso.

Cogió de prisa la botella de manos de Speedy y estuvo a punto de dejarla caer. Sentía cierto pánico. Algunas de las fantasías habían sido inquietantes, sí, y las advertencias cuidadosamente formuladas de su madre sobre que no debía mezclar la realidad con la ficción (en otras palabras, no pierdas la chaveta, Jacky, cariño, ¿de acuerdo?) le habían asustado un poco, pero ahora descubría que no quería perder aquel mundo, después de todo.

Miró los ojos de Speedy y pensó: Él también lo sabe. Sabe todo lo que acabo de pensar. ¿Quién eres, Speedy?

—Cuando no se ha etao ayí durante un tiempo, uno se olvida de í por su propio pie —explicó Speedy e indicó la botella—. Por eso me he procurao un sumo mágico. Ese líquido é espesial. —Su voz pronunció la palabra en un tono casi reverente.

—¿Es de allí? ¿De los Territorios?

—No. También aquí hay un poco de magia, Viajero Jack. No musha, pero sí un poco. Ete sumo mágico viene de California. Jack le miró con cierta incredulidad.

—Vamo, toma un sorbito y verá cómo viaja —sonrió Speedy—. Si bebe lo sufisiente, puede í adonde te plasca. Tiene ante ti a un esperto.

—Jo, Speedy, pero… —Empezó a sentir miedo. Se le secó la boca, el sol se le antojó demasiado fuerte y el latido de sus sienes se aceleró. Tenía un regusto a cobre bajo la lengua y pensó: Así sabrá este «zumo mágico»… horrible.

—Si te asuta y quie volvé, toma otro sorbo —apuntó Speedy.

—¿Permanecerá conmigo la botella? ¿Me lo prometes? —La idea de quedar atrapado allí, en aquel lugar místico, mientras su madre estaba enferma aquí y asediada por Sloat era espantosa.

—Te lo prometo.

—Está bien. —Jack se llevó la botella a los labios… y la bajó de nuevo. El olor era horrible: penetrante y rancio—. No quiero, Speedy —murmuró.

Lester Parker le miró con una sonrisa en los labios, pero sus ojos no sonreían, eran severos. Indiferentes. Temibles. Jack pensó en otros ojos negros; los de la gaviota, el del remolino, y el terror se apoderó de él. Alargó la botella a Speedy.

—¿No puedes quedártela? —preguntó en un débil murmullo—. ¿Por favor?

Speedy no contestó. No recordó a Jack que su madre se moría ni que Morgan Sloat le haría una visita. No llamó cobarde a Jack, aunque éste nunca se había sentido tan cobarde, ni siquiera la vez que se había detenido ante la barra de saltos de altura en Camp Accomac y algunos de los otros chicos le habían abucheado. Speedy se limitó a dar media vuelta y silbar a una nube.

Ahora la soledad se unió al terror, invadiéndole por entero. Speedy le había dado la espalda; Speedy le abandonaba.

—Muy bien —dijo Jack de repente—, muy bien, si esto es lo que quieres que haga.

Levantó de nuevo la botella y, antes de que pudiera volver a pensarlo, bebió.

El sabor era peor de lo que había imaginado. Había bebido vino antes, incluso le gustaba un poco (sobre todo los vinos blancos secos que su madre servía con lenguado, cubera o pez espada), y esto era algo parecido al vino… pero al mismo tiempo una horrible imitación de todos los vinos que había probado antes. El gusto era fuerte, dulce y nauseabundo, no el de uvas sanas, sino el de uvas muertas que no han madurado bien.

Mientras su boca se llenaba de aquel sabor horrible y dulzón, pudo ver aquellas uvas: opacas, polvorientas, obesas y desagradables, trepando por una sucia pared estucada bajo una luz espesa como el jarabe y en un silencio sólo interrumpido por el estúpido zumbido de muchas moscas.

Tragó y una lengua de fuego dejó una huella de babosa por su garganta.

Cerró los ojos, haciendo muecas y sintiendo náuseas. No vomitó, aunque pensó que si hubiera desayunado, lo habría devuelto.

—Speedy…

Abrió los ojos y las palabras se atascaron en su garganta. Olvidó la necesidad de vomitar aquella horrible parodia del vino. Olvidó a su madre, a tío Morgan, a su padre y casi todo lo demás.

Speedy había desaparecido. Los graciosos arcos de la montaña rusa, dibujados contra el cielo, habían desaparecido. También había desaparecido Boardwalk Avenue.

Ahora estaba en otro lugar. Estaba…

—En los Territorios —murmuró, sintiendo en todo el cuerpo una frenética mezcla de terror y exaltación. Tenía erizados los pelos de la nuca y una sonrisa le estiraba hacia arriba las comisuras de los labios—. ¡Speedy, estoy aquí. Dios mío, estoy aquí, en los Territorios! Me…

Pero la estupefacción le sobrecogió. Se tapó la boca con la mano y dio una vuelta completa sobre sí mismo, contemplando el lugar adonde le había transportado el «zumo mágico» de Speedy.

4

El océano seguía allí, pero ahora era de un azul más oscuro e intenso, el añil más auténtico que Jack había visto en su vida. Por un momento, mientras la brisa marina le despeinaba el cabello, se quedó petrificado, mirando la línea del horizonte donde el océano de color añil se juntaba con un cielo de color crudo.

La línea del horizonte mostraba una curva suave pero inconfundible.

Meneó la cabeza, frunciendo el ceño, y se volvió hacia el otro lado. Las algas, altas, salvajes y enmarañadas, crecían a lo largo del promontorio donde se levantaba hacía sólo un minuto el edificio redondo del carrusel. Las arcadas del malecón también habían desaparecido; en su lugar, unos desordenados bloques de granito bajaban hasta el océano. Las olas embestían los bloques de la orilla y se introducían en antiguos canales y hendiduras con un estruendo sordo. La espuma saltaba como nata en el aire diáfano y era barrida por el viento.

Jack se pellizcó de repente la mejilla izquierda con el pulgar y el índice izquierdos y apretó con fuerza. Sus ojos se humedecieron, pero nada cambió.

—Es real —susurró y otra ola rompió contra el promontorio, levantando enormes coágulos de espuma.

De pronto se dio cuenta de que Boardwalk Avenue seguía allí… en cierto modo. Un camino de carros lleno de surcos discurría desde la punta del promontorio —donde terminaba Boardwalk Avenue a la entrada de los arcos, en lo que él persistía en llamar «el mundo real»— hasta donde él se encontraba ahora y más hacia el norte, igual que Boardwalk Avenue se prolongaba hacia el norte, convirtiéndose en Arcadia Avenue después de pasar el arco de entrada al Divertimundo. Las algas crecían en el centro de este camino, pero tenían un aspecto desmayado y mustio que hizo suponer a Jack que el camino aún se utilizaba, al menos de vez en cuando.

Empezó a andar hacia el norte, sosteniendo todavía la botella verde en la mano derecha. Se le ocurrió que en alguna parte, en otro mundo, Speedy tenía el tapón de esta botella.

¿Desaparecí justo delante de él? Supongo que sí. ¡Jo!

Cuarenta pasos más allá encontró un matorral de moras; entre las espinas se veían racimos de las moras más grandes, oscuras y apetitosas que había visto jamás. El estómago de Jack, probablemente resentido por el «zumo mágico», produjo un ruido muy audible.

¿Moras? ¿En septiembre?

No importaba. Después de todo lo ocurrido hoy (y aún no eran las diez), despreciar moras en septiembre era un poco negarse a tomar una aspirina después de tragarse un picaporte.

Alargó la mano, arrancó un puñado de moras y se las metió en la boca. Eran buenísimas, de una dulzura sorprendente. Sonriendo (ya tenía los labios teñidos de azul), considerando muy posible que hubiera perdido el juicio, cogió otro puñado de moras… y luego un tercero. Nunca había saboreado nada tan bueno, aunque después pensó que no eran sólo las moras en sí; parte de ello se debía a la increíble diafanidad del aire.

Se hizo un par de arañazos mientras se procuraba una cuarta ración, como si el matorral le indicara que no cogiera más, que ya era suficiente. Se succionó el arañazo más profundo, en la parte carnosa del pulgar, y continuó caminando hacia el norte entre los surcos paralelos del camino, a paso lento, tratando de mirar a la vez en todas direcciones.

Se detuvo un poco más allá de los matorrales para mirar el sol, que parecía más pequeño pero también más ardiente. ¿Tenía un leve matiz anaranjado, como en los viejos grabados medievales? Jack así lo creía. Y…

Un grito, tan estridente y desagradable como el producido por un clavo que se arranca despacio de una tabla, sonó de repente a su derecha, distrayendo sus pensamientos. Jack se volvió en aquella dirección, con los hombros levantados y los ojos muy abiertos.

Era una gaviota, de un tamaño gigantesco, casi increíble (sin embargo, allí estaba, sólida como una piedra, real como las casas). De hecho, tenía el tamaño de un águila. Mantenía ladeada la cabeza, que era suave, blanca, con forma de bala. El pico, parecido a un anzuelo, se abría y cerraba. Aleteó, rozando las algas con sus alas enormes.

Y entonces, al parecer sin miedo, empezó a saltar en dirección a Jack.

Éste oyó débilmente la nota clara y audaz de muchos cuernos juntos y, por ningún motivo en particular, pensó en su madre.

Miró un momento hacia el norte, adonde se dirigía, atraído por aquel sonido, que le daba una sensación de urgencia indeterminada. Era, pensó (cuando tuvo tiempo de pensar) como sentir hambre de algo específico que no se ha comido durante largo tiempo: helado, patatas fritas, tal vez un taco. Uno no lo sabe hasta que lo ve y entonces es sólo una necesidad sin nombre que produce inquietud y nerviosismo.

Vio banderas y la punta de algo que podía ser una gran tienda —un pabellón—, proyectado contra el cielo.

Allí es donde está el Alhambra, pensó, y en aquel momento la gaviota le gritó. Se volvió hacia ella y se alarmó al ver que sólo estaba a dos metros escasos de distancia. Abrió otra vez el pico, enseñando el sucio paladar rosa y recordándole la víspera, la gaviota que había dejado caer la almeja sobre la roca y clavado después en él aquella espantosa mirada, exactamente igual que la de ésta. Además le sonreía… estaba seguro. Cuando se acercó dando saltos, Jack percibió un hedor penetrante; pescado muerto y algas podridas.

La gaviota le silbó y aleteó de nuevo.

—Vete de aquí —dijo Jack en voz alta, con el corazón palpitante y la boca seca, aunque no quería sentir miedo de una gaviota, cualquiera que fuese su tamaño—. ¡Vete!

La gaviota volvió a abrir el pico… y entonces, en una serie de horrísonos impulsos vocales, habló, o pareció hablar.

Adres mueeeeeeee-reee, yack… adres mueeeeeeeeee-re…

Madre se muere, Jack…

La gaviota dio otro torpe salto hacia él, clavando las garras escamosas en la maraña de algas, abriendo y cerrando el pico y con los ojos negros fijos en los de Jack. Consciente apenas de sus actos, Jack levantó la botella verde y bebió.

De nuevo aquel horrible gusto le obligó a cerrar los ojos y dar un respingo… y cuando los abrió, se quedó mirando estúpidamente un letrero amarillo que mostraba las siluetas negras de dos niños corriendo, un niño y una niña. NIÑOS DESPACIO, rezaba. Una gaviota —de tamaño perfectamente normal— lo abandonó, remontando el vuelo con un chillido, asustada sin duda por la repentina aparición de Jack.

Miró a su alrededor, desorientado. El estómago, lleno de moras y del repugnante «zumo mágico» de Speedy, se le revolvió con un murmullo. Los músculos de las piernas se le aflojaron de modo muy desagradable y tuvo que sentarse en seguida debajo del letrero con un golpe que repercutió en su espina dorsal y le hizo castañetear los dientes.

De repente se inclinó sobre las rodillas separadas y abrió mucho la boca, seguro de que iba a devolver todo lo que había ingerido. En vez de esto, hipó dos veces, reprimió una arcada y sintió que el estómago se le relajaba poco a poco.

Han sido las moras, pensó. De no haber sido por las moras, seguro que habría vomitado.

Levantó la vista y la irrealidad volvió a sobrecogerle. No había dado más de sesenta pasos por el camino de carro del mundo de los Territorios. Estaba seguro de ello. Cada paso suyo debía medir sesenta centímetros… o setenta y cinco, para ser más exacto. Esto significaba que había recorrido sólo unos cuarenta metros. Pero…

Miró hacia atrás y vio el arco con sus grandes letras rojas:

PARQUE DE ATRACCIONES ARCADIA. Aunque tenía muy buena vista, el letrero estaba tan lejos que apenas podía leerlo. A su derecha se alzaba el destartalado hotel Alhambra, con sus numerosas alas, los jardines formales ante la fachada principal y el océano.

En el mundo de los Territorios había caminado cuarenta metros.

Aquí, no sabía cómo, había recorrido ochocientos.

—Dios mío —susurró Jack Sawyer, y se cubrió los ojos con las manos.

5

—¡Jack! ¡Jack, mushasho! ¡Viajero Jack!

La voz de Speedy dominó el estruendo de un viejo motor, que sonaba como una lavadora. Jack levantó la vista —la cabeza le pesaba de un modo increíble y sus miembros parecían de plomo— y vio un camión muy antiguo acercándose a él con lentitud. Dos varales de elaboración casera habían sido añadidos a la parte posterior del camión y oscilaban hacia delante y hacia atrás como dientes postizos al ritmo de las sacudidas del vehículo. La carrocería estaba pintada de un horrible turquesa. Speedy iba al volante.

Frenó junto al bordillo, aceleró el motor (¡Jiup! ¡Jiup! ¡Jiup-jiup-jiup!) y lo paró (Jaaaaaaaa…). Entonces se apeó a toda prisa.

—¿Está bien, Jack? Jack le alargó la botella.

—Tu zumo mágico apesta de verdad, Speedy —dijo con voz débil.

Speedy pareció ofendido… pero en seguida sonrió.

—¿Quién te ha disho que la medicina han de sabe bien, Viajero Jack?

—Nadie, supongo —contestó Jack. Se iba sintiendo más fuerte poco a poco, a medida que disminuía la desorientación.

—¿Lo cree ahora, Jack? El muchacho asintió.

—No —dijo Speedy—, eto no sirve. Dilo en vos alta.

—Los Territorios —declaró Jack— existen. Son reales. He visto un pájaro… —Se interrumpió y tuvo un escalofrío.

—¿Qué clase de pájaro? —preguntó al instante Speedy.

—Una gaviota. La gaviota más grande… —Jack meneó la cabeza— No te lo creerías. —Pensó y luego añadió—: Sí, supongo que sí. Nadie lo creería, pero tú sí.

—¿Te ha hablado? Musho pájaros hablan ayí. Tontería, en su mayó parte, aunque alguno disen cosa sensata… pero con mala idea y casi siempre mentira.

Jack asintió. Sólo oír a Speedy hablar de estas cosas, como si hacerlo fuera completamente racional y lúcido, le levantaba el ánimo.

—Creo que ha hablado, pero era como… —Reflexionó—. Había un chico en la escuela Branden Lewis de Los Angeles adonde íbamos Richard y yo. Tenía un defecto de dicción y cuando hablaba, costaba mucho entenderle. El pájaro era algo así. Pero sé qué me dijo. Que mi madre se muere.

Speedy rodeó los hombros de Jack con un brazo y permanecieron un rato sentados en el bordillo. El conserje del Alhambra, pálido, flaco y suspicaz frente a todos los seres vivos del universo, salió con un voluminoso correo. Speedy y Jack le miraron bajar hasta la esquina del Arcadia and Beach Drive y echar la correspondencia del hotel en el buzón. Dio media vuelta, envolvió a Jack y a Speedy en una vaga mirada y enfiló la avenida del Alhambra. Su coronilla era apenas visible entre los tupidos setos.

El sonido de la puerta al abrirse y cerrarse se oyó con gran claridad y a Jack le sobrecogió la terrible desolación otoñal del lugar. Calles anchas y desiertas. La larga playa con sus dunas vacías de arena fina. El vacío parque de atracciones, con los coches de la montaña rusa esperando bajo fundas de lona y todas las casetas cerradas con candado. Se le ocurrió pensar que su madre le había llevado a un lugar muy parecido al fin del mundo.

Speedy echó la cabeza hacia atrás y cantó con su voz suave y afinada: Bueno, he descansas por ahí… y jugao por ahí… en ete viejo pueblo durante demasiao tiempo… el verano casi se acabó, sí, y yega el invierno… yega el invierno y yo siento el deseo… de proseguí mi vagabundeo…

Se interrumpió y miró a Jack.

—¿Siente deseo de viaja, querido Viajero Jack? Un terror inmenso le caló hasta los huesos.

—Supongo que sí —respondió—, si sirve de algo. Si puedo ayudarla. ¿Puedo ayudarla, Speedy?

—Puede —contestó éste con gravedad.

—Pero…

—Oh, hay una larga serie de pero —interrumpió Speedy—, frene yeno de pero. Viajero Jack. No te prometo un baile. No te prometo el éxito. No te prometo que vuelva vivo o, si lo hase, que vuelva con el serebro de una piesa. Tendrá que deambula casi siempre por lo Territorio, porque lo Territorio son musho má pequeño. ¿Lo ha notao?

—Sí.

—Me lo imaginaba. Porque seguramente vite musha cosa por el camino, ¿verdad?

Ahora recordó una pregunta anterior y, aunque no venía a cuento, tenía que formularla.

—¿Desaparecí, Speedy? ¿Me viste desaparecer?

—Te esfúmate —dijo Speedy, dando una palmada—, así de rápido.

Jack sintió que sus labios esbozaban una lenta e involuntaria sonrisa… y Speedy correspondió con otra.

—Me gustaría hacerlo una vez en la clase del señor Balgo —dijo Jack y Speedy rió como un niño. Jack se unió a él y la risa fue buena, casi tan buena como aquellas moras que había comido.

Al cabo de unos instantes, Speedy se serenó y dijo:

—Hay una rasón por la que debe í a lo Territorio, Jack. Tiene que encontrá algo, algo enormemente poderoso.

—¿Y está al otro lado?

—Sí.

—¿Puede ayudar a mi madre?

—A eya… y a la otra.

—¿La Reina? Speedy asintió.

—¿Qué es? ¿Dónde está? ¿Cuándo lo…?

—¡Basta! ¡Gáyate! —Speedy levantó la mano. Sus labios sonreían, pero sus ojos eran graves, casi tristes—. Cada cosa a su tiempo. Y, Jack, no puedo desirte lo que no sé… o lo que no me etá permitido desí.

—¿Permitido? —inquirió Jack, perplejo—. ¿Quién…?

—Ya empiesa otra ves —reprochó Speedy—. Ahora ecucha. Viajero Jack. Debe irte lo ante posible, ante de que ese tipo Bloat se presente y te ate de pie y mano…

Sloat.

—Eso, él. Debe irte ante de que yegue.

—Pero fastidiará a mi madre —dijo Jack, preguntándose por qué lo decía, porque era verdad o porque le proporcionaba una excusa para evitar el viaje que Speedy le proponía como una comida que podía estar envenenada—. ¡No le conoces! Es…

—Le conosco —dijo Speedy en voz baja—. Le conosco hase tiempo, Viajero Jack. Y él me conose a mí. Yeva mi marca sobre su piel. Etán oculta… pero la yeva. Tu madre puede cuida de sí misma. Por lo meno, tendrá que haserlo durante un tiempo, porque tú debes marsharte.

—¿Adonde?

—Al oete —contestó Speedy—. De ete oséano al otro.

¿Qué? —gritó Jack, horrorizado al pensar en semejante distancia. Y entonces recordó un anuncio que había visto por televisión aún no hacía tres noches: un hombre eligiendo bocados exquisitos del buffet de una tienda de comestibles a unos once mil metros de altura, en el aire, tan fresco como una rosa. Jack había volado de una costa a otra con su madre unas dos docenas de veces y siempre le encantaba en secreto el hecho de que al volar de Nueva York a Los Angeles se disfrutaba de dieciséis horas de luz solar. Era como engañar al tiempo. Y no costaba ningún esfuerzo.

—¿Puedo ir volando? —preguntó a Speedy.

¡No! —exclamó éste, casi gritando, con los ojos llenos de consternación. Puso una mano fuerte sobre el hombro de Jack—. ¡No se te ocurra elevarte hasta el sielo! ¡No puedes! Si pasaras a lo Territorio etando ayí arriba…

No dijo nada más; no fue necesario. Jack tuvo una repentina y espantosa visión de sí mismo cayendo de aquel cielo claro y sin nubes, un muchacho proyectil en vaqueros y camiseta de rugby a rayas rojas y blancas, gritando… un paracaidista sin paracaídas.

—Irá caminando —dijo Speedy— y has autoestop siempre que lo jusgue oportuno… pero debe tener cuidado, porque hay foratero en el otro lao. Alguno sólo están chalao o son marica que querrían tocarte o ladrone que te devali jarían. Pero otro son auténtico Foratero, Viajero Jack, persona con un pie en cada mundo, que miran a un lao y a otro como una maldita cabesa de Jano. Me temo que no tardarán en enterarse de que va para aya. Y etarán al asecho.

—¿Son… Gemelos? —preguntó Jack.

—Alguno sí, otro no. No puedo desir nada má ahora. Pero tú crusa el paí, si puede. Crúsalo hata el otro oséano. Viaja por lo Territorio siempre que pueda, porque así irá má de prisa. Toma el sumo…

—¡Lo detesto!

—É igual que lo deteste —replicó Speedy con severidad—. Crusa el pai y encontrará un luga… otro Alhambra. Debe í a ese luga. É malo y da musho miedo, pero tiene que entra en él.

—¿Cómo lo encontraré?

—Te yamará. Lo oirá fuerte y claro, hijo mío.

—¿Por qué? —preguntó Jack, mojándose los labios—. ¿Por qué tengo que ir, si es tan malo?

—Porque ayí é donde etá el Talismán —contestó Speedy—. En algún luga del otro Alhambra.

—¡No sé de qué me hablas!

—Ya lo sabrá —aseguró Speedy, levantándose y cogiendo la mano de Jack. Éste se levantó a su vez y ambos se miraron de frente, el viejo negro y el muchacho blanco—. Ecucha —dijo Speedy, con un tono lento y rítmico—. El Talismán te será pueto en la mano, Viajero Jack. No é demasiado grande ni demasiao pequeño; párese una bola de cristal. Viajero Jack, querío Viajero Jack tú irá a bucarlo a California, pero éta será tu carga y tu crus: si la deja caer, Jack, todo etará perdió.

—No sé de qué me hablas —repitió Jack con obstinación, asustado—. Debes…

—No —le interrumpió Speedy, sin acritud—. Tengo que acaba de repara ese tiovivo etá mima mañana, Jack; eto é lo que debo hasé. No tengo tiempo para má palique. Debo volvé y tú debe ponerte en marsha. Ahora no puedo desirte nada má. Supongo que volveremos a verno. Aquí… o ayí.

—¡Pero no sé qué debo hacer! —exclamó Jack mientras Speedy subía a la cabina del viejo camión.

—Sabe lo sufisiente para empesá anda —dijo Speedy—. Irá a busca el Talismán, Jack. Él te atraerá hasia sí.

—¡Ni siquiera sé qué es un Talismán! Speedy rió y dio la vuelta a la llave del encendido. El camión arrancó con un gran estallido de gas azul.

—¡Búcalo en el dicsionario! —gritó, poniendo la marcha atrás.

Retrocedió, giró y enderezó el camión hacia el Divertimundo Arcadia. Jack se quedó en el bordillo, siguiéndole con la mirada. No se había sentido tan solo en toda su vida.